Los hijos llegan a nuestra vida de diversa manera, ya sea por el matrimonio, la unión libre, adopciones o simplemente porque hubo una concepción imprevista. Pero planeada, deseada o no, las responsabilidades son las mismas para todos. Depende de cada padre o madre el compromiso de amor, económico, afectivo y moral que tenga para su formación y desarrollo. Sabiendo que es una tarea ardua y compleja, por más literatura que haya al alcance, nos es difícil aplicarla en una sociedad donde la diversidad e individualidad es tan amplia como seres existen en el planeta. Sabiendo esto, cada padre o madre trata de criar a sus hijos iniciando por sus referentes más cercanos, pero no siempre son los más adecuados, pues corremos el riesgo de ir a los extremos, muy permisivos o ser muy absolutistas. Otra no menos importante o no muy grata es la diferencia de opiniones no compartidas entre los padres, abuelos, tíos o quienes estén a cargo de su crianza.
Tomando como base mi experiencia personal, puedo decir que de nada sirven los libros, si su compromiso de amor no está basado en los principios morales, éticos, afectivos y espirituales. La intelectualidad, sin la práctica, es como sembrar semillas en tierra árida.
Lo primero que debemos tener claro es ¿qué tipo de seres queremos formar para el mundo y la sociedad? basado en el amor sentido por unos seres que no pidieron llegar al mundo y que tampoco tuvieron la oportunidad de elegir a sus padres. Es ahí donde inicia la gran tarea. Cuando tenemos clara nuestra visión futura de los hijos, iniciamos un laaaaargo recorrido en su crianza.
El primer paso es llegar a acuerdos de conductas a seguir. He ahí el meollo del problema. Cuán difícil es, cuando todos los que están a su alrededor quieren opinar y además creer que tienen la razón.
Es por eso, que es tan importante apropiarnos de la tarea que nosotros mismos elegimos y no los que están alrededor. De ahí, lo fundamental en traer hijos al mundo con compromiso, amor y responsabilidad. Pues puede llegar a ser una tortura o una feliz experiencia de amor para esos pequeños seres.
Cuando queremos entregar al mundo seres virtuosos, responsables, solidarios, afectuosos y comprometidos, debemos primero que todo ser ejemplo de amor y de cada una de esas virtudes que queremos sembrar en nuestros hijos e hijas. Pues, mirando los resultados, las palabras pueden con todo, pero los hechos, esos sí que muestran caminos sin expresarlos.
Para hacer una buena siembra, no debemos tener miedo de corregir, mostrando con hechos y ejemplos los errores. Todos los niños nacen con una expresión de manipulación hacia los padres para conseguir lo que quieren, lo manifiestan a través del llanto o pataletas y, a medida que van creciendo, lo hacen con amenazas, maltrato a los padres o simplemente pasan por encima de quienes dedicaron su vida a criarlos y darles lo mejor de sí.
Todo esto sucede porque tenemos miedo de enfrentar los sucesos, por temor a ser los «malos del paseo». Cuando nos dejamos amedrentar por la primera pataleta, ya empezamos a perder terreno. Ceder desde el inicio es perder autoridad y por sobre todo liderazgo.
Cuando guiamos a los hijos en una dirección clara o los tratamos como seres capaces e inteligentes desde su nacimiento, haremos que, a medida que crezcan, vayan adquiriendo responsabilidad, disciplina y compromisos acordes a su edad, fortaleciendo su autoestima, reconocimiento y credibilidad en él mismo.
Sin importar el número de hijos traídos al mundo, cada uno de ellos requiere de los mismos parámetros, con diversas técnicas, pues cada uno, es tan divergente, como los dedos de la mano.
Recordemos que, al ejercer autoridad y liderazgo, alguno nos odiará, tal vez el más rebelde, por las circunstancias que sean. Muy seguramente dirá, que queremos más a uno que a otro, eso lo expresará mucho más, en la medida que más lo amemos, pues mientras más lo amemos, más lucharemos por hacer de él o ella una mejor persona dentro de sus individualidades. Pero el amor se calcula en hechos, no en palabras, en procesos de acompañamiento, no en silencios pasivos donde no se aporta al crecimiento individual; en acciones, no en cosas, en la presencia activa y no sólo en ser buenos proveedores. Lo material nunca reemplazará el amor sentido, expresado y verdadero. Ser padre o madre “cuando se ha permanecido, claro está». Es una tarea que persiste por siempre, aunque haya injusticias y momentos dolorosos.
Sólo el amor y la fe en Dios, nos sostiene para continuar la lucha por superar heridas creadas por diversas particularidades en los hijos. No importa cómo lo reciban, si sabemos que estamos dando lo mejor, sin permitirles la falta de respeto, claro está. Un día cuando posiblemente ya no estemos, abrirán los ojos y se darán cuenta, cuanto los amamos.
Todos los seres primero fuimos hijos, antes de padre o madre. Traemos nuestra propia historia de vida, con la que también tenemos que luchar cada día a través del ensayo y error, en el medio en que nos desenvolvemos. Es por eso, que es tan importante que tengamos que asumir nuestras responsabilidades y no hacer responsables de nuestros errores a otros.
En esas proporciones, guiemos a los hijos a enfrentar sus éxitos y errores asumiendo sus consecuencias. Recordemos que el amor es entrega, dedicación y solidaridad. No permisividad, indiferencia, silencio o falta de autoridad. Los hijos suelen escoger el camino que más les convenga. No lo permitamos. Mostrémosles lo correcto.
Recordemos que el amor en todas sus manifestaciones, nada tiene que ver con el miedo o la insensatez.