Manuel Gómez Sabogal
Dos amigos se encontraron en Inglaterra por cosas del destino. Uno se había ido a hacer un posgrado y el otro llegó a un curso, porque se había ganado una beca.
Como en esa época no había celulares ni whatsapp, se comunicaban por teléfono fijo o postales. Y así era fácil establecer comunicación y quien se hallaba en Penzance, a pocos metros del Lands End, en la tranquilidad en Cornwall, llamaba al amigo en Ealing, al oeste de Londres, para que lo visitara y probara los exquisitos manjares que día a día recibía en la familia donde se hallaba.
Un día, el amigo de Londres decidió ir a Cornwall. Viajó en tren, tranquilo, calmado y con buen tiempo. Su amigo en Penzance lo recibió con gran alegría, pues se sentía muy solo. Ya la familia sabía que llegaba la visita de Londres.
Esa noche, frugal comida. Rara, extraña. Ramas, no verduras. Un plato especial con especies que no había visto ni probado antes. Al terminar la comida, sin terminar, decidieron salir a caminar.
- ¿Te das cuenta de lo que me dan?
- ¿Siempre?
- Casi siempre. Así es la comida. Lo dijo con la tristeza desparramada por todo el cuerpo.
- Pues hermano, busquemos un sitio para comer…Como no habían comido, porque dejaron casi todo y el amigo también tenía apetito todavía, buscaron un buen sitio para compartir y lo hallaron.
Al día siguiente, recorrieron ese bello pueblo o la esquina del Lands End. Disfrutaron el día y el amigo de Londres decidió regresar, porque era domingo y el lunes a clases. Sin embargo, quedaron de acuerdo para salir a Europa en vacaciones.
Y se fueron a recorrer Europa en tren. Lo primero, Francia. Estuvieron en París. Visitaron Trocadero y tomaron fotos (con cámaras viejitas) en la Torre Eiffel.
Viajaron a Italia. Llegaron a Venecia y durmieron en la estación. Al día siguiente, sitios, lugares interesantes, la plaza de San Marcos y las glándulas.
Luego, estuvieron en la bella Roma el 31 de diciembre, justo para la misa del papa Juan Pablo II. Allí, buscaron alojamiento en casa de familia. Muy agradable la dueña de casa. Como el italiano era escaso, la comunicación se hizo fluida, de pronto, uno de los amigos soltó esta perla: “Siñora, il bottone se ha desprendito”, pues se le había caído un botón de la camisa. Y como la señora era italiana, inmediatamente le entendió y le pasó aguja e hilo. “Si ve, hermano, me entendió”. Gajes del idioma, pensó el otro.
Roma fue increíble. Un paseo genial hasta cuando decidieron viajar a España. Nuevamente, tomaron el tren y al pasar por Pisa, se bajaron y uno de ellos vio que la torre estaba inclinada. “Qué malos arquitectos e ingenieros”, pensó. No se demoraron allí, pues debían tomar el otro tren para Barcelona…
Definitivamente, era genial ir en tren por Europa, pues podían bajarse en un sitio y continuar el periplo en otro tren que pasara más tarde, sin problema alguno con respecto al tiquete.
«In illo tempore», viajaban dos jóvenes colombianos por Europa en el tren y sin suficiente dinero para darse el lujo de comprar tiquetes de primera clase, pero resulta que por equivocación se embarcan en un vagón súper lujoso… y resulta que una «samaritana» italiana les dice «tranquilos que yo les pago el tiquete», y uno de ellos responde dizque «nooooo, cómo así, no nos pague el tiquete, mejor nos bajamos aquí…»
“Todavía estoy aguantando frío en esa estación…” Y eso fue en La Spezia. Allí, se bajaron a esperar otro tren, gracias al decente amigo.
Lo que uno de los amigos no vio fue la importancia del tren en el recorrido por Europa. Claro, como aquí no hay tren, no se puede recorrer el país o la región, observando el paisaje desde otro ángulo.
«Una historia es como un tren en movimiento: no importa dónde subas a bordo, estás obligado a llegar a tu destino tarde o temprano».
Khaled Hosseini