Desde el séptimo piso, por Don Faber Bedoya
Cuando mi abuelo Noé murió en 1963, entre sus pertenencias personales que encontramos, había innumerables billetes de la lotería de Manizales, en el cajón de una mesa con gavetas que tenía en su pieza. Era una casa muy grande, con seis piezas, comedor, sala de estar, y desde siempre lo conocimos viviendo en esa pieza amplia, espaciosa, y solo tenía una cama, un escaparate, un nochero y una mesa que servía de escritorio, – no recuerdo haberlo visto durmiendo en la pieza principal con la mamita Rafaela -. muchos tabacos y una botella de aguardiente a empezar, porque esos eran los tragos de cada mañana, acompañados del tinto preparado por misia María Nieves. Precisamente esa mañana, del día que murió, un jueves a la una de la tarde, empezó esa botella, se fue para el cafetal, a todos les dijo que a las dos de la tarde tenía un compromiso en la Caja Agraria, hay que revisar el alambrado de los linderos, porque venía un Inspector a verificar las medidas y estado de la finca, para un préstamo grande. Eran 164 cuadras en café, plátano, pastos y frutales, en su mayoría plana, y medio ondulada, con mucho monte, guaduales y dos nacimientos de agua.
Salió para el cafetal acompañado de Gregorio, trabajador de confianza y quien se decía hermano de crianza de mis tíos. Hacia las once de la mañana le dió un vomito de sangre, y Cardenio su hijo médico, que hacía días estaba en la finca, sembrando tabaco, en un año sabático, le auxilió y su diagnóstico no fue bueno, “si a mi papá le da otro vómito así, se nos muere”. Salieron para el hospital, aquí en Armenia, que quedaba detrás de la catedral, lo atendieron, le hicieron los exámenes de la época, y confirmaron el diagnóstico del hijo médico. “mijo acuérdese que tengo que estar en Montenegro en la tarde, afánese pues”. No pudo cumplir la cita, porque a la una de la tarde, le dio otro vomito muy fuerte, y se murió, muy tranquilo, sereno, apacible, no se dio cuenta que su existencia se apagó, preocupado por la cita con la Caja Agraria. La fue a cumplir en el cielo, porque bueno si fue, una ejemplar persona, digno representante de los patriarcas de antaño, los forjadores de esta tierra quindiana. A la abuela y los tíos les dejó una tierra grande, de 164 cuadras, libre de hipotecas, deudas, sin hijos naturales, muchos hermanos de crianza, porque en la finca encontraban posada todos los que se decían familiares de mi abuelo, y no tenían donde pasar la noche, que se prolongaba por días, semanas o meses, siempre había trabajo y un lecho donde dormir.
Dios me dio la oportunidad, como nieto mayor, de ayudar en todos los inventarios de los enseres y pertenencias de don Noé. Era muy poco, nada, solo un vestido nuevo, curtido por los años sin uso, alpargatas, unos zapatos viejos, varios botines, y un par nuevo, un carriel ya muy viejo, y todo lo que contenía nos lo repartimos entre varios primos, un tío nos regaló todo. Y llegamos a la gran cantidad de billetes de lotería de Manizales. Nunca se supo si ganó, si los revisó, pero esta vez tampoco los miramos, en una bolsa de papel se fueron para la basura.
Nosotros no supimos que el abuelo fuera gran jugador de dado, que era lo usual en la época, pero si jugó naipe o “tute”, todas las noches, como sí lo fueron varios de nuestros tíos y familiares muy cercanos a nosotros. Muchísimas veces los llevaron a la cárcel por protagonizar escándalos en mesas de juego o después de las jugarretas. Los metían a la “guandoca” y el abuelito iba y los sacaba, había que pagar una multa, que consistía en bultos de cementos, tantos como fuera de grave la falta cometida. Entre ellos, fue destacado contribuyente, quien años más tarde, fuera nuestro padre. Decían las malas lenguas que entre los Bedoya, Acevedo, Castaño, Loaiza y otros muy pocos, pavimentaron la plaza de Montenegro. Estos, si fueron jugadores de verdad, ganadores de grandes sumas, supimos de fortunas perdidas gracias al juego. Familias destrozadas por pérdidas, huidas espectaculares del pueblo, por no poder pagar. Aquí si nos falta espacio y vida, para contar los horrores del juego, en nuestra querida Armenia.
En esos tiempos idos, se le apostaba a todo, “cuánto apostamos, cuanto le va”, eran las frases que acompañaban las conversaciones. Siempre hemos tenido un amplio portafolio de apuestas legales e ilegales, más las segundas que las primeras. Teníamos en la Armenia de hace algunos años, una pista de carrera de caballos que iba desde la calle 12 con carrera 18, hasta las palmas o lo que hoy es la cabaña por toda la 18. Era un terraplén, donde se realizaban grandes eventos, con apuestas, se vendía cerveza, fritanga, toda una fiesta los domingos por la tarde. Se realizó, varias veces, una carrera entre un caballo y un Toyota, desde Rioverde hasta Pijao, siempre ganó el caballo. Muy frecuentes eran las riñas de gallos y las famosas galleras. Don Zehir Mejía, colega maestro de primaria, fue un famoso gallero en la región.
Siempre estuvieron con nosotros las loterías, primero la de Manizales y después la del Quindío, pero existían la de Boyacá, Bogotá, Medellín, Valle, Cundinamarca, Tolima, Huila. Y siempre ha tenido un familiar, no deseado, que es el chance. Toda la vida ha estado con nosotros, primero fue clandestino. Lo pagaban, no lo pagaban, se volaban los vendedores, lo persiguen las autoridades, meten a la cárcel a unos dueños de las casas chanceras, pero sigue tan campante.
En la actualidad la variedad de apuestas es inmensa. La oportunidad de comprar ilusiones, hoy, es infinita. Se ha creado un estilo de vida, que solo falta incluir en la canasta familiar, al chance. Se reducen otras cosas, pero que resulte para la apuesta diaria. Y es mejor terminar, porque la narración es muy larga, de lo que significa en nuestro diario vivir, acercarnos a una venta de chance y mirar para los lados.