Por: Andrés Macías Samboni
En la sociedad actual, asistimos a una transformación constante que, lamentablemente, ha traído consigo la percepción de que los valores axiológicos, en especial el respeto, se han extraviado en las nuevas generaciones. En este contexto, surge una interrogante crucial: ¿quién debe asumir la responsabilidad de inculcar estos principios fundamentales en la formación de los jóvenes? La respuesta, según mi perspectiva, recae principalmente en los padres, más que en las instituciones educativas.
Es innegable que las instituciones educativas desempeñan un papel crucial en la socialización y educación de los individuos, su función principal es brindar conocimientos académicos y desarrollar habilidades. Sin embargo, no pueden asumir la responsabilidad total de la enseñanza de los valores axiológicos, pues esos pilares éticos que sustentan una sociedad armoniosa, no pueden depender exclusivamente de las aulas de clases. La responsabilidad de infundir el respeto y otros valores recae, en primer lugar, en el núcleo familiar.
Los padres son los primeros modelos a seguir para sus hijos. Son ellos quienes tienen el mayor contacto y la mayor influencia sobre sus hijos. Desde la infancia, los pequeños absorben el comportamiento y las actitudes de quienes los rodean, y en este aspecto, los padres son figuras insustituibles. El respeto no solo se enseña con palabras, sino con acciones diarias. La manera en que los padres interactúan entre sí, con sus hijos y con los demás, establece un patrón que los niños interiorizan y replican en su vida cotidiana.
Asistimos a una era donde la tecnología y la globalización han expandido el acceso a la información, pero al mismo tiempo, han creado un distanciamiento en las relaciones interpersonales. La empatía, la cortesía y el respeto hacia las opiniones divergentes parecen desvanecerse en un mundo cada vez más polarizado. Aquí es donde los padres desempeñan un papel crucial al enseñar a sus hijos a convivir en la diversidad y a valorar la importancia de respetar a los demás, independientemente de sus diferencias.
Aunque las instituciones educativas deben complementar este proceso, su capacidad de influencia es limitada. La educación en valores es un trabajo continuo que se construye día a día en el hogar. Los padres no solo transmiten conocimientos, sino también un conjunto de principios éticos que guiarán las decisiones y acciones de sus hijos en el futuro. Tengamos en cuenta que, “sin sentimiento de respeto, no hay forma de distinguir los hombres de las bestias”.
En conclusión, la pérdida percibida de valores axiológicos, en especial el respeto, en las nuevas generaciones es un llamado de atención para los padres. La responsabilidad de cultivar estos valores recae en la esfera familiar. Si queremos ver un cambio significativo en la sociedad, es crucial que los padres asuman activamente el papel de guías éticas, modelando el respeto y la empatía, para forjar individuos que contribuyan positivamente al tejido social. Las instituciones educativas pueden contribuir, pero la semilla del respeto debe ser sembrada en el hogar.