Desde el séptimo piso, por don Faber Bedoya C
En nuestra agropecuaria sociedad de hace algunos años, sesenta para ser exactos, el ser más repudiado y rechazado era, el mentiroso. Nos decían que era ladrón, embaucador, engañador, falso, embustero, farsante, hipócrita, fariseo, bocón, “falsaria y pérfida”. El que miente engaña. Pero la verdad era que había entre nosotros unos mentirosos encantadores, hasta de serpientes, tenían una lengua que se “peinaban con ella”, primera mentira. Porque toda mentira contiene una exageración, casi siempre, mejor siembra dudas. Era que había que oír a los arrieros nuestros, contar las historias de lo sucedido en una travesía de Cartago a Medellín, con una recua de mulas llevando café y trayendo cemento. Nos estábamos tardes enteras oyendo al abuelo, a sus compañeros, esas eran nuestras canciones de cuna. Nos dormíamos con una sonrisa en los labios, de recordar todas esas hazañas, predominando los fantasmas, llegaron a decirnos que todos tenían un fantasmita de confianza. Después, mi madre, nos lo cambió por el ángel de la guarda.
Esa era nuestra realidad, el presente y la que nos esperaba cuando fuéramos grandes, porque en esos tiempos idos, los días eran iguales, con excepción del domingo, nada de “mañana será bonito”. Nuestro porvenir estaba signado por los mayores. Era dos mundos muy definidos, los grandes y los niños con la condición que no nos podíamos meter en sus conversaciones, en cambio ellos si ordenaban y mandaban en nuestro diario vivir. Sobre todo, estábamos rodeados de secretos, éramos realmente ignorantes de las “cosas de la vida y del amor”. Muy tarde supimos quién era el niño dios, cómo nacían los niños, pero sabíamos de la reproducción animal, de nuestra sexualidad, nada y menos del otro sexo, pero diferenciábamos una hembra de un macho, en varias especies. Crecimos rodeados de secretos y muchas verdades ocultas.
Más adelante en la vida, conocimos mentirosos que adquirieron otras dimensiones y se volvieron estafadores, con unas hazañas que rayaban en lo novelesco. Oír las historias del ex clérigo Arenas, quien estudió para sacerdote, pero le negaron la ordenación, lo echaron del seminario, y sin embargo ejerció en un pueblo de Cundinamarca, hasta que lo descubrieron y decidió cambiar los hábitos, por la profesión de comerciante y aprovechando sus habilidades de comunicación con las personas, vendió parques de pueblos, una máquina para hacer billetes, en el extranjero vendió un famoso hotel de Colombia. Con papeles falsos, negoció acciones de una empresa petrolera y a los gringos les vendió varios miles de sacos de café, puestos en Nueva York, y no especificó el peso exacto del producto, se “suponía” que los sacos eran de sesenta kilos. Cumplió, exportó los sacos, pero de un kilo de peso, y se quedaron callados.
O el famoso embajador de la India, que “hasta el buey Apis a don Oliverio Lara le vendió”, como dice la canción, y al cine llevaron esta aventura del ex seminarista Jaime Flórez. Es que de película fueron todas las cosas que sucedieron, cuando con un compañero, se hizo pasar por alto funcionario indio, en la tierra opita y en su capital Neiva. Aquí en nuestra Armenia también hemos tenido unos estafadores novelescos, nos falta vida y espacio para narrarlos, como el caso de un vendedor de carros, quien a cinco distinguidos y prestantes ciudadanos les vendió un lote de camperos Lada, importados de Rusia. Les mostró los manifiestos de aduana, las cartas de crédito de un banco local, los registros mercantiles, hasta una declaración de renta, mostró. Les permitió dar una vuelta en un campero de muestra. Solo exigió el 30% de anticipo, y el señor desapareció. Pero la historia no termina ahí. Un día a cada uno de los cinco distinguidos y prestantes ciudadanos de Armenia, les llegó una nota, personal, confidencial, con las respectivas disculpas por los inconvenientes causados y que lo citaba a una reunión, en un elegante hotel de Cali, a las doce del día, para devolverle el dinero invertido, pero “por favor no se lo diga a nadie”. Todos fueron puntuales, se sentaron lejos, sin que los vieran, llegaron las doce del día, empezaron a levantarse de sus mesas, se encontraron, comentaron la nota recibida. Otra vez nos engañó, y el señor desapareció. Eso es verdad.
Esos engaños o grandes estafas se hacían de frente, conversaditas, pero vinieron las vías electrónicas y en 1982 un timador de alta alcurnia, que se movía entre los más aprestigiados grupos económicos y financieros, por este medio, se robó 13 millones y medio de dólares afectando la banca nacional. Escapó para Europa radicándose en Austria y no pudo ser juzgado por no tener nuestro país convenio de extradición con ese país. Y faltan datos de otros municipios, algunos en forma de pirámides, que esas sí dejaron muchos náufragos, en el camino de la vida.
Y oh sorpresa, cada día de esta feliz existencia, amanecemos con una nueva mentira a flor de piel. Ya viene en carro-tanques para navegar por los desiertos de Nariño, o andar por puentes donde no hay ríos. En la actualidad somos especialistas en incredulidad, la incertidumbre es nuestra brújula, para donde se mire solo aparecen preguntas sin respuestas, vivimos otra vez en el mundo de los secretos. En estos momentos pareciera que unos pocos son los poseedores de la verdad. Y nosotros qué pitos tocamos. Se acuerda de cuando jugábamos a la gallina ciega, pero sin fiesta de cumpleaños, despierta, es la vida real.