Desde el séptimo piso, por don Faber Bedoya C
Una de las características bien refinadas de nuestra generación es que somos tradicionalistas, conservadores, en el sentido de apegados a las cosas, creencias, personas, teorías, ideales. Antes, se afirmaba que, era más fácil cambiar de mujer que de partido político, o de equipo de futbol. Nada se botaba, todo se guardaba. Es que en esas calendas los objetos, utensilios, muebles, eran para toda la vida, lo desechable no existía. Los abuelos nos dejaron, además de los bienes materiales, enseñanzas, máximas, dichos, refranes, que constituían un estilo de vida. Un vademécum de buenas costumbres, un portafolio del buen vivir. Nuestros padres nos las trasmitieron, las cumplimos, con modificaciones, las transformamos, pero la esencia se conservó. Nosotros tratamos de repetirlas con los hijos, con poco éxito y menos con los nietos.
Porque nuestros hijos gracias a tantas influencias, aprendieron nuevos paradigmas, tradiciones, enseñanzas, y el legado de abuelos y padres se transformó en algo muy temporal y en el cual solo importa la recompensa inmediata. Tuvimos que aprender, tarde pero lo asimilamos, que los genes no determinan el destino, identifican áreas de oportunidades, predisponen pero no predeterminan. Para mis contemporáneos, lo definitivo era lo trasmitido por los padres, y nos sentíamos muy orgullosos de esto. Éramos muy parecidos a ellos, total, pasábamos todo el día en su compañía, solo de domingo a domingo. Hasta se decía “hijo de tigre sale pintado”. Nuestras costumbres, eran copia perfecta de las vividas en la casa paterna y materna. Nosotros pertenecemos a esa generación que cuando éramos niños, el importante era el padre y cuando fuimos padres, los importantes son los hijos. Y esto si fue un cambio drástico en las costumbres sociales, y se le suma la importancia relevante que tiene la mujer trabajadora, madre y esposa.
Los padres siempre tenían la razón. Y eran muy claros los roles de cada uno. Los hijos, padres, abuelos, los tíos, la tía complaciente, los primos, por lo general con más experiencia, hasta la empleada de la cocina, que tuvo mucha influencia en nosotros, para algunos, fue la primera maestra de educación sexual. Es un predicamento que no termina, lo determinante de los antepasados, frente a la injerencia de lo aprendido. En aquellos tiempos se vivía entre la fe y el temor, que tienen en común que es frente a una situación que no ha sucedido todavía, pero con una gran diferencia, que el temor es algo fatídico, funesto. Y la fe siempre es por algo benéfico, grande. A nuestra generación nos vacunaron con la Pfizer de la fe, creemos en nosotros mismos, en un Ser superior primero que todo, y eso hasta hoy nadie nos lo ha modificado, aprendimos a direccionarla, acompañarla de obras. Por eso, es un predicamento quiero no termina, porque como se puede negar lo parecido que somos a nuestros padres, los hijos ya menos, y que decir de los nietos, o como el caso de mi hermana, que tiene dos bisnietos, y el mayorcito cuando vienen a Armenia, pregunta que como así que “él tiene otros abuelos más viejos que los abuelos que tiene en Bogotá, que a mí me gustan más los de Armenia, que quiere quedarse a vivir aquí, con esos viejitos tan queridos”.
Se habla de la brecha generacional, y estos adultos mayores, somos ejemplos vivos de esa circunstancia. Es que la distancia conceptual y actitudinal de ver la vida hoy de los jóvenes, frente a nosotros, es muy grande. Y consideramos que los grandes responsables son los medios de comunicación. Pero hasta finales del siglo XX, estos eran, la radio, el cine, la televisión y los periódicos. No existían las redes sociales, porque ahora es otro mundo. El celular nos cambió todo. Y este es otro predicamento que nunca termina, y que apenas está empezando, porque hay infinidad de comunidades a las cuales, tanta tecnología moderna no ha llegado. Hoy no se puede decir nada, sin comprobarlo con Google o en Wikipedia. Y todo actualizado.
Por programa nos podemos poner a investigar qué área de la existencia esta fuera de internet, y resulta difícil, encontrar algo. O como decíamos antes, es mi vida privada, pues ya se nos acabó ese privilegio, todo se sabe, gracias al celular, todo su currículo lo tenemos en nuestra base de datos. En una plataforma y los subimos a la nube, como le quedo el ojo don Gabriel. Además, ya no tenemos nada que ocultar, escasamente podemos con la principal, ahora para tener sucursales, ya el palo no está para cucharas, y es de verdad, no es un dicho.