Sabemos que por instinto sentimos atracción hacia ciertas personas más que a otras. Determinar por qué nos agradan sirve para mejorar nuestro carisma.
Pídele a la gente que nombre a alguien que considere encantador y te dará respuestas predecibles. Por ejemplo, James Bond, el espía ficticio con predilección por los martinis agitados, no mezclados. Quizá mencionen a Oprah Winfrey, Bill Clinton o a una figura histórica como Martin Luther King o Mahatma Gandhi. Ahora pídeles a esas mismas personas que describan, en pocos segundos, qué hace que estos encantadores individuos sean tan agradables.
Es en este punto, en la definición precisa de qué es el carisma, donde la mayoría se topa con pared. Sabemos que por instinto nos sentimos atraídos hacia ciertas personas más que a otras. Cuantificar por qué nos gustan es un ejercicio totalmente diferente.
Los antiguos griegos describieron el carisma como un “regalo de gracia”, una descripción apropiada si crees que ser agradable es una característica otorgada por Dios que a unos les es natural, y a otros no. La verdad es que el carisma es un comportamiento adquirido, una habilidad que hay que desarrollar, así como aprendimos a caminar o practicar el vocabulario al estudiar un idioma nuevo. Otras características deseables, como la riqueza o apariencia, sin duda están ligadas a la capacidad de agradar, pero haber nacido sin ninguna de estas no te impide ser carismático.
Cuantificar el carisma
A pesar de todo el esfuerzo que se ha dedicado a cuantificar el carisma (y a lo largo de los tiempos ha sido estudiado por expertos, incluyendo a Platón y aquellos con los que hablamos para este artículo) hay mucho que aún no se sabe. Sin embargo, hay dos verdades irrefutables.
La primera es que sentimos atracción casi de manera sobrenatural hacia algunas personas, sobre todo las que nos agradan. Aunque este no siempre es el caso, también nos puede atraer un villano carismático.
La segunda verdad es que somos poco hábiles para identificar qué hace que estas personas sean tan cautivadoras. Más allá de observaciones superficiales (una linda sonrisa o la capacidad de contar una buena historia), pocos de nosotros podemos identificar, en un instante, qué hace que las personas carismáticas sean tan magnéticas.
Quizá sea algo evolutivo. Como especie, los sentimientos instintivos innatos nos conducen a sensaciones que solemos describir como intuitivas. En realidad, estas sensaciones son una respuesta subconsciente a decenas, o quizá cientos de pistas verbales y no verbales que sin darnos cuenta procesamos en todas nuestras interacciones con los demás. Es una habilidad necesaria, una que permite que todos los mamíferos sopesen la intención de los demás haciendo un inventario continuo de cosas como el lenguaje corporal, el ritmo de su habla y movimientos sutiles que quizá aluden a un posible peligro.
John Antonakis, profesor de Comportamiento Organizacional en la Universidad de Lausana en Suiza, señala que el carisma, en su nivel más básico, no es más que una señalización de información. “En términos llanos, el carisma se trata de señalizar información de manera emotiva, simbólica y basada en valor. Así que señalizar carisma consiste en usar técnicas verbales (lo que dices) y no verbales”, explicó.
Para fines de comparación, lo que Antonakis describió es básicamente una versión más simple de la reacción de lucha o huida. Pero en lugar de luchar o huir, constantemente estamos tomando microdecisiones sobre si la persona que pide nuestra atención la merece.
Los tres pilares del carisma y cómo practicarlos
Olivia Fox Cabane, una guía de carisma y autora del libro The Charisma Myth, dice que podemos resumir el comportamiento carismático en tres pilares.
El primero, presencia, tiene que ver con estar en el momento. Cuando ves que tu atención se desvía al hablar con alguien, vuelve a enfocarte centrándote en ti mismo. Presta atención a los sonidos del entorno, a tu respiración y a las sensaciones sutiles de tu cuerpo; las cosquillas que empiezan desde los dedos de tus pies y que se difunden por todo tu cuerpo.
Poder, el segundo pilar, se trata de derribar barreras autoimpuestas más que lograr un estatus más alto. Se trata de eliminar el estigma que conlleva el éxito que ya has logrado. El síndrome del impostor, como se le conoce, es el miedo prevalente a que no mereces estar en la posición en la que te encuentras. Entre más arriba estés en la pirámide, ese sentimiento se vuelve más persistente.
La clave para este pilar es dejar de dudar de ti, asegurándote de que mereces estar donde estás y de que tus habilidades y pasiones son valiosas e interesantes para los demás. Es más fácil decirlo que hacerlo.
El tercer pilar, la calidez, es un poco más difícil de fingir. Aquí debes irradiar un cierto tipo de vibra que indica bondad y aceptación. Es una sensación parecida a la que recibes de un pariente cercano o amigo íntimo. Es complicado, considerando que quienes se distinguen en este aspecto son personas que evocan esta sensación en los demás, aunque los acaben de conocer.
Para dominar este pilar, Cabane sugiere imaginarte a una persona por la que sientas mucho afecto y cariño, y luego enfocarte en lo que más disfrutas de tus interacciones compartidas con dicho individuo. Puedes hacer esto antes de las interacciones con los demás, o en momentos más breves mientras escuchas a otra persona. Ella afirma que esto puede cambiar la química del cuerpo en unos segundos, haciendo que hasta el más introvertido de nosotros exude la calidez que se relaciona con la gente carismática.
Más allá de la superficie
Todos nuestros expertos concuerdan con que el carisma no es un descriptor uniforme en todos los casos; más bien es una jerarquía. Algunos exudan encanto gracias a su calidez y generosidad, mientras que otros son agradables en un sentido evolutivo: los individuos tipo alfa que irradian confianza y éxito.
Regresando a los tres pilares, la gente más carismática que conoces a nivel personal generalmente ha logrado un alto nivel de éxito en solo una, o quizá dos, de estas características. Sin embargo, hay unos pocos que han logrado dominar las tres.
Por ejemplo, Martin Luther King, demostraba un dominio de cada uno de estos tres pilares, lo cual lo coloca en la clasificación única que Cabane llama “carisma visionario”.
Si esa es la jerarquía más alta, los siguientes tres ejemplos estarán en algún punto intermedio.
Steve Jobs, el cofundador de Apple, demostró dominar el pilar del poder y tenía puntajes altos en el de presencia. Sin embargo, de acuerdo con su hija Lisa Brennan-Jobs, en su autobiografía Small Fry publicada en 2018, él carecía de calidez. El director ejecutivo de Tesla, Elon Musk, al parecer también carece de calidez. Es un típico introvertido que compensa su falta de habilidades sociales con destreza en el pilar de la presencia y niveles de poder que superan el promedio.
Jobs, de acuerdo con Cabane, se clasificaría más como alguien con un “carisma de autoridad”, mientras que Musk tiene un “carisma enfocado”.
Luego están aquellas personas como Emilia Clarke, protagonista de Juego de tronos de HBO. Su exuberancia hace que obtenga una puntuación alta en “carisma bondadoso”, una clasificación para aquellos que sobresalen en el pilar de la calidez y a la vez mantienen una presencia alta, pero un poder bajo.
Desde luego que esto no es más que raspar la superficie. Aquí la lección con la que hay que quedarnos es que el carisma no es una sola cosa. Más bien hay que pensar en él como lo haríamos con la inteligencia. Obtener calificaciones altas en matemáticas y ciencia es una señal de inteligencia, pero también lo es dominar un arte o la música. Intentar comparar a una persona inteligente con otra solo crea más confusión. Podemos afirmar lo mismo del carisma.
Entrenamiento en carisma: la versión accesible
Si estás buscando un buen punto de partida para ser más agradable, Antonakis sugiere contar historias.
Dice que las personas más carismáticas son las que hablan con metáforas, quienes le dan sustancia a una conversación a través de un uso ejemplar de anécdotas y comparaciones. No están relatando sucesos sino parafraseando la acción y usando gesticulaciones, lenguaje corporal con mucha energía e inflexiones de la voz para subrayar puntos clave. Tienen mucha experiencia en usar la convicción moral y reflejar el sentimiento del grupo ante el que se habla, además, emplean preguntas, incluso retóricas, que mantienen a la gente interesada. En pocas palabras: saben contar una buena historia.
De hecho, surgió un patrón al hablar sobre carisma con expertos, uno que se vuelve inmediatamente reconocible para cualquiera que haya tomado un curso para hablar en público: las personas más carismáticas suelen ser buenos para hablar en público.
Sin embargo, el carisma va más allá de ser un orador refinado y atrayente. La gente carismática es agradable no solo porque sabe contar una buena historia, sino también por cómo hace sentir a los demás. Además de ser simpáticas e interesantes, las personas carismáticas pueden bloquear las distracciones, lo cual hace que los individuos con los que interactúan sientan que el tiempo se ha detenido y solo ellos importan. Hacen sentir a los demás mejor consigo mismos y por eso desean regresar para tener más interacciones, o prolongar las que ya existen, tan solo para disfrutar de esos momentos.
La manera más rápida de ser agradable comienza en casa, al eliminar tus propias dudas y concentrarte en participar activamente en conversaciones e interacciones con otras personas.
A partir de ahí, se necesita poco más que decir que sí a más invitaciones sociales, unirse a una clase de oratoria y seguir buscando maneras de mostrar tus fortalezas mientras reduces tus debilidades. Cada interacción ofrece una oportunidad de practicar, estudiar y emplear nuevas estrategias.
Parecido a cuando aprendes cualquier otra habilidad, a veces las cosas saldrán bien, otras veces no, sobre todo al inicio. Pero si piensas en el carisma como un árbol de habilidades, cada sesión de práctica no es más que una manera de ayudarte a llegar a la cima.
Vía New York Times