Jacobo Botero Ocampo
Caminando con alguna frecuencia el centro de Armenia me siento en una ciudad completamente extraña.
Nací a finales de 1968 en Armenia y desde esa época hasta 1984 viví en el Centro, cuando nos trasladamos al barrio Laureles.
Mi niñez y adolescencia se dio en un triángulo imaginario que comprendía, más o menos, entre el Colegio San José, de los Hermanos Maristas, el parque Cafetero y el parque Sucre.
Tenía un permanente recorrido sobre 3 vías principales, la Carrera 14, las Calles 19 y 21. Por supuesto caminaba muchas más y depende con quien estuviera.
Íbamos con José mi hermano, al almacén PIZANO, en sociedad de mi papá con Bernardo Mejía, nos movíamos sobre la carrera 18 para ir al Ley o la Carrera 16 para ir a Jota Gómez a comprar carritos y animalitos para unas fincas que manteníamos en nuestra casa y la de mi abuelita Marina. Esta última en compañía de mi primo Juan Carlos Ocampo (Patiero), el más adorado, avispado y entrador de los primos.
Nos regalaban viruta en las ebanisterías de la carrera 15 entre calles 22 y 23. Al único primo grande que no le daba pena caminar con viruta y todo lo que nos regalaban, era a Juan Carlos.
Muy pequeño fui del servicio de bus en el colegio San José, Alirio era el conductor, paciente y buena persona. Por supuesto nuestra “normalidad” eran dos jornadas con ida a almorzar a la casa.
El bus en la tarde, nos dejaba en la carrera 13 calle 16 esquina, caminábamos hasta la carrera 14, había una panadería en la esquina, sobre la calle 16, donde vendían “roscones” rellenos de bocadillo, eran lo máximo.
Sobre la esquina de la carrera 14, había un carrito de dulces, no recuerdo el nombre del señor y siempre estaba conversando con don Horacio Jaramillo, de saco, sin corbata y con su bastón de madera, con el que nos agarraba del cuello para darnos los dulces súper coco todos los días.
En la bajada del bus, frente a la casa de don Guillermo Escobar Latorre, mirábamos atentamente por si tenían a Contrapunto, uno de los mejores caballos de Colombia que alguna vez estuvo allí.
Nuestros vecinos de niños fueron Francisco García y la odontóloga Melva Londoño, papás de Julián y Paula, dueños de la Droguería 13-13 en la galería, sobre la Carrera 18. Los papás de Martica Maya, diagonal donde vivía don Tito Gómez, dueño del almacén El Lobo y siempre había una camioneta impecable Ford 350 recogiéndolo.
Al frente de mi casa vivía Doña Clementina Londoño, enseguida estaban las casas de Ofelia, German Urrea y la hermana. Sobre nuestro andén Don Rafael Botero, papá de Roosevelt Botero, posteriormente Néstor con la agencia de EL TIEMPO y la revistería.
Bajando hacia la Plaza de Bolívar, entre calles 17 y18, estaba mi abuela Clara Botero de Botero, en su casa Carrera 14#17-16, y la oficina de Pastas la Muñeca. Seguía la casa de los hijos de don Lorenzo Herrera, Gladis, mamá de mi gran amigo y compañero de colegio, Jorge Hernán Pineda. Al frente, los hermanos Aurelio y Antonio Álvarez Maya y en la esquina la casa de don Obdulio Barrios.
Entre calles 18 y 19, el Teatro Yuldana, donde vivimos al tanto de los estrenos y que algún día pudiéramos superar la “censura”. Esperaba siempre un estreno del Agente 007 o las películas del oeste americano. Disfrutaba mi ingenuidad profundamente con esos héroes.
Los «estrenos» se los peleaban con el Teatro Bolívar de Duvan Rojas y el Yanuba de Jair Gutiérrez.
Enseguida estaba la Charcutería la Gitana, del papá de mi gran amigo Jaime Alberto Sánchez, a quien nunca volví a ver. En las tardes estaba el señor de las Papas Fritas, las mejores del mundo. Por supuesto mi mundo de esa época no era tan grande.
Al frente fue el paradero de buses más famoso de Armenia, creo que era sitio social, sobre todo los viernes después da la salida de cine de 3 pm o después de salir del Club América.
Pasábamos a la otra cuadra, donde estaba los Correos Nacionales, el edificio donde vivían don Roberto Botero y el Dr Alberto Gómez Jaramillo y Mirian Botero.
Este centro lo caminé en la mañana con José, mi hermano, cuando íbamos para el colegio, muchas veces nos acompañaba María Eugenia López, adorada, era un privilegio su compañía.
Cuando nos sacaron del recorrido del bus del colegio, por largo y mareador, en una Armenia carente de peligro para dos niños de primaria, quedamos sueltos a nuestro antojo.
José fue siempre buen estudiante, bien vestido, camisa por dentro que conseguía que mi abuela Clara lo felicitara, responsable con sus deberes y ordenado con los útiles.
Yo, por el contrario, nunca apliqué a estas cualidades. Mi abuela Clara me agarraba “venga Jacobito le meto esa camisa».
De los útiles ni se diga, pues en la puerta del colegio San José, en kínder, mientras esperaba el bus de Alirio, me robaron de entre las piernas mi maletín de ABC con todos los cuadernos de kínder, los mismos que, después de una «pela», fui a buscar a donde Jorge Hernán Pineda, para que Gladis autorizara, me los prestara y me desatrasara.
Salíamos a las 4:00 pm, algunas veces me quedaba jugando o me venía viendo todas las vitrinas de la Calle 21, desde el colegio San José hasta el BCH, en la Plaza de Bolivar.
Algunas veces bajaba con mi amigo José Henao quien vivía en una casa muy grande en la esquina carrera 20 calle 21. Nos despedíamos y continuaba hacia la Plaza de Bolívar.
Por la tarde regresaba con mi primo Diego Ocampo Ochoa, mi “parcero” de la vida. Parábamos en Ciclodeportes, Flotablanca y algunas veces Viajes Armenia, de Josué Alvarez Maya, siempre adorado y que algunas veces exhibía bicicletas de “Cross”, de amortiguadores, antes de las BMX.
Un diciembre quitaron la bicicleta más linda que habían exhibido, me dio profunda tristeza. Fue nuestro regalo de aguinaldo esa navidad, bellísima.
El recorrido lo hacíamos con Guillermo Abad que se quedaba en el edificio José María Córdoba, calle 21#15 -09, luego de saludar con gran afecto y una personalidad especial, muy adorado y elegante don Fabio Villegas, donde mi papá compraba su ropa.
En la falda de la calle 21, estaba la casa del Dr Arturo González y Gabrielita Jaramillo. En la esquina estaba el edificio del Banco Central Hipotecario, donde visitaba con mi papá al Dr Jorge Arango Mejía, compañero de colegio de mi papá y asesor suyo.
Al frente, en la esquina, estaba el puesto de revistas de la carrera 14 con calle 21, nos despedíamos Diego mi primo y yo. El para la calle 22 y yo para la calle 16.
Algo pasó en ese puesto de revistas, porque de un momento a otro se inundó de revistas para adultos, una novedad para nuestra edad, pues eran las portadas expuestas, pues ni nos atrevíamos a verlas, ni tampoco las dejaban ver, las mantenían cubiertas.
Años más tarde, entendí que fue el resultado de la muerte de «Franco” en España y por eso, el libertinaje había llegado a Latinoamérica.
En el despertar juvenil hicieron su gran contribución las carteleras de los Teatros Izcande y Victoria, ambos con andenes muy concurridos y los niños pasábamos rápido con una intriga enorme y un susto gigante de ser descubiertos mirando.
Lo más ilustrado que teníamos era ver en la «Revista Vanidades» a Sofia Loren, Brigitte Bardot, Ursula Andress y Carolina de Mónaco, esos eran nuestros limites imaginarios.
Desde el puesto de revistas, carrera 14 abajo, hacia el Parque Cafetero, estaba toda la familia de mi mamá, pasando por la casa de Don Clímaco Velásquez, tío de mi abuelita Marina Velásquez, pasando por las casas de Miguel Velásquez y Alba Echeverri, la casa de Jorge Velásquez y Josefina Villegas. Al frente la casa de Dora Velasquez y mi Abuelita Marina, mis tíos Alicia y Cristóbal Velásquez Mejía.
En la carrera 14 entre calles 23 y 24, estaba la casa de mi tío Iván Ocampo Velásquez y Martha Lucia Maya, la clínica Santa Rosa.
Desde que tengo uso de razón, hemos estado inmersos en las fincas y los animales, donde también ocupábamos mucho de nuestro tiempo de ocio.
En la oficina de la Muñeca, en los bajos de mi abuela Clara, permanecía un personaje muy especial, un “Vaquero de a pie”, que quedó atrapado por el modernismo y cuando se suspendieron la arriería y los despachos de ganado por tierra, caminando, con la llegada de los camiones ganaderos, GILBERTO ZAPATA quien vestía de diario su sombrero, poncho y zurriago, y en algún lado, una soga de cuero, de 50 varas (40 mts) como si estuviera esperando un llamado para llevar un ganado a la Palmera o Verdún y una “boleta” para Toñito Botero o don Luis Evelio Hincapié, era el único medio de comunicación con las alejadas fincas.
Zapata fue como acompañante de José y mío, niñero, defensor y contador de cuentos fantasiosos de la época de arriería de a pie, donde se traían ganados arreados desde el Huila y la Costa.
Nos proveía de zurriagos, guaracas o trenzas, y por supuesto los “rejos”.
También estuvo Pablo Emilio, un señor de gafas gruesas y oscuras, que cuidó la carrera 14 por años, conocía todos los “rateros” del barrio Buenos Aires, famoso por sus muchachos y quienes temían a Pablo Emilio, quien siempre, lo acompañaba a uno a abrir el portón, parecía la sombra de todo el vecindario.
De niños acompañábamos a mi papá al almacén Agropecuario del Quindío, Calle 18 entre Carrera 17 y 18, donde Leandro, enseguida de la papelería donde siempre comprábamos los útiles para el colegio San José, frente al famoso edifico de la Caja Agraria, o al Proveedor Ganadero, carrera 17 entre calles 18 y 19, donde el Dr Zapata Vargas, sabio, muy profesional y muy atento.
En talabartería iba al Caballito, carrera 18 calle 23, donde don Guillermo Madrid, quien me llevaba los caprichos de correas, pecheras, guardabarros, aperos de cabeza, espuelas y demás artículos para los caballos.
La carrera 15 tenía una actividad muy especial, pues desde la calle 19 Agencia Warner, hasta la calle 22 había mucho movimiento comercial. En el recorrido estaba el Dombey, el Almacén de Héctor Gutiérrez, la Última Curva de Rubén Botero, el Teatro Yanuba, con sus Pasajes Yanuba y Bolivar, Viajes Armenia para llegar a la Notaria Segunda, donde con mucha frecuencia acompañé a mi papá para saludar al Dr Torito Patiño, Gonzalo Toro Patiño, para consultas de negocios y escuchar los conceptos acertados de un hombre trasparente y profundo en leyes.
La calle 19 iniciaba en el colegio San José, bajaba por el parque Valencia, la iglesia del Sagrado Corazón y continuábamos por la emisora de la Voz del Comercio y los taxis, ahí mismo había una revistería, de las tradicionales, la cual visitaba con mucha frecuencia para ver las revistas de EL SANTO, un personaje al cual admiré y quise imitar muchas veces, inclusive consiguiendo las famosas “mascaras” de luchadores, creo que nos metíamos en los personajes y las historias de las revistas, las cuales nos las prestaban sin cobrarnos nada, pues no podía llegar con ellas a la casa porque eran prohibidas.
Pasaba por el LEY, con parada obligada a su pequeña juguetería, seguíamos por el Edificio Jaramillo Vallejo, siempre saludábamos a Forero, un típico personaje de toda la vida en el centro, muy amable pues ahí vivían entre muchas personas muy cercanas, Raúl Botero y Clara Luz Jaramillo, Hernán Jaramillo Botero y Doloritas Jaramillo, Doña Virginia Uribe de Botero, Doña Margarita Trujillo de Maya, Gracielita y el almacén FABRICATO de Aníbal Echeverri.
Al frente estaba la Fábrica de Plásticos, de Gonzalo Gómez y mi tía Marina Botero Jaramillo, quien siempre que estaba, me llamaba, “Coquito, venga mi amor yo lo saludo”, me daba un beso y dulces para continuar el recorrido hasta mi casa.
En la esquina estaba el edificio de don José Lino Gómez, donde vivían mis tíos Gloria, Sonia y Javier Botero Jaramillo, enseguida, sobre la carrera 17, el imperdible Almacén Croydon, atendido por el hombre más comercial que he conocido en toda mi vida, don Diego Escobar, el más amable y atento, con su frase “Sígase, sígase, sígase…”
Continuando por la calle 19, entre carrera 16 hacia la carrera 15, pasábamos por el restaurante chino de mi compañero y gran amigo Miguel Angel Wong, hijo de Don Pedro Wong, más arriba la casa de doña Ana Luisa Tobón de Jaramillo, adorada mujer y nos mimaba muchísimo, un ángel en la tierra. Al frente estaban las famosas carnes de María.
Caminábamos frente a la Cámara de Comercio, carrera 15 calle 19 esquina, diagonal a la Warner y seguíamos hasta el flamante Edificio Suramericana. Allí giraba a mi izquierda para llegar a mi casa.
Era muy frecuente cruzarme con don Guillermo Lehder, alto, elegante y muy amable quien algún gesto nos hacía cuando caminaba por su recorrido rutinario por la carrera 14. En el Parque Sucre estaba la casa de don Manuel Jiménez y el consultorio del Dr Ramiro Zuluaga, ortopedista, y bajando por la carrera 14, la casa de Magola, donde fueron muchas las tardes de clases de refuerzo, adorada, con mucha sensibilidad y muy amorosa.
En el tema médico, iba con mucha frecuencia donde el Dr Gislain Saffon, en la calle 22 entre carreras 14 y 15, siempre muy adorado y un médico amigo de los niños, especial de los niños asmáticos como yo.
En odontología, también nos vio el Dr Dario Angel, en el edificio Gran Colombiano y algunas veces en el Centro Médico de la Calle 20, entre carreras 16 y 17. Allí, estaban los doctores Jairo Mejía Baena y Hernando Gutiérrez, ambos, miembros de nuestra familia.
Frente a este Centro Médico estaba el almacén Valher de Don Anibal Jaramillo y diagonal, el café Destapado, donde de niño fui muchas veces con mi papá.
LA GALERIA, el icono más importante del CENTRO de Armenia, estaba a dos cuadras de mi casa y siempre fue un lugar mágico para mí.
Entraba siempre por la calle 16 carrera 16, afuera, a la derecha estaba el granero donde mercaban los mayordomos, seguíamos para buscar las frutas y verduras, el puesto de Aracely, la señora que con una lista larga y con todos los productos del puesto, mi mamá le encargaba todo el mercado.
Todo llegaba cargado por un señor muy formal, con un enorme canasto de bejuco, de los hechos en Finlandia. No existían las bolsas plásticas, pues solo se usaba las bolsas de papel y la carne, del puesto de don Alberto Pineda, compadre de mi papá, o Enrique Salgado, su cuñado, llegaba envuelto en hoja de bijao.
Enrique y Pineda le mandaban siempre regalos a mi papá, chocozuelas, lobanillos, rompecamisa, etc, todos los gustos exquisitos, pues solo quien maneja carne sabe de su gran sabor.
También estaban don Jesus Ariza, don Enrique Jaramillo, Alvaro Florez y muchos más.
La GALERIA por dentro era un lugar fantástico, era la vida más importante de la ciudad, adentro y afuera como en sus alrededores.
Estaba la iglesia de San Francisco, la cual frecuentábamos mi papá, mi abuelo Arnulfo, José y yo, tal vez misa de 10 am, los domingos. Al lado el colegio San Luis Rey.
También estaba el Almacen Forrayco, El Lobo y el Edificio Santafé. Famosos eran el Restaurante El Caracol y la Permanencia Central.
Hoy camino por el centro de Armenia y descubro que soy un forastero en mi propia ciudad. No están las casas, ni los almacenes y mucho menos esas maravillosas personas que solo nombro para RECORDARLAS y agradecer que siempre me dieron un afectuoso abrazo y las señoras un cariñoso beso. Se me quedan muchos nombres y muchos lugares muy especiales, pero fue mi entorno en mis primeros 15 años de vida, una hermosa época.