Por Fernando López Rodríguez
A Lucas Villa Vásquez
y a los jóvenes caídos en Colombia.
Porque son los dueños de todos los ritmos, de todas las cadencias.
Déjenlos cantar, porque ellos son la inspiración de todos los cantares.
Déjenlos pintar con colores rebeldes sus camisas y sus deslumbramientos.
Déjenlos llevar el cabello hambriento de libertad y viento.
Déjenlos respirar; para ellos el aire más puro de las acacias y los manglares.
Déjenlos proferir poemas; toda, toda la poesía para ellos.
Déjenlos gritar su rabia en las paredes.
Déjenlos amar en todos los rincones de la piel y del tiempo.
Déjenlos dibujar el mapa del país que ellos aman.
Déjenlos jugar al amor con las luces doradas,
y a los astronautas con las luces azules de las seis de la tarde.
Déjenlos escribir cartas, poemas, proclamas, crónicas y fábulas.
Déjenlos gritar en la calle el nombre del ser amado
y el apelativo del tirano que domesticó conciencias.
Déjenlos sembrar la tierra con el bocado de comida que les pertenece.
Déjenlos jugar con la noche, las hogueras y la ebriedad.
Déjenlos ponerse de rodillas solo ante sus sueños.
Déjenlos gozar con el río, los caminos y las naranjas maduras.
Dejen bailar a los muchachos.
Estos brazos sin fuerza son para arropar su corazón de calle y libertad;
estas manos, para entregar la palabra que el poder les confiscó;
este corazón en desasosiego es para devolverles
la calle, la noche y la luna secuestrada durante la peste
que también sostiene a los poderosos.
Dejen a los muchachos de nuestra amada Colombia
encumbrar cometas a las cinco de la tarde.
Ellos, hoy, merecen estar en el pedestal
que antes sostenía a conquistadores y asesinos.
Por Dios, por lo que más quieran…
dejen bailar a los muchachos.