Aunque la soledad en sí misma no tiene el estado de una enfermedad clínica, en las últimas décadas, una gran cantidad de investigaciones han explorado la relación entre la integración social y diferentes aspectos de salud. Dichas exploraciones han encontrado asociaciones con una variedad de problemas de salud negativos, que afecta tanto la calidad de vida como el funcionamiento general de una persona.
Los problemas de salud física y mental con los cuales se asocia la soledad son:
- Estrés
- Trastornos del sueño
- Aumento del riesgo de enfermedad cardíaca
- Aumento de riesgo de accidente cerebrovascular
- Depresión
- Ansiedad
- Suicidio
- Deterioro cognitivo
- Muerte prematura por cualquier causa
Con respecto a los ancianos o personas mayores, los estudios han informado que el entorno social ejerce un efecto protector constante sobre la depresión y el deterioro cognitivo (Cacioppo y Hawkley, 2009); ya que la participación en actividades sociales puede retrasar la aparición de la demencia debido al efecto que dichas actividades tienen en la estimulación mental.
¿A que nos referimos con soledad?
Como estado emocional, la soledad hace referencia a la ausencia de apego a una persona especial o amada, mientras que la soledad social se refiere a la ausencia de una relación significativa en la vida de la persona y la falta de conexión o satisfacción con las redes sociales que se tienen.
El apoyo social se puede dividir en cuatro categorías que incluyen:
- Apoyo emocional
- Apoyo tangible
- Apoyo informativo
- Apoyo de compañía
Las medidas pueden ser objetivas, como los arreglos de vivienda, el número de contactos y la presencia de los cuidadores, o subjetivas, como los sentimientos de pertenencia y el apoyo social percibido.
Cuando las personas mayores carecen de alguno de estos tipos de apoyo, esto repercute notablemente en su estado de salud, sin embargo, la angustia subjetiva de la soledad puede ser una medida más importante de sufrimiento y peor calidad de vida que medidas objetivas de aislamiento social o falta de apoyo (Perissinotto, et al., 2012).
Con respecto a lo anterior, los estudios han venido informando acerca de una asociación directa entre la soledad y el deterioro cognitivo, el cual puede progresar a demencia o enfermedad de Alzheimer y, en consecuencia, generar problemas en la capacidad del individuo para funcionar de forma independiente y realizar actividades de la vida diaria, como por ejemplo: no comprender las instrucciones sobre la medicación que debe tomar, el manejo de las finanzas, la organización del transporte y la preparación de alimentos (Boss; Kang; Branson, 2015).
Por otro lado, también se ha encontrado que las personas mayores solitarias, además de que son más propensa a percibir los eventos diarios como estresantes (Turner, 1989; Cacioppo, 1994), tienen más probabilidades de experimentar pensamientos negativos y expectativas menos positivas con respecto a sí mismos y la vida en general, lo que empeora aún más la sensación de soledad (Krause, 1991; Mann, 1997).
Últimas investigaciones
Con respecto a la actual pandemia de coronavirus (COVID-19), se ha encontrado que más adultos mayores, especialmente aquellos que se infectaron con el virus, experimentaron un aislamiento a largo plazo y mostraron un mayor riesgo de desarrollar demencia (Dahlberg, L. 2021); al igual que los que se quedaron viudos.
Lo anterior, va en la misma línea de otro estudio publicado en marzo del año en curso, en la revista Alzheimer’s & Dementia, el cual informa que las personas de mediana edad que se sienten solas de forma persistente tienen casi el doble de riesgo de desarrollar demencia o enfermedad de Alzheimer (Akhter‐Khan, et al., 2021), debido a la falta de estimulación mental que se obtiene a través de las interacciones sociales y del mundo externo en general.
Con respecto a la viudez, el estudio anterior también valoró la soledad transitoria e informó que, si bien es cierto que la viudez genera altos índices de soledad, esto no necesariamente implica que haya una asociación directa, sino que los efectos negativos para la salud y el desarrollo de demencia, dependerá más de cómo las personas viudas se adapten al duelo. A este respecto, encontraron que los viudos vulnerables en comparación con los viudos psicológicamente resilientes, tienen niveles más bajos de soledad y responden mejor a los cambios cerebrales relacionados con la edad (Akhter‐Khan, et al., 2021), como el deterioro cognitivo.
Es importante resaltar que el tamaño de la red social no tiene ninguna asociación con la percepción de la soledad emocional, ya que una persona que está socialmente aislada puede no sentirse necesariamente sola (Ye et al., 2012), mientras que una persona rodeada de redes sociales sí puede sentirse sola, lo cual puede afectar su salud a través de mecanismos biológicos, pero no sociales (Steptoe et al., 2013).
Por otra parte, muchas personas adultas cuando se sienten solas buscan cosas qué hacer o buscan alguna actividad social en la que puedan entrar en contacto con otras personas como, por ejemplo, hacer más ejercicio, salir con amigos o inscribirse a clases de baile, es decir, están solos, pero se van sintiendo menos solos (Qiu, 2021), y esta soledad transitoria es la que los protege mental y emocionalmente contra la demencia o cualquier otro tipo de enfermedad.
Lo novedoso de los últimos estudios, es que están indicando que vivir solo no se asocia directamente con el riesgo de demencia o Alzheimer, sino que la soledad podría ser más bien un estado mental, que algo impuesto a una persona por sus circunstancias; ya que puedes vivir solo y no sentirte solo, o puedes estar rodeado de gente y aun así sentirte emocionalmente solo (Sexton, C., 2021).
Por tanto, se necesitan más estudios para diferenciar realmente si es la soledad lo que importa o, por el contrario, hay que abordar el aislamiento social como tal, y con base en esto definir cuáles son las intervenciones que hace falta diseñar (Sexton, C., 2021).