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Por Faber Bedoya Cadena
Nosotros crecimos con fantasmas, brujas y duendes, propios. Los muertos se nos aparecían, frecuentemente nos asustaban. Era el mejor remedio para los infieles y los borrachitos y el caldo de cultivo de los guaqueros, donde aparecía un espanto había una guaca o un “entierro”. En especial en Semana Santa, aparecían en lejanía unas luces, las seguíamos, se señalaban y al otro día con media lunas, y regatones, se hacían grandes hoyos en la tierra. A veces se sacaban piezas de oro, pero generalmente eran ollas de cerámica. Lo que no faltaban, eran los cuentos, historias, anécdotas, verdades imaginadas, fantasías, auténticas experiencias de los mayores, lo que fueran, era mucho el miedo que nos causaban y esas noches no dormíamos solos, siempre al rincón de los papás. Los duendes los hacíamos nosotros con una sábana blanca. Los fantasmas constituían un imaginario colectivo. Toda esa existencia sobrenatural de personajes, hacían parte de nuestro conversar diario, mejor, nocturno. Puro esoterismo criollo, metafísica campesina. Teatrinos de sombras, adrenalina barata, desbordante imaginación, que nosotros creíamos.
Una noche, afortunadamente ya perdida en la memoria, aparecieron otros fantasmas, de carne, hueso, revólveres, escopetas y machetes. Nos obligaron a los niños y mujeres a dormir debajo de los árboles de café. Quemaron las casas, nos desplazaron y crecimos en la ciudad, sin comprender, también afortunadamente, lo que pasaba. Solo tenemos vagos recuerdos, mejor así. Se llamó violencia, pero a renglón seguido, conocimos la paz. Fue el periodo del frente nacional en los años 1958 a 1974, pero dicen los que saben, que se prolongó más años. Fue prueba superada, surgieron líderes, recuperamos la fe, progresamos, constituimos familia, sociedad, creamos empresas, generamos desarrollo y lento pero seguro, salimos adelante, liberándonos de ese fantasma de la violencia partidista.
Una noche, que aún no ha terminado, aparecieron compañeros de estudio, amigos de barrio, desconocidos, en carros lujosos, comprando fincas, casas, discotecas, conciencias, partidos políticos. Infiltrando todo, no importaba el precio. Dinero fácil, capitales golondrinas, empresas de fachada. Aparecen y desaparecen. Pero no venían solos, traían secuaces, compañeros, y extendieron su poderío a lo largo y ancho de la geografía de nuestro país, donde se reproducen como generación espontánea. Son verdaderos fantasmas armados, motorizados, camuflados, elegantes, socios de los clubes, seductores y con altísimo poder de convicción. Están en todos los rincones de la sociedad, de muy buen gusto. Trajeron progreso y sembraron el camino de cruces, la mayoría inocentes. Los niños crecieron en ese ambiente, lo vivieron de primera mano, sirvieron a jefes desconocidos, trabajaron para ellos y disfrutaron las mieles de una vida sin futuro. Eran las décadas duras de 1980.
Nosotros teníamos incubado en nuestras montañas un fantasma con vida propia, había nacido en 1964, y su deceso oficial fue el 24 de agosto del 2016. Y Colombia entera creyó en su defunción, en especial nosotros los nacidos con fantasmas propios, creímos. Pero como seres extrasensoriales se reprodujeron, renacieron, aparecen, desaparecen, sembrando, otra vez, nuestros campos de cruces. Solo que en esta ocasión todo es muy moderno y se hace desde un celular, sin importar el sitio donde se encuentre el distinguido personaje. Ignoramos si nos espera buen viento y buena mar, en este camino que emprendemos cada día.
Lo que si es cierto es que nos enfrentamos a un gigantesco, enorme, descomunal fantasma, moderno, informático, virtual, sin nombre o con seudónimos, con perfil maquillado, uno para cada ocasión. Se miden por seguidores. Hay bodegas. Sin fronteras, están a un click de nuestras vidas. Son grupos. No es sino decir que quieres, se le tiene. Te citan, asistes, te enganchas, no sales. Paginas prometedoras, sin ningún compromiso, das un número de cuenta, la abres por una aplicación, está en tu celular, allí te consignamos, o nos consignas. Como la o lo quieras, te asignamos una cita, acudes, disfrutas, puede ser la última farra de tu vida, tomas licor, no sabes nada más, tus depósitos desaparecen. Afortunadamente despiertas vivo, no sabes donde, sin nada. Solo recuerdos vagos. El sitio donde estuviste si lo tienes presente, habías ido muchas veces. Pones un denuncio, bloqueas las tarjetas, no sabes cómo ni con qué ir a la casa. Y qué dirás. Todo esto es esoterismo verdadero, metafísica ciudadana, mejor dicho, te atracaron. Es la otra ciudad, que construyen los que creen que la seguridad es cuestión de las autoridades y no de cada uno. Esto solo se cree cuando le ha pasado a un allegado.
No podemos salir a la ciudad a ciertas horas y a ciertos lugares, ni a los parques. La ciudad es en el barrio donde vives. Las paredes de tu casa son tu fortaleza. Pero tienes celular, estas conectado, eres ciudadano del mundo. No hay, no puede haber privacidad. Tu móvil se convirtió en tu dueño, también te puede dar la anhelada libertad. Otra, como tantas veces nos dijeron los abuelos, depende de ti.