Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la depresión es una enfermedad común, llegando afectar a más de 264 millones de personas de todas las edades.
Con respecto a la población joven se ha encontrado que, durante los últimos 20 años, los problemas de salud mental han aumentado considerablemente, los cuáles en el peor de los casos llevan al suicidio, encontrándose que esta la segunda causa principal de muerte entre las personas de 15 a 29 años (OMS).
La depresión se caracteriza por:
- Tristeza.
- Mal estado de ánimo.
- Sentimientos de culpa
- Disminución de la autoestima.
- Dificultades para dormir.
Las causas de la depresión se deben a una compleja interacción de factores sociales, psicológicos y biológicos. Con respecto a la adolescencia se encuentra que, si bien es cierto que esta etapa se caracteriza por cambios fisiológicos y emocionales, el área social adquiere una mayor relevancia, debido a que se adquiere una mayor autonomía, un mayor distanciamiento de los padres y una mayor competencia social, lo cual, probablemente, conlleva a que algunos adolescentes sean más vulnerables a sufrir por factores estresantes externos, como por ejemplo el acoso escolar.
El bullying o acoso escolar es un fenómeno social que se refiere a los comportamientos hostiles o intimidatorios repetidos y continuados en el tiempo que un niño o un adolescente experimenta por parte de otros niños o adolescentes más poderosos (Olweus & Limber, 2010).
El comportamiento de intimidación puede manifestarse de diversas formas como:
- Burlas.
- Exclusión activa de un grupo social.
- Agresiones físicas.
Aunque, el acoso escolar tiende a disminuir desde la niñez hasta la adolescencia, este puede volverse a presentar de manera reiterada en la adolescencia, conllevando una amplia gama de resultados adversos y duraderos sobre la salud mental del adolescente y, los cuales pueden llegar a extenderse hasta la vida adulta (Bowes, L., Joinson, C., Wolke, D., & Lewis, G. 2015).
Los efectos adversos que se han encontrado en la edad adulta debido al acoso escolar, son:
- Trastornos de ansiedad.
- Disminución de la autoestima.
- Trastornos Depresivos.
- Dificultades en las relaciones interpersonales.
- Trastornos del sueño.
- Psicopatología.
- Trastornos psicosomáticos.
Diversos estudios longitudinales también sugieren que, los problemas posteriores por haber sufrido acoso escolar en la adolescencia, ya sea como agresor o como víctima, van más allá de los problemas de salud mental; informando que en la edad adulta joven hay un mayor riesgo de:
- Pobreza.
- Mala salud física y mental.
- Funcionamiento psicosocial más deficiente o malas relaciones sociales.
- Reducción de las actividades de ocio.
- Más ausentismo laboral.
Dichos riesgos persisten, incluso después de controlar las dificultades familiares y los trastornos psiquiátricos infantiles.
Con relación a lo anterior, autores como Takizawa, Maughan y Arseneault en el año 2014, examinaron cuales habían sido las consecuencias generadas en adultos de 50 años haber sufrido acoso o intimidación cuando eran niños. Estos descubrieron que, el acoso predijo un funcionamiento psicosocial deficiente caracterizado por angustia psicológica y mala salud física a los 23 y 50 años, depresión y una función cognitiva más deficiente en las edades comprendidas entre los 45-50 años.
Estos hallazgos corroboran que la participación en el acoso, ya sea como víctima, perpetrador o ambos, puede afectar tanto la salud en general y el funcionamiento psicosocial posterior.
Con respecto al sexo, diversos estudios han demostrado que el acoso o el daño repetido e intencional que sufren los adolescentes tienen influencias más negativas en las mujeres que en los hombres, principalmente con respecto al desarrollo de síntomas depresivos en la edad adulta.
Con respecto a los hombres expuestos al acoso escolar, se ha encontrado que presentan dificultades interpersonales, lo que resultaba en timidez y miedo a la intimidad, lo que los limita a crear una relación íntima satisfactoria con el sexo opuesto (Sesar, et al., 2012).
Por otro lado, otros estudios han demostrado que los vínculos de amistad ejercen una gran influencia en las manifestaciones posteriores de los síntomas depresivos (Zwierzynska, et al., 2013). A este respecto, se ha encontrado que los adolescentes que son acosados y cuentan con un buen número de amigos, tienen más probabilidades de disfrutar de una buena salud mental en la edad adulta, en comparación con aquellos que tienen pocos.
Dado que los niños y adolescentes que son objeto de acoso escolar tienen más probabilidades de estar socialmente aislados, esto los lleva a no tener con quién poder refutar las percepciones negativas o las burlas de la cual es víctima. En consecuencia, las percepciones y los pensamientos negativos tienden a permanecer en el tiempo, pero es que, además verán obstaculizada su oportunidad para desarrollar la competencia social necesaria para establecer vínculos sociales.
Los adolescentes que no poseen las oportunidades para desarrollar la competencia social pueden ser más propensos a sufrir la sensación de impotencia o indefensión aprendida, el cual es un patrón cognitivo que suelen mostrar las personas con depresión. Como las víctimas pueden creer que no pueden detener el acoso, también pueden comenzar a creer que sus esfuerzos para afectar los resultados de otras situaciones serán ineficaces.
Si el acoso persiste durante un largo período de tiempo, los objetivos del acoso pueden comenzar a generalizar este sentido de incompetencia a otras áreas de sus vidas, lo que puede conducir a una baja autoestima y una mayor probabilidad de desarrollar depresión y ansiedad en la vida adulta (Sesar, et al., 2012).
Intervención
Las intervenciones diseñadas para prevenir la exposición al acoso escolar siguen siendo importantes para evitar la exposición prolongada a una experiencia que puede inducir ansiedad y depresión en la adolescencia, como en la edad adulta.
Las intervenciones deben tener presente que, si bien es cierto que el acoso escolar genera diversos problemas de salud mental, también en parte representa un “síntoma” de vulnerabilidades preexistentes en los niños y en los adolescentes, ya sea como víctima, agresor o acosador-víctima.
Lo anterior implica que cualquier esfuerzo de prevención no solo debe detener el acoso, sino también abordar a nivel individual las posibles vulnerabilidades preexistentes del adolescentes, pero garantizando en todo momento que los adolescentes expuestos al acoso infantil no sean vistos de ninguna manera como los responsables de que sean acosados, sino que deben enfocarse en que estos requieren un mayor apoyo para desarrollar todo su potencial, especialmente sus capacidades de resiliencia, y en consecuencia, mejorar su salud mental a largo plazo (Singham, et al., 2017).
Además, los programas deben ser intensivos e incluir:
- Reuniones de padres.
- Métodos disciplinarios firmes.
- Mejoras en la supervisión del patio de recreo.
- Debates en el aula.
- Trabajo en grupo.
- Cortometrajes sobre intimidación.
- Ejercicios de juego de roles.