Después de leer, escuchar y ver lo sucedido con el niño sicario en Medellín, quien asesinó a dos personas, decidí publicar esta nota.
Sí se pueden reformar desde todo punto de vista esos niños. Yo tampoco lo creía hasta cuando lo vi y lo viví. Encontrarse de frente con un joven que había sido sicario y drogadicto y que ahora lleva una vida diferente, vale la pena. Fue enviado a una fundación y de allí salió totalmente distinto.
No es fácil iniciar un programa radial, pensando en toda la violencia que hay en Colombia. Sicarios jóvenes, menores de edad, están acabando con otras vidas porque sí. Niños y jóvenes que no han hallado otras salidas a sus vidas, porque nacieron y crecieron rodeados de droga, vida difícil, sin padres, aislados de una sociedad que los desamparó siempre. Niños que siempre creyeron que los buenos eran los que disparaban o los jefes de pandillas o mafiosos famosos.
Porque la mafia se muestra en televisión, cine y otros medios. Porque a los jefes de la mafia se les da primera plana y son los “héroes” de muchos.
En «Rayuela» siempre hemos creído en los jóvenes. Siempre hemos pensado que estos pueden ser mejores. Por eso, las entrevistas que se han hecho a niñas que han sido prostitutas, drogadictas y muchachos que han sido sicarios y drogadictos son para que nuestros oyentes reflexionen y se den cuenta dónde están los errores que se deben corregir. Quienes han sido entrevistados han pasado o están pasando por procesos de resocialización. Son niñas y muchachos que están enderezando su camino. Ese camino que los llevó a cometer errores inmensos. Muchachos que han sido judicializados y que por ser menores de edad, no son penalizados como adultos.
Al iniciar el programa, dijimos que iba a ser diferente y de mucha reflexión. Porque desde hace unos días hemos estado muy preocupados por tanta violencia en Colombia, donde los adolescentes y jóvenes son los protagonistas negativos.
En el ICBF ayudan a aquellos jóvenes, menores de edad, que han sido detenidos y a través del ICBF se entregan a diferentes fundaciones. Sabemos que no hay penalización para niños y jóvenes sicarios. Por eso, la labor de estas fundaciones es ardua, muy difícil. Sin embargo, lo hacen con una palabra un poco olvidada: amor.
Al programa llegó un joven que había sido drogadicto desde los 11 años. Además y como sus amigos en el sector tenían malas compañías, se enredó con algunos que requerían sicarios. Y se volvió sicario. A los 11 años cometió su primer crimen por quedarse con unos tenis. Y luego, muchos más. Le pagaban y sentía que le llegaba dinero a borbotones. Al preguntarle sobre ese dinero, contó que se había evaporado, pues era dinero maldito.
Su corta y dramática historia nos sirvió para hablar con él sobre algunos detalles, sin llegar al morbo. Nuestro interés era que los jóvenes que estaban escuchando, entendieran que se puede ser bueno, se puede mejorar, se puede cambiar.
Fue detenido y judicializado a sus 16 años. Como no hay penalización, el remedio fue remitirlo al ICBF para que de allí lo enviaran a una fundación con el fin de ser rehabilitado.
Esa dura historia me conmovió enormemente. En muchas ciudades de Colombia se ha disparado el sicariato. Y los sicarios son adolescentes, jóvenes, que no ven un futuro. Esos que han predicado que “no nacimos pa´semilla”.
Cambió totalmente. Culminó su bachillerato y ahora, ayuda a otros jóvenes a salir de las drogas y el sicariato. Desea ser sicólogo. Tiene proyectos diferentes en su vida. Tiene sueños, esos que nunca imagino cuando niño o adolescente. Porque no tuvo una familia unida, incluyendo padres. Tuvo hermanos y estos también fueron sicarios. No tuvieron la oportunidad de cumplir 16 años. Murieron en su ley.
Este joven los invitó a cambiar sus vidas como él lo ha estado haciendo. Quiere que tengan las oportunidades que nunca se les presentaron y lo pueden lograr, así como él. Su labor la realiza en una fundación reconocida y recorre el país, educando.
Niños y jóvenes requieren afecto, mucho afecto. Abrazos, muchos abrazos. Amor, mucho amor. Aunque haya quienes opinen lo contrario.
Manuel Gómez Sabogal