Desde el séptimo piso, por don Faber Bedoya C
Hay veces que nos acosan unas ganas de hacer balances, de lo que han sido nuestras vidas, comentarlo con los contemporáneos, compararlo con otros, poner en la balanza aciertos y fallas, pero con absoluta seguridad, nos las aguantamos. Creemos que todavía tenemos muchas cosas, y buenas, por hacer. Es que nuestra historia en este desafío no ha terminado todavía, apenas la estamos escribiendo, pues esta es la mejor etapa de la vida que hemos vivido. Somos, sobre todo, escuchados, nos ponen atención, resultaron al final de los tiempos, obedeciéndonos. Como les parece, dándonos la razón, todo lo que decía mi papá se cumplió al pie de la letra. Visitamos en estos días una tía de noventa años, con su salud física un poco deteriorada, pero con una lucidez mental asombrosa, una memoria de los hechos de nuestra infancia que encanta. Fuimos tres sobrinos, nos preguntó por cada uno de nuestros hijos, nietos y hay una sobrina que tiene bisnietos. Lo sabía, tiene un cuaderno con los nombres de los hijos de sus hermanos, nuestros tíos, sus hijos, nietos, solo le faltaba estos bisnietos, que ya no sabemos que vienen a ser de ella. Ella dijo que sobrinos bisnietos, será.
Y en el grupo comenté como mucha hazaña lo de esta tía y resultó que todos tienen un familiar o un amigo, muy entrado en años. Tengo una amiga, doña Gabriela de 97 años que todas las tardes juega dominó y no se le puede hacer trampa, se da cuenta. Don Anibal tiene 89 años y mírelo, derechito. Pues don Samuel tiene 92 y juega parqués todas las tardes en el parque Fundadores. Y que me dice de don Delio con 95 y leyendo en el mall. Una amiga comentó que pertenece a un grupo de compañeras llamado las “siemprevivas”, quedan 15 y la menor tiene 75 años y la mayor 90, y se siguen reuniendo cada mes. Hay un grupo de adultos mayores, son 41, todas mujeres, y la más joven tiene 67 años, hay cuatro mayores de 90 años, hacen presentaciones artísticas en el portal del Quindío. La campeona de las historias es la de Alberto, quien a sus 75 años tuvo un hijo, ya tiene seis meses, tengo en mi celular una foto que lo certifica. O la de don Gonzalo quien a sus 88 años le dio cáncer de próstata, muy avanzado, encapsulado, y con el suero de la culebra cascabel se curó. Nos faltan días y espacio para narrar las hazañas de los mayorcitos de 80.
Mejor dicho, en Armenia, estamos rodeados de viejitos, por donde se ande. Somos destacados por nuestra cabeza blanca, andar pausado, hablar reposado, de clase alta, alto el colesterol, los triglicéridos, el azúcar, la presión, el ácido úrico, y el antígeno prostático, manifestación de la bien ponderada y apreciada próstata. La alarma del celular le sonó a un compañero para recordarle para recordarle la medicina que debe tomar. Mejor dicho, nos faltan días y espacio para narrar las características y compromisos de los mayorcitos de 80 y de los que estamos cerquita, muy cerquita. Pero eliminamos de nuestro repertorio la manida pregunta, qué hizo para llegar a esa edad, nos sabemos las respuestas, somos contemporáneos, paisanos, vecinos, compañeros de trabajo, jefes, subalternos, hasta resultamos de la familia.
También tenemos altos los índices de inteligencia emocional y todas sus manifestaciones. Venimos de la escuela de “aguante mijo, que ese es su destino, es lo que Dios le dio, tenga paciencia hermano”. Y así transcurrieron muchos años de nuestro trasegar por la vida. La palabrita destino fue determinante, y predeterminador, y no había nada que hacer. Pero oh sorpresa, un día alguien nos dijo que el verdadero responsable, autor, ejecutor, artífice de los actos era uno mismo. No era fotocopia de nadie, reproductor de acciones, o hábitos de antepasados, así fueran padres o abuelos. Estoy dotado de una personalidad única, diferente de los demás, para dignificar y engrandecer ese genotipo recibido. Y la verdad es que al final de este reality, hemos derrochado empatía, asertividad, buenas relaciones humanas, somos colaboradores satisfechos, sabemos relacionarnos.
Ahora último incrementamos los índices de resiliencia porque venimos del colegio del “levántese mijo, que nadie lo vió, párese y vuelva móntese, chupe para que aprenda, los hombres no lloran, me aguanté seis partos no me voy a aguantar este dolor”, y en el grupo me aportaron otras, todas para significar que hemos pasado por muchas y salimos hacia adelante. Resista, insista, pero no desista, decía la canción durante la pandemia, somos como el junco que se dobla, pero no se quiebra. Y es que, en eso de resistir, somos campeones olímpicos. Subsistimos a la violencia partidista, a la bonanza cafetera, al terremoto y a la pandemia, eso sin contar las aventuras particulares, que según dice cada uno, son infinitamente superiores a las mencionadas. De seguro que lo son. Porque también somos egresados de la universidad del que “es mejor atajar que empujar, a mí no me tienen que decir que hacer, porque ya lo hice, delante de mí no va sino la sombra,” es decir desde siempre hemos sido proactivos. No nos estamos quietos ni un minuto. Entonces nos vemos caminando, leyendo, conversando, haciendo mandados, inflando costales, pero no quietos. El sedentarismo no tiene cupo en nuestra lista de acciones.
En lo que todos estamos de acuerdo, es que logramos al final del catecismo de la vida, hacer de la espiritualidad nuestro estilo de vida, la sacamos de los templos para hacerla terrenal, concreta, amigable, compañera. Seguimos creyendo en un Ser Superior que nos bendice, pero no a larga distancia, ni virtual, esta conmigo mismo. Desde el Dios de mi ser, te bendigo y te envio mi luz. Porque nos ha sacado de unas embarradas grandiosas, y nos tiene aquí por algo y para algo, y seguimos en su agenda, vivitos y coleando.