Desde el séptimo piso, por don Faber Bedoya
El viernes pasado fueron los grados en la Institución Educativa José María Córdoba del municipio, y se graduó con honores, el nieto de Enrique nuestro compañero del grupo de jubilados y pensionados. Fue aquel niño que un día sus padres le dijeron al abuelo, “Papá, vamos a seguir estudiando, en España, nos ganamos una beca para hacer una maestría, tú puedes cuidar el niño, son solo dos años, por fa”. Y le contaron todos los detalles de la subvención obtenida. El niño se quedó y los tres encantados. Entró al preescolar, se comunicaba con sus padres. El niño muy bien, los abuelos paternos, ahora padres en propiedad, felices, plenos. Terminó preescolar y empezó la básica primaria en una escuela del pueblo. A propósito, se llama Alejandro.
Y es un niño muy amable, querido, se hace querer de las personas, no pasa desapercibo, callado cuando hay que serlo, habla a su tiempo y quiere mucho a sus abuelos, a los dos. Aunque los abuelos maternos fueron muy lejanos con Enrique y su señora. No estuvieron muy de acuerdo con que su hija se casara con el hijo de un maestro, así fuera de la universidad. Tenían varios candidatos, ricos hacendados de la región le habían propuesto noviazgo, o los hijos de ellos, que estudiaban en Bogotá o en Manizales. La china era muy agraciada, para qué, pero doña Carlina si estaba de acuerdo con el hijo del profesor, porque el chino era bien parecido, muy serio y muy buen estudiante, para qué.
Los dos habitaban una casa grande, en pleno marco de la plaza, con una señora que les ayudaba. Muy serios y hacendosos, todo el pueblo sabía de las andadas del viejo, nunca se hicieron públicas, o doña Carlina las vivió en silencio, era muy poco lo que salían, a misa los domingos o se iban para la capital a pasear y con frecuencia al extranjero. Su jornada era desde por la mañana en las fincas, llegaba de nochecita y se encerraba en la casa. Una tarde el profesor y la señora estaban en la panadería del pueblo esperando que saliera el nieto de la escuela, cuando llegaron don Daniel y señora al mismo sitio. No se habían citado, fue totalmente casual el encuentro. Se saludaron, los invitaron a la mesa. Y después de los saludos de rigor, les suelta don Daniel esta perla a los consuegros. Como les parece señores, que ahora que “mi nieto” esta en tercero de primaria, desde el principio del año, hemos organizado un restaurante escolar para los niños más pobres y Yo lo patrocino, con mercado y Benilda nuestra empleada, les hace de comer. Tenemos seis niños a los cuales mantenemos de comida, y ropa también les damos. Claro que el Plan Nacional de Alimentación Escolar, proporciona buenas raciones de comida a todos los niños, pero estos, a sugerencia de Alejandro, son pobres de solemnidad y merecen más atención, por eso lo hacemos. Todo fue idea y realización de mi nieto Alejito.
En esos momentos salió el niño, corrieron a recibirlo y el no cabía de la dicha de ver a los cuatro abuelitos reunidos, juntos. No sabía por dónde empezar y para sorpresa de todos al primero que abrazó fue al recio hacendado, don Daniel. “como les parece lo que pasó hoy en la escuela”, y no paraba de hablar, era como un loro mojado, como si fuera la primera vez que se veían. El chino estaba feliz. y contó realizaciones, planes, notas obtenidas, concursos en que participaba, trabajos hechos por internet, aportes para los compañeros y profesores. Mejor dicho, no se callaba. “Tito Enrique, me dejas quedar en la casa de los abuelitos del pueblo, por fa”, pero la piyama y el cepillo de dientes, no se preocupe, ya le compro una y cepillos de dientes tenemos en la casa. Y por la noche habló con sus padres, por Facetime, desde la casa de los abuelos maternos.
Y entonces se repartieron la educación del nieto. Y el niño creció con enormes valores de solidaridad, servicio por los demás. La idea del restaurante escolar se extendió al pueblo vecino donde el abuelo tenía grandes extensiones de tierra y las ayudas para los necesitados y que estudiaran, fueron famosas en la región. Todas lideradas por Alejandro, que como su nombre empezaba por A, el primer, y segundo apellido, también por A, lo apodaron el “niño tripe A”. quien ahora se apresta a iniciar sus estudios de bachillerato.
Y hoy se gradúa de bachiller, los padres no pudieron venir porque les resultó un doctorado y aprovecharon semejante ocasión, pero mandaron todo el dinero y mucho más, para que hicieran un viaje donde quisieran, en el país o al extranjero, con los cuatro abuelitos, ahora muy amigos. El fabuloso nieto los unió. Como obtuvo muy buen puntaje en el ICFES, podía entrar a la universidad privada que escogiera. El niño escogió la universidad del Quindío, y la carrera de Ingeniería Electrónica, de la cual fue profesor el “tito Enrique”, hace muchos años atrás. La reunión social, en una hacienda de propiedad de don Daniel, con todo el bombo que merecía la ocasión. Y llegaron los invitados, políticos de la región, autoridades civiles, militares, eclesiásticas, personalidades de los dos pueblos, todos conocían o querían conocer al “niño triple A”. Llegaron todos quienes fueron sus maestros de primaria, muchos excompañeros que desertaron, pero tuvieron el apoyo de los abuelos de Alejo, en su momento. En especial, el hijo de Aurora, la copera del bar y por la noche cantina, de don Adán, que fue mucho lo que hicieron y lucharon por él, lo ayudaron a rabiar para que estudiara, que no se saliera de la escuela, pero un día no volvió y hoy llegó al grado de su mecenas, patrocinador, y amigo del alma. Llegó vestido de orgulloso policía de la patria y dijo un discurso sentido, lleno de gratitud, y en el aire quedó una frase “cómo sería de grande la patria, si nosotros los jóvenes siguiéramos la ruta que está trazando Alejandro, de la mano de sus abuelos maternos y paternos y esa gran mujer que es Benilda, su empleada de toda la vida.