Desde el séptimo piso, por Don Faber Bedoya C
Nosotros, los veteranos de tantos proyectos que hemos presentado en la vida, o que nos presentaron cuando éramos ejecutivos en ejercicio, somos conocedores del significado que tiene el saber esperar. Conocimos la palabra orden recién ratificada en el escudo nacional de Colombia, 1949, crecimos con el respeto como aliado nuestro, y la obediencia fue compañera desde niños. Pero difíciles para estarnos quietos.
Desde pequeños fuimos inquietos, nuestras madres decían que éramos “ombligados con cola de mico”, que era muy difícil tenernos calmados. Inclusive nos enviaban donde una tia o una vecina, a que nos vendiera “cinco de tenete alla”, y nosotros dábamos la razón. Pero siempre estábamos haciendo algo. En la escuela, en el colegio hasta en la universidad, estábamos ocupados en algo. Nuestras hermanas y vecinas, fueron las precursoras de eso que dicen hoy, que las mujeres pueden hacer hasta tres cosas a la vez, pues ellas hacían muchas más. En esas calendas aprendimos a obedecer, no solo de palabra sino de acción. Las ordenes eran para cumplirlas. Fueron muchas las historias que nos contaron de los niños desobedientes, de los rebeldes, hasta el diablo se los llevaba. También fueron muchas las historias que nos contaron de los beneficios y hasta milagros que se realizaban en aquellas personas obedientes. “La obediencia es una semilla que se va sembrando y tarde o temprano se ven los frutos” decía con sabiduría mi madre.
En la escuela empezamos a conocer y respetar las normas, las obligaciones, teníamos uniforme diario. También a conocer lo prohibido, generalmente que era lo muy bueno y atractivo, invitaba al reto, a la aventura, a volarnos del colegio, a la curiosidad, a escondernos. Conocimos de primera mano, las disculpas, excusas, las mentiras, teníamos enfermedades de confianza para cuando faltábamos al colegio. “A tirar la piedra y esconder la mano”. Pero la verdad es que no fuimos muy expertos, siempre nos pillaban o terminábamos contando la verdad.
En la universidad conocimos los reglamentos, y nosotros estábamos bien dotados en obediencia, sin objeciones, y éramos disciplinados por convicción. Y así nos formamos para la vida, en libertad y orden. Pudimos darnos cuenta a golpes, que las normas de la casa, de la escuela, el colegio, la universidad, son pálido reflejo de las leyes sociales, de la exigente vida en comunidad. El cumplimiento de un horario, una programación, objetivos, proyectos, metas, procesos, procedimientos, y demás exigencias de la vida laboral, moderna, esa si era disciplina, mejor autodisciplina. La que no se enseña, es formación personal, viene con el paquete familiar, es Adn personal. “La que natura no lo da, Salamanca no lo presta”.
En esos tiempos idos existía un divorcio, o un alejamiento, entre la universidad y el mercado ocupacional, concentración de profesionales en la capital, pocas oportunidades de trabajo, se tenía que emigrar hacia otras latitudes. Saturación de ciertas profesiones, en especial de las licenciaturas, surgieron nuevas carreras, se cancelaron otras, pocas empresas, menos industrias, el gran empleador es lo público, y con ello, unas invitadas no deseadas, las intrigas, los mandobles, recomendaciones, acomodar requisitos, saltar los puntajes. Entonces de la universidad solo importa el titulo y para la ubicación laboral, la necesaria recomendación.
Lo cual empezó a chocar con esa formación personal y familiar que traíamos, a borrar de un plumazo todo lo aprendido y vivido en la escuela y sobre todo en el hogar, que muchos seguimos conservando todavía, así parezcamos anticuados. A creer en nosotros, hacer las cosas correctamente, sin más recomendaciones que nuestro desempeño, pero oh sorpresa nos cambiaron el libreto, o estamos fuera de órbita, no solo anticuados sino descontextualizados.
Esto es tan cierto, que en estos días con un compañero nos animamos a presentar un proyecto de “proceso de recuperación de las adicciones, en los adultos mayores”, a la Secretaría de Desarrollo Social de un municipio de un departamento vecino. Y digo nos animamos porque la directora, hoy se dice gerente, es hija de un compañero de trabajo, en la empresa en la cual nos jubilamos. Nos atendió, muy cordial, nos llamó por el nombre. Le fascinó el proyecto. A mi amigo que es más conocido de ella, en confianza le dijo “qué concejal los respalda en este proyecto, usted sabe don Alfonso, así se mueve todo aquí”.
Ese si fue un golpe bajo o blando como dicen hoy. ¿Dónde queda la trayectoria profesional, experiencia, sapiencia, todo lo asimilado a lo largo de tantos lustros, en el hogar, la escuela, en el colegio, en la universidad? Será que hay una nueva verdad, “ustedes me comprenden señores, todo aquí se mueve así”.