Ser positivos está de moda. Conectarnos con la “nueva era” nos lleva a “decretar” la paz, la armonía y el bienestar en nuestras vidas y a evitar cualquier emoción como la tristeza, el miedo o la ira. No nos damos permiso de estar mal y sentirnos vulnerables. Pero, ¿ser positivo es malo? Aquí te lo explicamos.
Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”.
C. G. Jung
Contactar con esta emocionalidad negativa se ha demonizado a tal extremo que somos capaces de negarla a los demás. Y lo que es peor, a nosotros mismos hasta el punto de hacernos daño.
Es muy probable que todos, en cualquier momento de nuestras vidas, pasemos por momentos difíciles. Nos pueden pasar y nos suceden cosas malas, no estamos exentos de la adversidad, los infortunios son parte de la vida misma y las emociones negativas que sentimos ante determinadas situaciones tienen su razón de ser.
Las tres emociones que más se suelen reprimir por estar en la “buena onda” de la positividad son el miedo, la tristeza y la ira. Casi nos avergonzamos de mostrar estas emociones. Últimamente, las personas por estar en la búsqueda de la felicidad prometida dirigen sus esfuerzos a mostrarse positivos. Incluso en momentos donde tendrían que darse el permiso de sentirse mal, que es lo humano y natural.
Y a propósito de lo natural, te has preguntado:
¿Qué hubiera sido de nuestra especie si no nos hubiésemos ocultado de nuestros enemigos y predadores gracias al miedo? ¿Qué hubiera pasado con la humanidad si la ira, como expresión de supervivencia, no nos hubiera llevado a luchar por nuestra vida? ¿Y la tristeza? ¿Acaso no ha sido esta emoción la que nos ha permitido mirar hacia dentro, ser más reflexivos e introspectivos?
La verdad es que las llamadas emociones básicas forman parte de nuestros mecanismos de respuesta. Son adaptativas y ancestrales y a ellas les debemos la permanencia de la humanidad. Existimos gracias a esas emociones que nos han servido de protección.
La positividad, ¡el manejo actual de las malas noticias y la adversidad!
No pretendamos evadir o disfrazar nuestra emocionalidad. Eso que nos aflora es lo natural, nuestro cuerpo y mente funcionan en perfecto equilibrio.
Tampoco dejemos que nos sugestionen, siempre con la mejor de las intenciones, con expresiones como: mira el lado positivo, si sucedió por algo será, sé optimista, sonríele a la vida. Son palabras repetidas a diario que no nos dejan, ante situaciones adversas, experimentar un debido proceso emocional.
A veces, cuando enfrentamos malas noticias, sufrimos una pérdida o somos víctimas de alguna agresión, experimentar la emoción negativa, contactar con eso que sentimos es sano. ¡No está mal sentir! Todo lo contrario, lo inteligente, emocionalmente hablando, es poder identificar eso que estamos sintiendo y cómo podemos canalizar la emoción. Manejarla a nuestro favor, sin negarla.
Si tenemos una pérdida y estamos tristes hay que aceptarlo, vivir el duelo, ese dolor por la ausencia. No pretendamos retomar la vida con normalidad y mostrarnos fuertes al otro día. Eso sería negar nuestra emoción y exponernos a enfermarnos, pues esta necesita ser expresada, su manifestación nos protege.
“El dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional”
Esa frase se refiere a que es natural que, si nos pasan cosas malas, sintamos dolor emocional, no podemos negarlo. Distinto es asumirnos indefensos o quedarnos enganchados en ese dolor, más allá del tiempo prudencial. A eso se refiere el sufrimiento, a esa carga, ruidosa en nuestra mente, que nos mantiene atados al hecho doloroso con pensamientos reiterativos.
¿Cómo encontrar ese punto intermedio que nos permite experimentar cualquier emocionalidad?
En lo positivo, mediante el saboreo, maximizando el disfrute. Y en la adversidad, dándonos permiso de experimentar las emociones negativas, aceptarlas, sin que ello signifique pasividad o indefensión. Es más bien darles su momento, permitirles estar sabiendo que saldremos fortalecidos a su debido tiempo, sin forzar. Aunque en algunos casos ser positivo es malo, aplicando estos consejos evitarás que así lo sea.