Por Manuel Gómez Sabogal
Quién lo creyera. Mi hijo y yo nos fuimos a puebliar y resultamos verediando. Íbamos de pueblo en pueblo, pero cambiamos de ruta y nos fuimos de vereda en vereda por los lados de Filandia, Salento y Circasia. En uno de esos sitios, había un letrero simpático: “huevos de gallinas felices”. Me causó curiosidad y decidí detenerme. Mi hijo me preguntó que por qué paraba y lo invité a leer el aviso. Sonrió, también.
De allí, salió un señor muy formal, a quién le preguntamos que, si había huevos y si las gallinas, en verdad, eran felices. Con una sonrisa, nos invitó a pasar y nos mostró las gallinas. A todas las vi iguales. Ninguna sonreía o tenía algo especial. Sin embargo, le creímos. Eran felices, al igual que la pareja que habita la casa.
Compramos un panal o cubeta de 30 huevos, charlamos un rato y nos fuimos a casa, pensando en las gallinas felices.
Días después, decidí volver por otro panal, con tan mala fortuna de que no había. Las gallinas felices habían puesto tantos huevos que hicieron felices a otras personas, menos a mí. Pero Héctor, que así se llama el dueño de casa, me invitó a seguir y a charlar al calor de un café, preparado por Yolanda. Conversamos y las historias y anécdotas surgieron sin demora. Así mismo, me dijo que me avisaría cuando las gallinas felices pusieran los huevos para la cubeta correspondiente.
Héctor nació en Culiacán, la capital del estado de Sinaloa es una ciudad vibrante, rica en naturaleza, cultura, arquitectura, folclor y por supuesto deliciosa gastronomía. Y se crio allá.
Desde hace 10 años, vive en esta región. Llegó hasta aquí, gracias a tanto que se reconoce el Quindío en el mundo. Compró una pequeña finca y se deleita allí con la pasión de un mexicano del Quindío.
Suena extraño, pero no se cambia por nadie. Desde allí, en las mañanas, divisa los nevados, los pájaros llegan a su predio, las gallinas felices se alborotan y siente la paz que tanto había buscado. La encontró en este sitio especial.
Habla de sus hijos y nietos con mucha nostalgia. Los quiere ver y abrazar a diario. No están con él, pero sueña con verlos y tenerlos así sea unos días para que sigan llenando ese corazón de persona agradable, buena gente y llena de amor. Aunque no están con él, los recuerda demasiado. Tanto que en la pared hay un bello cuadro que anuncia la llegada de hijos y nietos:
Ha cambiado y mucho, me dijo. Ya no es el de hace años. Ya no es quien muchos conocieron en su tierra. La vida le ha regalado algo distinto y hoy, es diferente. Eso me contó, porque su historia es larga como sus años y, a veces, hay tristeza en sus relatos. Su vida transcurre en casa, poco sale, pero yo haría igual, pues ese placentero lugar no da sino para sentir que todo allí, vale la pena.
Y Héctor cambió para bien. Es un hombre renovado y sus historias tristes las quiere superar. Prefiere mirar el horizonte y utilizar el panorámico, porque sabe que con el retrovisor se mira el pasado. Por eso, es pequeño, para que el pasado quede atrás.
Pensé decirle: ¿Sabes por qué el vidrio panorámico es más grande que el retrovisor?
Porque el camino que tienes delante es más importante que el que dejas atrás…
Fui por un panal de huevos, porque me escribió que me había guardado una cubeta. Sin querer, Yolanda preparó un gran y frugal desayuno. La charla al calor de un desayuno fue genial y nos reímos, nos pusimos nostálgicos, hablamos de Dios y sentimos que en todo había orden. Nos despedimos con un abrazo, de esos que se sienten porque vienen y van. Es decir, son abrazos que reinician…
Vale la pena conocer personas que llegan al alma y hacen que la vida sea mejor. Y más, cuando esas personas muestran sinceridad en sus palabras y en sus obras. Se siente una gran paz y crees que la vida sí es demasiado bella.
“Cuando quieras venir, me llamas y ya sabes que es tu casa”. Sus palabras me animaron, porque se siente calor de hogar. Además, es un espacio calmado, silencioso.
Confieso que después de la última charla, surgió esta nota. Sencilla, sin pretensiones. Y regresé a casa feliz, llevando los huevos de gallinas felices para desayunos con alegría.
Huevos de gallinas felices, porque siempre busca la felicidad hasta de las gallinas, porque no las tiene encerradas en un galpón, sino en un corral para que puedan charlar entre ellas, comer lo que encuentren en la tierra. Es decir, que vivan como animalitos libres. La actividad de estas gallinas es la recreación, andar así todo el día, libres
Yolanda las abraza, les habla, les pone nombres, les da mucho afecto y buena comida.
Es decir, escuchando a Héctor, me doy cuenta que mientras más locos haya en el mundo, este puede ser mucho mejor.
La vida es así y solo espero que esta nota sirva también para quienes valoran la amistad y los momentos simples, los detalles pequeños pero que tienen un gran significado.
Por último, una de las frases preferidas por Héctor, mi amigo mexicano: