Tomado de Phrónesis
El perdón es positivo, de eso no cabe dudas. Un estudio realizado por la Universidad de Washington comprobó que perdonar una transgresión reduce tanto la presión arterial de la víctima como de la persona que cometió el acto. Otro estudio desarrollado en la Universidad de Miami reveló que el perdón aumenta la satisfacción en la vida de la víctima y mejora su estado de ánimo.
Pero, ¿qué sucede cuando perdonamos a alguien que no ha intentado compensar sus malas acciones, o cuando perdonamos a quien no se arrepiente sinceramente y le permitimos seguir a nuestro lado?
¿Qué sucede cuando perdonamos a una persona que nos ha lastimado una y otra vez?
El lado oscuro del perdón
Si perdonamos en repetidas ocasiones a alguien que ni siquiera se ha disculpado y le permitimos seguir siendo parte de nuestra vida, con vía libre para continuar hiriéndonos, perdemos el respeto por nosotros mismos y, de cierta forma, caemos en el error de negociar nuestra dignidad. Es lo que se conoce como “efecto felpudo”.
El efecto felpudo hace referencia a la tendencia a perdonar siempre, sin tener en cuenta las consecuencias negativas que provoca en nosotros el perdón. En la práctica, es poner a la otra persona por encima de nuestras necesidades emocionales.
Los motivos para perdonar repetidamente y convertirnos en un felpudo son diferentes, desde haber establecido una relación dependiente sin darnos cuenta hasta creer que perdonar es obligatorio.
El efecto felpudo sucede cuando perdemos la vista de los límites del perdón, lo cual resulta sumamente perjudicial para la autoestima y el autoconcepto.
Esta dinámica se da con frecuencia en dos ámbitos muy concretos: las relaciones afectivas y el mundo laboral. Perdonamos a nuestras parejas una y otra vez porque hay un componente emocional. Cedemos con nuestros jefes y compañeros de trabajo porque necesitamos mantener nuestro puesto en la organización.
Adicionalmente, no podemos negar que nos han educado para pensar que el perdón es algo bueno; asumimos que, al hacerlo, recibiremos algún beneficio (paz o respeto por parte del otro). Además, si revisamos la literatura científica, veremos que abundan los estudios que hacen referencia a los beneficios del perdón, pero pocas veces se habla de sus desventajas.
Señales de que has caído en la trampa del efecto felpudo
Ser un felpudo puede llevarnos a situaciones de gran desgaste psicológico y derivar en depresiones, ansiedad, entre otras condiciones que deterioran tanto nuestra salud física como emocional. Más vale tener cuidado con el perdón en exceso, y para ello es importante estar alerta a las señales.
Cuando nos escuchamos decir frases como: “Lo que pasó no fue importante”, “no te preocupes, todo está bien”, “la próxima vez será diferente”, “olvidemos lo ocurrido”, es muy probable que estemos olvidándonos de nuestras necesidades para dar por sentada la obligación de perdonar al otro, incluso sin estar preparados para ello. Es una falsa ilusión de cortesía y “grandeza espiritual” que tarde o temprano termina por pasarnos factura.
Los estudios psicológicos hacen énfasis en la importancia de otorgar el perdón siempre y cuando hayamos asimilado lo ocurrido tras un delicado proceso de aceptación del pasado; ser un felpudo hace imposible vivir el proceso de forma natural, nos empuja en la línea del tiempo hacia un remedio apresurado más peligroso que la enfermedad.
Las consecuencias psicológicas de perdonar sin descanso
Los estudios han demostrado que, en una relación donde hay desequilibrio de poder, la persona con poder suele perdonar menos que su contraparte. Perdonar a alguien que nos ama o valora menos de lo que le amamos o valoramos implica emprender un viaje a la sumisión y la desvalorización personal.
El efecto felpudo puede conducirnos a situaciones que provocan un gran aturdimiento psicológico. Por nuestro propio bienestar, debemos asumir que hay límites y excepciones, que el perdón forma parte de un proceso terapéutico para sanar nuestras heridas emocionales, pero hay situaciones en las que no es aceptable ni recomendable.
Incluso si la decisión de no perdonar es criticada por quienes nos rodean, tengamos en cuenta que no todo egoísmo es malsano, y que no podemos ser luz para los demás sin serlo, primero, para nosotros mismos.