Alberto Ray – AlbertoRay.com
Cada enero, el diccionario Collins de lengua inglesa presenta el ranking de las 10 palabras más buscadas del año anterior. En 2022 la palabra ganadora fue “Permacrisis”. Se refiere a un término que describe un período o situación prolongada de inestabilidad e inseguridad.
Para serles sincero, yo nunca había escuchado esta definición, y lo primero que me vino a la mente al conocerla fue cómo se contraponía con en el concepto de crisis tradicional, que es de carácter temporal y tiende a resolverse en lapsos relativamente cortos. Sin embargo, la noción de permacrisis implica desafíos continuos y sostenidos que afectan aspectos de la sociedad y la economía, pero sobre todo, tienen un impacto muy profundo para la seguridad de las organizaciones.
Asumir que una o varias crisis se sostienen indefinidamente en el tiempo puede resultar tremendamente perturbador para quienes trabajamos en el campo de la seguridad, y tenemos responsabilidades de lidiar con situaciones impredecibles que emergen sin previo aviso y para las cuales, usualmente, no se cuenta con preparación suficiente.
El estado de permacrisis tiene el poder de convertirse en una especie de destornillador psicológico de individuos y organizaciones ya que, al ser una condición de tensión sostenida, cala hasta la psique individual y colectiva, lo que reduce sensiblemente las capacidades de proactividad y resiliencia necesarias para mantener los niveles de alerta frente a riesgos, llevando así a los responsables de la seguridad y otras áreas en la primera línea de defensa de las organizaciones a un estado general de burnout o agotamiento por desgaste.
Esta condición de estrés sostenido derivada de la permacrisis se nos ha querido vender como la nueva normalidad y frente a ella estaríamos obligados a adaptarnos y responder con la misma intensidad, ya que, de lo contrario, no podríamos estar a la altura de los desafíos de la seguridad. Bajo esa visión, sencillamente sería imposible sostener de forma eficaz una organización, pues no existen herramientas humanas que puedan resistir elevados niveles de alerta por tiempos indefinidos.
Si bien, la tecnología a través de la Inteligencia Artificial hoy puede reaccionar a estados de permacrisis, en la realidad, no todas las capacidades de respuesta están automatizadas y en algún momento, somos los seres humanos a quienes nos corresponde asumir las responsabilidades, convirtiéndonos en los puntos calientes del sistema, con altas probabilidades de fallar.
Quizás la primera acción organizacional frente a las permacrisis es adquirir conciencia que estamos inmersos en ellas, y que actuando de manera convencional no vamos a resistir demasiado. Lo que se requiere, por tanto, es un nuevo marco referencial con nuevos parámetros para accionar. Aquí cabe muy bien la analogía importada de las artes marciales; y es que las organizaciones deberían ser como el agua, que en su estado de máximo reposo está en capacidad instantánea de propagar ondas ante el más leve roce de su superficie.
Llevado a la práctica, pienso que se trata de un nivel superior de resiliencia organizacional, en el cual los equipos deben prepararse en el mindset de las crisis prolongadas, administrando sus energías y sus recursos, lo que implica gestionar una variedad de situaciones en constante cambio y adaptarse de manera continua para asegurar no sólo la supervivencia sino la sostenibilidad viable de sus operaciones.
Otro aspecto que es necesario abordar en estos estados de crisis prolongadas es la capacidad organizacional de gestionar riesgos de manera continua, y no como eventos esporádicos. Las empresas tendrán que establecer procesos ágiles para identificar, evaluar y mitigar riesgos sostenidamente en el tiempo. Esto se traduce en que la gestión de riesgos se convertirá en una actividad fundamental para anticipar y abordar los problemas que puedan surgir en un entorno en constante cambio. Para lograr este objetivo, la seguridad de las organizaciones tiene que evolucionar a un modelo más avanzado y estratégico, sin dejar de hacer lo básico en su función de proteger activos.
Resulta evidente que los ajustes que deben hacer las organizaciones frente a las permacrisis no son meramente tácticos. Este esfuerzo va a requerir que se revisen las prioridades estratégicas, así como desarrollar la planificación a mediano y largo plazo con más capacidad de adaptación y flexibilidad. Aquí entran en juego otros elementos tales como; la posibilidad de innovar frente a las variaciones del entorno, el ajuste de las estructuras organizacionales hacia modelos más móviles y el poder comunicar efectivamente los cambios.
Es importante tener en cuenta que las implicaciones de una permacrisis varían de acuerdo con la interpretación y el contexto en el que se utilice el término. La capacidad de las organizaciones para enfrentar y adaptarse a una situación de estrés sostenido dependerá en gran medida de sus destrezas de planificación estratégica, resiliencia y proactividad en la gestión efectiva de riesgos.
En esta nueva era de riesgos líquidos en la que hemos entrado y ya no podemos volver atrás, pienso que va muy bien la frase que una vez leí del profesor Coimbatore Krishnarao Prahalad:
“El liderazgo no es una extrapolación de la situación actual hacia el futuro, se trata más bien de imaginar el futuro… se es líder porque se lidera con orientación al futuro.”