Desde el séptimo piso, por Faber Bedoya C
La vida nos dio el privilegio de presenciar muchos inventos, cuando los inventaron, es decir, eran experimentos, muchas dudas, hubo poblaciones que se negaron a aceptar esos adelantos, “obra del diablo serán”.
Nuestro primer contacto con una maquina fue con el ariete. Una bomba automática, que utilizaba la caída de agua para subirla a una mayor altura. Sin combustible. Nosotros íbamos y empujábamos el émbolo para ponerlo a funcionar y salíamos corriendo a ver quién llegaba primero, si el agua o nosotros. Siempre nos ganó el ariete.
También las peladoras de café a motor, de gasolina, que nos facilitó el trabajo, pues este se hacía dando manivela a la máquina, por la fuerza del brazo de los trabajadores, y nosotros nos sentábamos a ver como trabajaba sola, sin ayuda humana. Una maravilla, las ayudas tecnológicas de la época. O ir a Montenegro a conocer el telégrafo. Mi madre, de señorita, fue la primera telegrafista del pueblo. Veía los mensajes escritos en clave Morse y los traducía.
Nos montábamos en los jeeps Willis y automóviles Ford, modelo 48, buses escalera, camiones, pero lo que nos emocionaba sobremanera era montarnos en el ferrocarril o en el auto ferro, y ver los aviones volando por nuestros aires, hasta que los vimos en el aeropuerto El Edén, porque fueron muchos los domingos que nos íbamos para allá, a ver llegar y salir uno de los dos vuelos que aterrizaban en Armenia. Conocer el teléfono, oir las voces de las personas desde lejos, era del otro mundo, o comer helados hechos en neveras. De verdad, fuimos montañeros de pura cepa.
Pero en Armenia al finalizar la década de los cincuenta había muchas fábricas y con procedimientos automáticos o ayudados por maquinas eléctricas. Maizena, fundada por don Vicente Giraldo, quien también fundó las Industrias Vigig, que comprendían talleres de fundición para la fabricación de arietes hidráulicos, trapiches, despulpadoras y otros elementos para el beneficio del café. La jabonería, con sus productos, jabones La campana y Lavadora, el Caspidosán y el Afeitol. Los talleres de impresión Gráficas Vigig, fabricante, entre otros, de los cuadernos Gráfica y se editaba el semanario “Satanás” dirigido por Alfredo Rosales. También nacieron en Armenia las Industrias de cuero Trianón, de don Enrique Samper; Confecciones Leonisa, de los hermanos Urrea, industrias de blue jeans Mayela, de Gómez hermanos, pañuelos Román de Mauricio Lerer, fábrica de Gaseosas Quindío, de don Marco Londoño, productor de la gaseosa Forzán, gaseosas Regional de Oscar Jaramillo O’Brien, y las gaseosas Posada Tobón. Después se transformarían en Postobón. Los talleres Indumetal, fabricantes de estructuras metálicas, tanques y productos metal mecánicos. Y fue Bavaria fundada en 1889, la fábrica insignia y la que más duró en Armenia, y la última en dejar la ciudad. Tenía un producto que se llamaba Maltina, que la tenían que tomar todas las embarazadas. Todavía quedan ruinas de esta fábrica que nos están recordando lo que un día, significó para la ciudad.
En la década del 60 al 70 ocurrieron en nuestras vidas hechos que nos cambiaron de la noche a la mañana, la concepción del mundo. Empezamos, gracias a la radio y a la televisión, a conectarnos con Colombia y el mundo. Aparecieron las máquinas calculadoras y las registradoras en los almacenes. En 1962 aparecieron en el mundo los Beatles, conjunto de Liverpool, integrado por John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr, y cambiaron todas las costumbres musicales y socio culturales de la época. El 22 de noviembre de 1963 asesinaron a John F. Kennedy, y lo vimos por televisión. El jueves 22 de agosto de 1968 en las horas de la mañana arribó al aeropuerto El Dorado el papa Paulo VI. El 16 de julio de 1969, vimos la llegada del hombre a la Luna, en vivo y en directo, en la casa de los suegros de mi hermana. Tres mundiales de fútbol, 62, ganado por Brasil, 66, Inglaterra y el siempre recordado mundial de México 70, campeón, el incomparable Brasil. La victoria de Fidel Castro en la Sierra Maestra de Cuba, al final de la década del 50.
Todo lo veíamos cuando estaba sucediendo, y ya pasamos del asombro a la aceptación. Calculadoras modernas que hacían muchas operaciones y rápidas. máquinas de escribir eléctricas, silenciosas, que parecía que escribieran solas. Las registradoras de los almacenes, de los bancos, la compra de los tiquetes aéreos. La verdad nos fuimos metiendo en el baile de la modernidad, no la eludimos, ni la rechazamos, nos llenamos de coraje y la involucramos a nuestra vida diaria. Sin temor al cambio, estábamos en la jugada. Y en un abrir y cerrar de ojos todo se modernizó. Del setenta al ochenta se desgranaron todos los adelantos tecnológicos que parecían que estuvieran represados para nosotros. Y apareció el computador, grande, se necesitaba una pieza, para darle albergue a ese adelanto tecnológico. O los pequeños de mesa, y después los computadores personales. Todo fue seguidito. Y al ratico el celular, y allí si empezamos a rezagarnos, era muy alto el voltaje para estos mayorcitos de edad. Todo se automatizó, se robotizó. Un celular que lo hacía todo, es el colmo.
Todos esos adelantos que conocimos de niños, de jóvenes, de mayores, son pequeños ante las aplicaciones de la inteligencia artificial, O como dice mi dilecta amiga, Pastorita, “la inteligencia artificial lleva a las máquinas la capacidad de razonamiento basados en algoritmos y esa condición no la tiene la automatización que se ha vivido hasta ahora”. Y ahora si nos quedó claro, la IA es un desarrollo cognitivo.