Manuel Gómez Sabogal
Recuerdo que esas fotos fueron las últimas en su consultorio.
Han pasado dos años, hoy 31 de octubre. Se me hace un nudo en la garganta y las lágrimas vuelven a salir. Momentos indescriptibles, al saber que mi hermano se iba. Era un médico fisiatra entregado a sus pacientes, pero, antes que nada, a su familia.
“Cómo se nos van los años, ahora cuesta recordar y tenemos más edad. Ahora somos un cuaderno de recuerdos arrugados…” Así comienza Como somos de Piero. Una canción que llega al alma en este día.
Recuerdo que el día 30 de octubre, después de las 3 de la tarde, llegué a la clínica donde estaba y me permitieron verlo, desde fuera, a través de un vidrio. Me senté a verlo. Estaba con muchos cables y, además, aparatos alrededor Mientras rodaban mis lágrimas por no poder acercarme más, tomé una foto que aún conservo.
Le dije a Dios que por qué no cambiábamos. Le oré y le pedí que lo dejara y yo me iba. Pero no me hizo caso.
Un año antes, en febrero de 2019, él me visitaba en la clínica Comfamiliar de Pereira. Allá iba, luego se dejar su trabajo a las 4 de la tarde. Me saludaba, un abrazo y un beso. Estaba conmigo 30 minutos y luego retornaba a Armenia. Eso lo hizo durante casi un mes y medio. Le habían dicho que no salía de allí. También, le dije a Dios que me podía llevar si quería. Pero no. Aquí, me dejó en medio de mis locuras.
Hoy, hace dos años, se fue. Pero aquí quedaron los grandes recuerdos de una vida maravillosa y llena de anécdotas y mucho amor. Eso dejó. Ese fue su legado. Pero el más importante de toda esa herencia fue el amor de familia. La familia era su polo a tierra. Su esposa, Liliana y sus hijas Juliana, Manuela y María José. Nadie más en el mundo era tan importante como ellas. Alcanzó a conocer, a cargar, jugar, molestar, reír con Gabriela, su primera nieta.
Cada día me enseñaba a ser mejor. Desde pequeño siempre lo supe. “Mi hermano es diferente a mí. Mi hermano, sé que es mejor que yo, todo bondad, todo dulzura…” Esa canción se la ponía en cada cumpleaños. No le gustaba, porque me decía que no era así. Mi madre me regañaba. “ustedes son diferentes…”, decía.
Hoy, dos años después, doy gracias a Dios por habérnoslo prestado durante 66 años. Le doy gracias a mi hermano por haber sido un verdadero maestro, un médico con una vocación que siempre mostró a un gran ser humano.
Gracias, gordito por todas esas enseñanzas. Gracias por ser como siempre fue con todo en la vida. Gracias por tanto y por todo.
Luis Eduardo GÓMEZ SABOGAL.
SEGUNDO ANIVERSARIO.
Celebración Eucarística.
Seminario Mayor Juan Pablo II. Lunes 31 de octubre. 4 de la tarde.