La sensación de ser infeliz con una persona con la que se ha hecho un pacto de amor, es devastadora. La certeza de que no podremos continuar juntos porque no hay una percepción de bienestar futuro, llega como un mazazo de realidad que nos agobia, nos hace dudar de nosotros mismos y de nuestra capacidad de resolverlo o de ser felices más allá de esta relación, sin importar si es de noviazgo, de unión libre o matrimonial. Es frecuente que sintamos, cuando nos enamoramos profundamente, que el amor será capaz de resolver los pequeños o grandes elementos difíciles, negativos o problemáticos que conlleva la cercanía con esa persona que, hasta hace un tiempo, era una total desconocida y con la que estamos tratando de tener la mejor vida posible, tomando en cuenta la máxima relevancia que le damos a las relaciones de pareja estables.
Cuando llegamos a la certeza de que no nos amamos lo suficiente, de que ya no somos amigos, de que no nos divertimos cuando estamos juntos, empiezan a nacer las dudas de si hay alguna solución que pueda resolverse con medidas de fondo y, con frecuencia, se acude a ayuda profesional psicológica.
No es inusual que las personas, ante los desafíos que les proponen los expertos, acumulen frustración y sientan que, ellos o sus parejas, están haciendo algo mal, no se están comprometiendo lo suficiente para cambiar o ya no existe motivación, fuerza o alegría para hacerlo, y las frustraciones y nuevos enfrentamientos empiezan a aparecer, pero ahora con un carácter más desesperanzado, más costoso, más amargo. Las relaciones de pareja requieren mucho más que emociones, necesitan decisiones, compromisos, renuncias y acuerdos. Si, a pesar de todos nuestros esfuerzos, no llegamos a un momento de equilibrio y satisfacción, lo mejor es romper.
Las parejas van llegando, con una tristeza a cuestas, a la certidumbre de que no tienen un futuro juntos, y esas conclusiones van generando un desgaste natural en cada uno, un sesgo confirmatorio negativo. Y se va instalando la desesperanza que acompaña las causas que van llegando a su fin; las certezas negativas se van deslizando por debajo del deseo de que todo salga bien, de la necesidad de mantener nuestra inercia sobre los asuntos propios de una relación estable, y se va llegando, suave, pero inexorablemente, a la convicción de que no tendremos más opción que el distanciamiento definitivo.
¿Cuáles son las principales variables que van provocando el deterioro de nuestra esperanza de futuro juntos? Hay muchas, pero listaré las que más aparecen en las consultas que nos hacen a los psicólogos clínicos:
- El amor se transformó o se debilitó; infidelidad no superada
- Problemas de comunicación
- Maltrato verbal o físico
- Celos insufribles
- Diferencias de personalidad
- No hay química sexual
- Crisis económicas
- Se volvieron una pareja aburrida
- Proyectos propios que compiten con el proyecto conjunto
- Problemas familiares, con los hijos o con los amigos
- Desconfianza con o sin razones objetivas
- Menor tolerancia
- Consumo de sustancias
- Entre muchas más.
Algunas de estas circunstancias tienen solución y se puede trabajar activamente en enfrentarlas y superarlas entre los dos; otras no se podrán resolver, pero se pueden negociar para generar un nuevo equilibrio; varias harán la convivencia muy difícil e irán provocando una extraña relación que languidece con el tiempo; por último, habrá variables insalvables que impidan continuar, provocando una ruptura inmediata.