Desde el séptimo piso, por Don Faber Bedoya C
Desde hace treinta y tres años vivimos en el tercer piso de un condominio, construido hace cuarenta años, al norte de la ciudad. Los pisos no están al mismo nivel, es decir el 301 es más bajo, lo separan ocho escalas, del 302, y así todos los pisos de los ocho bloques. Somos muy buenos vecinos todos los del bloque dos y por eso nos enteramos, que la señora del 302 tiene fuertes dolores en las rodillas que le impiden subir y bajar escalas. Ya en una ocasión el hijo mayor que vive en otro país, le sugirió cambiar de apartamento, a uno moderno y con ascensor, en un edificio nuevo, de 15 pisos, construido en el parque Los Fundadores. Le recibían en parte de pago este apartamento viejo, de 125 metros cuadrados. El esposo fue a verlo. Cuantos metros cuadrados tiene, 71 metros, “pero permítame profesor le voy a mostrar un apartamento amoblado y otro desocupado”. En este amoblado, usted encuentra lo que necesitan dos adultos mayores para vivir, y vivir muy bien. Una confortable pieza matrimonial, cama doble, dos mesas de noche, la luz esta incrustada en las paredes, sanitario, lavamanos y ducha, amplio closet. La tina no es recomendable para su edad. Dos piezas para huéspedes, con closets. Sin luces sobresalientes. Una sala para televisión, comedor y cocina a la vista, patio de ropas con lavadora y secadora. Todo funcional, práctico, modular, y manejado con un control remoto, o si quería desde el celular. “Lo único que usted tiene que traer es su ropa, y ojalá sea de la que no necesita ser planchada. Después vimos el apartamento desocupado y realmente se veía pequeño. Nunca cabría lo que tienen, en ese inmueble. Para que contarle a la señora lo que había visto.
La vida siguió igual, los dolores más agudos, masajes terapéuticos, primero particulares, después por la EPS, infiltraciones. Un médico de Pereira, es lo máximo, a un millón doscientos cada sesión, pago dos, muy poca mejoría, ninguna. Una resonancia magnética de meniscos, normal, mejor una radiografía reciente de rodillas. “Incipientes cambios osteoartrósicos en ambas rodillas especialmente en compartimiento patelofemoral derecho”. Es desgaste normal por cuestión de edad. Haga el ejercicio que soporte, nunca hizo ejercicio, y ahora menos.
La vida siguió igual, los dolores más agudos, le imposibilitaban subir y bajar escalas, sin ayuda. Le sugirieron apoyarse en un bastón, nunca lo usó. Nuevos masajes terapéuticos, otra vez particulares, después por la EPS. Otras infiltraciones, con un médico recién llegado de la república Checa. Muy poca mejoría, ninguna. Haga el ejercicio que soporte, nunca hizo ejercicio, y ahora menos. Y ahora si se le ve muy impedida, sabe que necesita ayuda, cambiar de sitio de residencia, pero ella no lo acepta. Ese vividero no lo cambia por nada en el mundo, “así me tengan que subir y bajar cargada”, bueno, eso sí lo aceptaría.
Los dos hijos vinieron y se percataron en vivo y en directo de la situación. Una tarde después de regresar de un agradable paseo, cuando se bajó del carro, le dolió la cadera, una pierna, otra rodilla y por más que se bregó no pudo subir las escalas. Subió, en una silla de la sala, cargada por los hijos y un celador.
“Lo sentimos mucho, mamá, pero tenemos que cambiar de apartamento, y de mentalidad, por ahí derecho. Usted está joven y no se puede reducir a una silla de ruedas. Es mucho lo que puede dar, si usted lo quiere, o mejor, si usted se quiere”. En la esquina del barrio terminaron de construir un edificio y el hijo mayor, había iniciado conversaciones con los dueños, pues presentía la situación de la mamá. Rápido se hizo negocio. Se pasarían en un mes. Contrataron una compañía de trasteos. Solo una cuadra de distancia. Vinieron dos empleados de la empresa. “Señores, nosotros venimos a asesorarla en el trasteo, ustedes tienen muchas cosas, vamos a necesitar dos días para botar, donar, vender, regalar, algunos o todos, estos trebejos viejos que tienen aquí, es la ley de la vida. Díganos por donde empezamos”.
Llevaban 15 años viviendo en ese apartamento. Después que vendieron una finca grande que tenían por Quimbaya, de seis piezas y con capacidad para treinta personas, y que al final la alquilaban para turismo. Quienes la compraron no necesitaban nada de ropa de cama, ni utensilios de cocina, y tuvieron que llevarse todo ese menaje para el apartamento, “mientras tanto”. Hace diez años, que todo permanece ahí guardado. El señor había convertido una pieza en estudio, y estaba llena de libros, conferencias, el computador de mesa, hasta un altar tenía en esa pieza. “Les proponemos, vamos a hacer un recorrido, a manera de inventario, por el apartamento, abren todos los closets, la despensa, y empezamos a sacar cosas, iniciamos por la pieza del estudio”. Pero la orden de los hijos es “al apartamento nuevo no se lleva nada viejo, escasamente ustedes dos”.
Un empleado organizaba, doblaba la ropa, mantas, sabanas, sobre sabanas, manteles, fundas, almohadas, manteles, y con increíble habilidad ordenaba, lo nuevo o menos viejo y descartaba lo que se veía deteriorado. Lo mismo con los libros del señor. Todo ordenado. Y ahora si “que regalamos, o botamos, porque ni hablar de vender”. El mismo procedimiento se siguió con todas las piezas, con los muebles, un comedor, regalo de los padres de hace cincuenta años. La cocina, vajillas arrumadas desde hacía diez años. Utensilios de cocina quemados, muy viejos. Chillaban de tanto uso. Por la noche del primer día, llegó el hijo menor y les propuso, “miren, en el almacén de muebles que queda en el Caimo, que es de un cliente mío, venden muebles muy modernos, y adecuados para los apartamentos de hoy, vamos mañana por la mañana y vemos todos los muebles para la nueva vivienda, ok”. Así se hizo, ninguno moduló palabra alguna, solo hablaron los hijos y los vendedores, y los de la mudanza. “Y qué hacemos con el comedor que me lo cedieron mis hermanos como herencia de los papas”. Lo curioso es que no hay respuestas, por allá alguien dijo “donarlo para un ancianato, ese del cual su papá fue presidente toda la vida”. Los muebles de la sala corrieron igual suerte, las cuatro hermosas matas que tenían, solo había espacio para dos, hay que elegir.
Una sensación agridulce se apoderó del par de nuevos propietarios. Hay que decir adiós a todo lo que nos ha acompañado tantos años, hay cosas que están con nosotros desde cuando éramos solteros. Y ahora qué. Ya está decidido, lo siento, estamos cambiando todo, hasta de modo de pensar y ver la vida. Pero no tiene que subir escalas, una lástima, que no la suban cargada los celadores. Es por el ascensor al piso siete, apartamento 709.
Faber, interesante relato. Además, es cierto. Debemos dejar lo viejo y rehacer, crear y recrear. Lo nuevo vale la pena. Lo viejo queda atrás. La idea es quererse más y más.