Por Manuel Gómez Sabogal
Recuerdo muy bien este escrito. Está en el libro “Isabella y el abuelo”. Lo quiero reproducir aquí, porque quienes no tienen o conocen el libro, no saben lo que se siente cuando un abuelo no hace algo simple y sencillo para su nieta o nieto.
Ella cumpliría 5 añitos y mi hija me escribió que por favor le ayudara a Isabella para su presentación del cuaderno del viajero.
Por ello, reproduzco el texto que incluí en el libro para que padres y abuelos no dejen pasar el tiempo. El capítulo en el libro, es el siguiente:
Escribir este texto ha sido muy difícil. Tal vez ha sido uno de los que más he pensado antes de escribir. Por todo lo que representa para mí. Por toda la tristeza que me produjo el haberle fallado a Isabella. Porque no hice lo que tanto he recomendado siempre a mis hijos, a mis alumnos o amigos.
Porque no tengo disculpas o excusas. No las hay y no las puede haber. No puedo creer que haya cometido este imperdonable error. Siempre les he repetido a mis hijos que cuando tengan una tarea, la hagan inmediatamente. Que, si la misma es para el lunes siguiente, la hagan desde ahora y no esperen mucho. Que después, se les puede olvidar, llega el día de presentarla y no la han hecho.
Les he advertido que es mejor adelantar trabajos, tareas, investigaciones para que tengan más tiempo para otras labores. Incluso, para que chateen todo lo que deseen.
Pero no hay caso. Me tocó a mí. Y no me siento bien. Siento como si todo lo que les dije no lo hubiera recordado. Porque no era una tarea cualquiera. Era la tarea para Isabella. Para su cuaderno de viajero, como le llamaron. Isabella cumple cinco añitos el 14 de mayo. Ya casi. La tarea era muy fácil, era sencilla, simple. Yo debía escribir una nota sobre ella para que la llevara al colegio. Está en el jardín. La profesora quería saber sobre anécdotas, notas, información que familiares pudieran hacer sobre ella para plasmarlas en el cuaderno de viajero.
Además, la tenía ya escrita. Era el mejor recuerdo, uno de los escritos más bellos sobre Isabella. Era tan sencillo. Solamente debía anexarla al correo y enviarla. Fácil, sin complicaciones. Tuve cuatro días para enviarla y no lo hice. Lo sabía desde el lunes y debía remitirla, al menos, el jueves, pues ella debía presentar su cuadernillo el viernes. Un cuadernillo con fotos y notas.
No he tenido ni fuerzas para llamar o escribirle a mi hija. Le he dicho a mi hijo que me he sentido muy aburrido. Mi hija me escribió: “papá, cómo se te olvida la carta de Isa. Eso me pone muy triste”. No tuve valor para contestarle, porque no tengo respuestas. Ni puedo regresar el tiempo.
El tiempo. Ese que nos traga enteros y no nos damos cuenta. El tiempo que tenemos para muchas cosas y para otras, se nos acaba demasiado rápido. El tiempo que, a veces, nos traiciona. Yo tuve tiempo. Tenía tiempo. Siempre tengo tiempo. Escribo por la mañana, por la tarde, por la noche. Hago notas, envío artículos, pongo vídeos. Pero esa nota, ese escrito tan importante, no lo envié.
Lo tenía hecho. Estaba listo. Hoy, escribo esta nota, porque no quiero que te pase. Para que nunca te sientas culpable, porque no has hecho la tarea. Una tarea tan simple y sencilla como esta. Para que nunca tengas que decir como yo: ‘No hice la tarea. Y me duele mucho’.