Por Manuel Gómez Sabogal
El jueves 12 de junio de 2015, partió a la eternidad….
Hay personas que se van, pero que no pasan. Siguen aquí. Uno de ellos, el médico Jaime Hoyos G, quien además, escribía columnas, realizaba eventos donde indicaba que los medicamentos genéricos eran importantes y valían la pena.
Acompañaba a su hija en su poesía y todas las manifestacines culturales a las cuales ella asistía. Me enviaba a mi correo todo lo que su hija escribía y se sentía orgulloso de ello.
Así mismo, cuando escribía algún texto, me lo enviaba. Me sentía importante, pues significaba mucho recibir sus textos, correos y poemas de su hija.
Uno de los poemas de su hija María Paula, me lo envió el 14 de agosto de 2014:
LLUVIA
Bajo una media luna amarilla
Algo cae
Algo que no se explica
¿Qué es lo que suena?
Las lágrimas que caen
Al chocar con el suelo húmedo
Una melodía que llena y atrae.
Deja que te arrulle
En los días grises
Porque será tu única compañía
Pero cada vez más fuerte
Una suela gris muestra su inconformidad
Pero eso no le importa
No está feliz
Quiere más compañía
Ha matado a alguien
Pero, mientras tanto la Luna
Sólo observa pacientemente
Esperando que las lágrimas cesen
Recuerdo que los invité a mi programa radial “Rayuela”, el jueves 22 de agosto de 2014 y allí, le regalé a Maria Paula el libro Rayuela de Julio Cortázar.
Y uno de sus textos que, todavía está vigente, aunque me lo envió el 5 de diciembre de 2014. Hoy, lo vuelvo a compartir:
Armenia solía ser…
Por Jaime Hoyos, M.D.
“No nací en Armenia. Cuando llegué ya estaba hecho y derecho. Fue poco antes del terremoto. Y entre la bruma de los recuerdos se diluyen muchos detalles de lo que Armenia solía ser. Pero muchas cosas han cambiado.
El clima, por ejemplo. Lo recuerdo soleado, frecuentemente soleado. Con un calorcito agradable, más bien seco, sin bochorno. Con días luminosos, desde muy temprano, y tardes veraniegas que se resistían a oscurecer. Hoy ya no se sabe. Cada día trae su sorpresa… Pero suele acontecer que los días grises, húmedos, lluviosos, se sucedan unos a otros, sin dar tregua para tomarse un poquito de sol.
El centro ya acusaba la típica congestión de todas las ciudades, pero no era ese hervidero de gente, caótico y amenazante que se topa uno a bocajarro apenas se está acercando. Sus calles, siempre en obra negra, parecieran no poder alcanzar nunca el estado apacible que bien merecen las calles de este bello pueblo, y en cambio remedan ese aspecto deprimente de lo que queda a medio hacer y así se queda. Per sécula seculórum.
El ruido ensordecedor satura todos los rincones. Ni en zonas residenciales se libra uno del ulular incesante de las sirenas de las ambulancias, del ruido insoportable de las alarmas de los carros disparadas por cualquier causa inofensiva, del ruido trepidante de los grandes motorizados, del rugido abusivo de las motos llevadas al límite o de la incesante letanía de vendedores que anuncian productos como si lloraran a voces sus difuntos.
El parque Fundadores tenía un aire bucólico que lo hacía especialmente agradable y acogedor. No como ahora, con sus nichos de agua resecos, y convertido en simple corredor de muchedumbres que van y vienen sin detenerse siquiera a honrar el monumento a sus propios fundadores. Sus calles, entretanto, se ahogan de carros mal parqueados los unos y ruidosos e impacientes los demás, que transitan sin miramiento alguno por los caminantes.
Salir a la calle se ha vuelto odisea. Y riesgoso en extremo. No hay día sin accidentes. No hay días sin muertos. La parca cobra su cuota por derecha. Y ni siquiera es sólo por culpa de la mala laya de unos cuantos, sino por la desidia de todos. Cada día las motos idas al traste dejan su estela de heridos y lisiados que las pólizas del SOAT apenas sí logran recuperar en sus inicios. De la delincuencia ni hablar… ¡Tenemos tantos males en tan poquita tierra!
Y creo que podría seguir. Pero no me compete enumerar todo a mí. Ni enunciarlo. Ni anunciarlo. Tal vez sí pueda en cambio dolerme. Me hice viejo en estas tierras. Y mi semilla crece aquí: mis hijos cuyabritos. Como los suyos y los de aquel. Pero hacerme viejo mientras veo palidecer la herencia de esos fundadores ya cantados, viendo deteriorarse este hermoso vividero y viendo como la calidad de vida empeora con el tiempo no es poca cosa. Yo también quiero plañir a grandes voces por lo que se fue y más nunca volverá”.
Gracias, amigo y médico Jaime Hoyos G. Han pasado 8 años, pero todavía te recordamos como un gran ser humano. Abrazos, donde estés…