Por Manuel Gómez Sabogal
Las sorpresas llegan todos los días. Cada momento es especial. Los minutos dejan historias y las horas son maravillosas. Isabella y yo salimos a caminar y nos encontramos con muchas personas. A todas, las saluda con mucha energía, alegría, simpatía. Se convierte, en un instante, en íntima amiga de quienes están con ella.
Claro que mis sufrimientos al levantarme o al hacer siesta, son grandes. En la mañana, llega Isabella, me apachurra estando aun dormido y me hace despertar, levantar y salir rápido.
Quería hacer una siesta agradable, pues el cansancio no me dejaba y decidí acostarme un buen rato. Sin embargo, a los diez minutos, entró, me apachurró, brincó, me hizo “la llave noqueadora” como dice ella, rebotó, se paró encima, me tiró al piso y acabó conmigo. El afán, ir a la biblioteca infantil.
Primero, la llevo a la biblioteca infantil de la Universidad del Quindío, porque tiene taller de manualidades. Vamos conversando y le pido que cuando termine me acompañe a la oficina. Accede y después, al regreso, me muestra lo que hizo. Una pregunta y cuatro respuestas.
¿Qué te hace feliz?
- Mi familia me ama.
- Me voy para Canadá.
- Tengo a Kyra.
- Voy a esquiar
Un estudiante en mi oficina con su tableta. Isabella le pregunta: ¿“es tuya”? ¿”La puedo usar”? ¿”Tiene juegos”? El joven no atina a contestar, pues sus preguntas salen todas sin esperar respuesta inmediata. Al final, un “sí” le encanta, pero el joven tiene un juego de personajes. Isabella lo adivina y empieza a jugar con él. Otros estudiantes intervienen y también tratan de adivinar sobre los personajes, pero Isabella siempre está al tanto y les cuenta acerca de sus más reconocidos, entre ellos, les habla de Shakira, su favorita.
Luego, entra a otra oficina, saluda, pregunta, conoce, abraza y cuenta que se va para el Canadá a esquiar.
La invito a tomar algo y nos sentamos a conversar, pero ella es quien habla. Yo no puedo modular palabra, porque no me deja intervenir. Quiere expresar sus opiniones y contar sus historias a su manera. Recuerdo que es mujer y ahí está la respuesta.
Al final, pido la palabra y la invito a una exposición de pintura en Unicentro. Se anima porque es allí, pero le advierto que no vamos a comprar sino a ver unos cuadros pintados por una amiga que se llama Catalina. Acepta y nos vamos caminando. No para de hablar mientras arribamos a Unicentro.
Subimos al segundo piso, llegamos al sitio señalado y empieza a revisar cada cuadro como si fuese una experta. Luego, me dice: “Abuelo, quiero que me tomes una foto con la pintora”.
Llamo a Catalina y se toma la foto anhelada.
Está cansada y regresamos despacio. Quiere llegar a dormir. Le digo que se acueste, pero antes, le pregunto:
– Isa, ¿Por qué a la gente la tratas con tanto cariño y a mí me pegas, me apachurras, saltas, brincas encima, me aprietas, me callas y me tratas tan duro?
– Abuelo, tú no eres gente, tú eres mi abuelo…