A sólo 30 minutos de Venecia, junto a Burano, hay una pequeña isla donde reina la calma, los flashes no saltan de un lado a otro y mandan los viñedos por encima de los souvenirs. Bajen y vean, esto es Mazzorbo
Hace rato que decenas de turistas se amontonan en la parada de Fondamente Nove esperando coger el vaporetto número 12. Es el que lleva primero a Murano (sí, la isla famosa por el cristal) y continúa después hacia Burano (la de las casitas de colores).
Todos se preparan cámara o móvil en mano para sacar una nueva instantánea de la que es ya la sexta ciudad más fotografiada del mundo. Nosotros también estamos allí, pero con un objetivo diferente. Queremos ir a Mazzorbo, una pequeña isla justo antes de Burano donde nos han dicho que no hay turistas y que está repleta de viñedos por los que se puede pasear.
Minutos antes de bajar, le preguntamos al encargado de anclar la barcaza y regular el paso de la gente si la próxima parada es la nuestra. Nos mira con extrañeza (ya nos habían advertido que casi nadie baja allí) y lo comprobamos cuando nos apeamos, porque realmente somos los únicos.
Recorrerla de punta a punta es sólo cuestión de minutos, y es que no llega al kilómetro de largo. Disfrutar de su tranquilidad y sus posibilidades da para mucho más. Apenas algunas casas, el campanario de una de las iglesias más antiguas de la Laguna, un pequeño resort de seis habitaciones, y hasta un restaurante con estrella Michelin.
Pero su secreto mejor guardado se llama Dorona, y es la variedad de uva que allí se cultiva. Su historia se remonta al año 1100, cuando su característico color dorado llenaba los terrenos que ahora ocupa la piazza San Marco.
De hecho, aunque ahora nos cueste imaginarlo, toda la isla de Venecia estaba repleta de hortalizas, verduras y viñedos, y era en Mazzorbo – pero también en las vecinas Burano y Torcello – donde vivía la gente. La malaria y otras enfermedades lo cambiaron todo. Y los locales decidieron trasladarse a Venecia y quitar los cultivos para construir sus palazzi.
Otro desastre –esta vez en 1966 y en forma de inundación que mantuvo la famosa acqua alta durante más de 22 horas por encima de los 110 centímetros– acabó definitivamente con las plantaciones, y numerosas familias decidieron abandonar para siempre sus fincas. Pero, afortunadamente, Gianluca Bisol se cruzó unos años atrás con toda esta historia.
Su familia hace siglos que se dedica a la producción de Prosecco en Valdobbiadene y, en 2002, mientras visitaba Torcello con unos clientes, descubrió un tipo de cepa que no había visto nunca antes. Fue en un jardín, localizó a la propietaria y le pidió que le mandase una muestra de las uvas en cuanto estuvieran maduras.
Empezó a investigar y supo que era la histórica Dorona, ahora a punto de desaparecer. Y se activó la maquinaria: consulta en los archivos de Venecia, visita a distintos expertos y enólogos para saber todo lo posible sobre esta variedad, estudios para determinar si se podía volver a cultivar, una búsqueda insaciable de más ejemplares por cualquier rincón y “mucha, mucha gente”, nos cuenta ahora su hijo Matteo, “advirtiéndole de que era un riesgo emprender una aventura así en una zona que podía inundarse de nuevo en cualquier momento. Pese a esto, estábamos determinados a tirar adelante”.
Consiguió reunir 88 cepas y el proyecto se puso en marcha con la colaboración del Comune di Venezia y la familia Bisol bajo el nombre de Venissa. El objetivo era “recuperar una uva con un sabor imposible de conseguir en ningún otro sitio del mundo, y un huerto que gestionarían agricultores locales”.
El lugar elegido fue Mazzorbo, donde una finca amurallada permanecía abandonada desde la inundación. Después de muchos esfuerzos, en septiembre de 2010, cosecharon los primeros racimos de esta uva que crece sólo a metro y medio del agua salada de la Laguna y cuyo terreno se inunda cada dos o tres años.
De aquella producción salieron 4.800 botellas, aunque hoy en día rondan las 3.000 por cosecha. Se las busca no sólo por su sabor particular (es un vino blanco que recuerda al tinto por su estructura), sino también por su elaboración tradicional que madura la uva con la piel, su original botella de medio litro y una etiqueta de pan de oro hecha por la única familia de artesanos que queda en la zona, Berta Battiloro.
Conseguir una botella de Venissa, pues, no es cosa fácil, aunque se puede degustar en algunos hoteles de Italia, Nueva York o París. Para nosotros la mejor opción es hacerlo sin movernos de Mazzorbo, en el restaurante que la familia abrió en 2010 al pie de los viñedos y que ya en 2012 consiguió su primera estrella Michelín.
Al mando están ahora Francesco Brutto (premiado como Mejor Chef Joven de Italia) y Chiara Pavan. En la mesa, un menú degustación de cinco, siete o nueve platos con todo tipo de creaciones y elaborado siempre con productos locales, algunos de ellos del propio huerto, donde durante el año crecen alcachofas, tomates, berenjenas, patatas, calabazas, hierbas de todo tipo y frutas como ciruelas o melocotones.
“Siempre hemos apostado por cocineros jóvenes, que no tengan miedo a arriesgar”, nos explica Matteo Bisol, ahora director de todo este proyecto. “Queremos ofrecer propuestas creativas con productos de la zona. Y es que la proximidad del suelo con el agua salada da a las hortalizas un sabor especial que vale la pena aprovechar”.
En la copa, vino Venissa por supuesto. Pero también su nuevo Rosso Venissa, y nos avisan que pronto alguna sorpresa más, porque el proyecto crece. Lo hace alrededor del vino (que va cosechando premios y reconocimientos), pero también con un pequeño resort de solo seis habitaciones en la misma finca. “Es un verdadero lujo poder disfrutar de esta paz a pocos minutos de Venecia y visitar las zonas más turísticas cuando la gente, precisamente, decide hacer excursiones hacia las otras islas”.
Sin movernos de aquí también tenemos opciones: clases de cocina para aprender recetas tradicionales de la Laguna o preparar pasta, paseos con barca y lecciones de góndola, pesca, fotografía y por supuesto degustación de vinos. Mazzorbo se mantiene por ahora como una pequeña joya por descubrir a sólo dos paradas de vaporetto.
PEQUEÑA GUÍA DE VIAJE
Cómo llegar
Iberia. Vuelos directos desde Madrid a Venecia a partir de 148€. Para llegar a Mazzorbo y Burano basta coger el vaporetto no 12 en Fondemente Nove. El billete se puede comprar en el portal de Venezia Unica o en las oficinas habilitadas. El ticket de un día cuesta 20€ y permite utilizar libremente los transportes de la zona durante 24 h desde la primera validación.
Dónde comer
Venissa. Fondamenta di Santa Caterina 3, Mazzorbo. El chef Francisco Brutto se basa en la interesantísima cocina veneciana para elaborar menús siempre basados en el producto de temporada, la huerta de la finca y los pescados de la Gran Laguna. Allí mismo está también la Osteria Contemporanea, más informal y con vistas al canal. Bodega con más de 200 referencias.
Trattoria alla Maddalena. Fondamenta di Santa Caterina 7b, Mazzorbo. Cocina tradicional veneciana desde 1954, año en que Giulio Simoncin y su mujer, Giulia, comenzaron el negocio. Ahora lo llevan dos familias de Mazzorbo a las que el matrimonio cedió la gestión del negocio. Buenos pescados.
Qué hacer
Museo del Merletto. Piazza Baldassarre Galuppi 187, Burano (cierra lunes). Una de las tradiciones de la zona es el merletto, o el encaje de bolillos. Su historia se remonta al s. XVI, y ahora se recoge en este museo que ocupa las habitaciones de lo que un día fue una escuela para todas aquellas chicas que querían aprender la técnica. Ahora, se puede ver trabajar a algunas de las maestras en vivo.
Casa di Bepi. Corte del Pistor 275, Burano. Todas las casas de Burano están pintadas de colores, pero esta las supera. Bepi era un amante de la pintura, pero también del cine, y por esto a menudo cubría la fachada con una sábana blanca para proyectar películas en verano.
De compras
Palmisano Carmelina. Piazza Galuppi 355, Burano. Nadie puede irse de aquí sin probar las galletas Bussolà de la panadería de Carmelina, famosas en toda la región.
Dónde dormir
Casa Burano. Via Giudecca 139, Burano. Habitación doble desde 120€. Pertenece a la familia Bisol, propietaria del restaurante Venissa, en Mazzorbo.
Vía Condé Nast