Por Manuel Gómez Sabogal
Simca 1204. Era la moda en ese momento, año 1.973. 60.000 pesos su costo. Y de pinchado, compré uno. Me dijeron que era lo máximo y que la presentación valía la pena. Es decir, tenía buen andamiaje. Eso creo yo. Mi carro, era un Simca 1204, azul y nuevo.
Recuerdo que era viernes. Me fui al trabajo en el carrito nuevo. Era la sensación, pues era mi primer carrito. Y quería mostrarlo a todos. Que vieran cómo me rendía el sueldo.
En casa, mis papás estaban muy contentos. Era mi primera adquisición y yo estaba muy happy happy como un hippie.
Era sábado. Hacía un calor increíble. Mucho sol. Mi vestuario, adecuado al día: camisa de manga corta, jeans y tenis. Quería probar mi carrito, subiendo montaña. Busqué a algún amigo que me acompañara, pero a quienes logré ubicar, no podían aceptar la invitación, pues se hallaban ocupados.
Total, que decidí ir solo. No sabía a dónde ir, hasta cuando al fin tomé la ruta hacia La Línea.
Había mucho tráfico y la subida estaba pesada. Sin embargo, el carrito subía bien. Me dio por tomar el tiempo hasta La Línea. Así que seguí subiendo. Al llegar, había una cafetería en ese sitio.
El frío era demasiado y peor, pues no había llevado chaqueta o algo que me cubriera, ya que, al salir de Armenia, estaba haciendo un calor insoportable. Tampoco dije en casa que iba para La Línea. Tomé algo caliente. Eran ya las 6 de la tarde y no quería que me cogiera la tarde bajando.
Empecé a bajar tranquilamente, cuando de pronto, a poco más de un kilómetro, habían cerrado la vía. Lluvia y derrumbre. Así de sencillo. Ventanillas arriba, radio encendido y sin dinero, porque se me había quedado la billetera.
Empezaron a pasar por mi lado gritando: “tinto, tinto, empanadas calientes, buñuelos” …Y yo ahí, en la fila interminable de carros, sin comer y sin poder tomarme un café.
Como a las 4 de la mañana, alguien se acercó a mi ventanilla y me dijo: “Joven, en unos 5 minutos le van a dar paso. Por favor, ponga el carro en primera, la misma velocidad y siga sin parar o bajar la velocidad. Es como una cuadra llena de barro. No puede salirse, pues a la izquierda hay precipicio. Alístese”
¡Qué calvario! Me había ido a probar el carrito y resulté enredado en lluvia y derrumbe, cuando podría estar dormido y sin frío a esa hora. La comida la perdí, mi madre ya se había cansado de esperar mi llegada y yo en un sitio que ni lo pensaban en casa. Yo tampoco.
“¡Pase!”, me gritaron. Puse primera y arranqué. Luces encendidas y un miedo, no miedo, terror que recorría hasta el techo del Simca. Luego como después de una noche entera, logré pasar por la brecha que habían abierto. Al otro lado, carros y más carros de subida. Empecé a bajar despacio y casi llegando a Calarcá, ya había escampado y el piso estaba seco. Es decir, desde ahí, no había llovido.
Feliz, llegando a casa. Eran casi las 7 de la mañana del domingo. Preferí parquear frente a la casa y esperar un poco para abrir la puerta, pues no deseaba despertar a alguien.
Como a las 8, decidí abrir la puerta, esperando abrazar a mi madre que estaba en la sala de la casa, ya casi lista para salir a misa. Sus palabras acabaron con mi felicidad: “Ni se le ocurra abrazarme. Vaya báñese y descanse. Quién sabe dónde amaneció”