Por Manuel Gómez Sabogal
Pasan los años y los amigos no se olvidan. Pasan los años y los buenos recuerdos siguen intactos. En estos días, estuve rememorando cuando fui docente de adultos a mis 20 años. Personas mayores que estudiaban primaria. Me encantaba estar entre ellos y practicar lo que me encantaba para que aprendiéramos entre todos.
Eran sesiones maravillosas de 6 a 8 de la noche, donde funcionaba el colegio de Santa Teresa de Jesús. Adultos deseosos de progresar y ser mejores. Fue un año muy especial.
Más adelante, algunos años después, Arlés Ramírez Zapata, rector de la Normal Nacional y Juan de Dios Alzate, me invitarían a ser docente de maestros relacionados con la secretaría de educación.
Era docente en la Escuela Normal Nacional y esas nuevas sesiones de enseñanza serían los sábados en la mañana.
48 alumnos agradables, interesantes y que soñaban con ser cada día superiores a ellos mismos. Me encantó trabajar con ellos. Las sesiones de español eran maravillosas, gracias a todos los asistentes. Puntuales, juiciosos y a veces, convertidos en un grupo de adolescentes. Terminadas las sesiones, me quedaba conversando con algunos, hasta culminar las reuniones o clases sabatinas.
Un personaje se destacó siempre por todo: Alberto Rodríguez. Preguntaba, charlaba, hacía recocha, era amigo del grupo y gran persona, además de muy inteligente.
Alberto ni tomaba apuntes. Revisaba los libros de clase, hacía los ejercicios y con eso sentía la satisfacción de haber hecho todo.
Tiempo después, en 1993, tuve la locura de crear el Instituto Colombo Británico y debía tener todos los permisos que se requerían. La secretaría de educación enviaría a dos supervisores a revisar todo lo relacionado con locación, incluyendo los elementos necesarios para el funcionamiento de la institución.
Ahí apareció nuevamente Alberto Rodríguez, acompañado por Rodrigo. Ya no era yo el docente de español, sino a quien iban a supervisar. Papeles, preguntas, revisión y a esperar resultados para poder iniciar labores. Es decir, dos personajes serios, responsables y muy puestos en su sitio para hacer su labor.
Admiro siempre en las personas el que sean honestos, serios, responsables en su trabajo. Y tanto Alberto como Rodrigo, eran esa clase de personas. Después de todos los requisitos, la institución fue aprobada. Alberto Rodríguez y yo resultamos siendo amigos, más amigos que antes.
Hace unos días, me encontré con Carlos Alberto el hijo, a quien pregunté por el viejo. Gracias a Dios está bien, me dijo. Me dio su tarjeta y en ella venía el número telefónico. Decidí escribirle al WhatsApp ese mismo día para pedirle la dirección, pues deseaba visitar a Alberto, porque hace mucho tiempo que no se deja ver. Alberto caminaba por el centro de Armenia, pero ya no lo hace. Desde la pandemia dejó de recorrer el pueblo.
Luego de intentos fallidos para visitar al buen Alberto, convinimos que el sábado siguiente en la mañana, iría a visitarlo, pues en la tarde saldrían de viaje, debido al puente festivo. Ni corto ni perezoso, organicé mi visita para ese día.
Fue un encuentro maravilloso. No podía faltar el abrazo de visita de largo tiempo sin vernos. Charlamos al calor de un café, recordamos viejos y especiales momentos. Nos reímos un buen rato.
Además de Carlos Alberto, su hijo, estaba otro familiar y la señora Marleny, quien les colabora en los oficios de la casa.
Departimos y las historias surgieron para dar paso a muchos recuerdos de épocas que ya no volverán, pero quedan en la memoria para siempre.
Tomamos algunas fotos y despedida para una nueva ocasión, que, espero se de muy pronto. Ahora, Alberto recibe visitas de sus familiares cercanos, en especial de los nietos y bisnietos quienes lo adoran por ser un gran abuelo.
Mi agradecimiento a Carlos Alberto, quien es el bastón del buen Alberto. Sé que pronto volveré, si Dios quiere, porque son muchos más los momentos para recordar.
El buen Alberto laboró muchos años como supervisor. Y las recompensas fueron muchas, gracias a Dios, pues es un ser muy especial para quienes lo conocemos.
El buen Alberto vive bien y es feliz con su bella familia. El buen Alberto está ahí. Gracias por ser quien es…