Por Manuel Gómez Sabogal
Hay noches que nadie se imagina. Cosas que pueden suceder y te hacen sentir diferente. Noches en las cuales resurge la amistad que creías perdida.
Crees que la esperanza está perdida y de pronto, te das cuenta que tienes mucho para contar, decir, sentir, vivir.
Esa llamada, esa visita, te llenan de un sentimiento extraño. Vuelves a vivir sin pensarlo. No creías que una conversación, un café, una sonrisa te pudieran volver a la vida.
La amistad renace, porque la esperanza en una llamada, un encuentro, te alegran la vida. Es sencillo y no lo crees. De repente, no quieres irte. Quieres estar ahí. Quedarte. Sentir que lees poemas, libros, apuntes. Cuentas historias, anécdotas. Eres distinto, te sientes diferente.
Si ves lágrimas en tu amigo, no preguntes qué le pasa. Abrázalo, siéntelo, consiéntelo. Él te dirá todo sin hablar. Con una amiga, puede ocurrir lo mismo. De pronto, ella te dará un beso y comprenderás que has hecho una labor, sin imaginarte.
Porque alguien te llama, quiere conversar contigo, se quiere desahogar, pero solo contigo. Deja que hable, escucha atentamente, vive su momento. No interrumpas, porque esa persona sabe que contigo puede contar.
Escucha, no interrumpas. Deja que cuente sus cuitas, sus dolores, tristezas. Al final, verás cómo todo cambia y esa persona sentirá gran alivio, porque la escuchaste.
No creas que tus problemas son demasiado pesados. Los demás también tienen problemas. Grandes, pequeños, pero problemas. No escuchas, porque prefieres hablar, contar los tuyos. Así, te deshaces de esa persona que crees, te importuna.
Así que, algo importante es tener en cuenta que los demás te llaman o buscan porque quieren un consejo o que les digas algo para sentirse mejor.
Muchas veces, ni se habla con los hijos. No son escuchados. Quieren decir cosas, pero no interesan. Quieren recostar sus cabezas en un hombro, consolarse por algún problema, pero eso no importa.
En ocasiones, se envían a sus habitaciones para que allá vean televisión o usen el computador. Así, te liberas de las molestias que causan.
No abrazas, no sientes, no consientes. Por eso, muchas veces pierdes, aunque creas que has ganado.
Los hijos son hijos y muchas veces los ves llorar y solamente les preguntas “qué le pasa”, pero no les sonríes, ni los abrazas. Eso no se puede olvidar.
Escúchalos, no los interrumpas. De pronto tienen demasiado para decir y no lo sabías. No les digas “vete a la habitación”. No. Cambia tu actitud y siéntate con ellos. Vale la pena que disfrutes esos momentos en los cuales quieren conversar y tienen otra actitud.
Suelta el celular, deja de chatear un rato y fíjate en todo lo que te dicen. Así tendrás la oportunidad de un gran acercamiento con ellos.
Recuerda que una llamada o un mensaje de alguien puede ser muy importante. Escucha, no interrumpas. La vida es una y es bella.