Por Manuel Gómez Sabogal
Volver a nacer, volver a creer. Así de sencillo. El 4 de febrero de 2019, gracias al doctor Diego Mejía por su labor y paciencia para conmigo, volví a nacer. Por fin, luego de una larga lucha, pudo operarme. Gracias a las enfermeras (Mayela, Dayana, Catalina, Lorena, Janeth, Magda y otras más), cómo olvidar al loco de Juan Carlos y al alegre Javier, además, a otros cuyos nombres quisiera recordar y al personal que estuvo pendiente en esos dos momentos en los cuales “me fui”. Cuando creyeron que ya nada había que hacer después de luchar tanto, revivía y volvía a dar lata.
Desde el 8 de enero, fecha de mi traslado a Pereira, cada día desmejoraba. Eso, lo escuchaba.
Gracias a mi familia, porque estuvo pendiente todo el tiempo. Viajaban a la Clínica Comfamiliar de Pereira cada día. Siempre a mi lado. Ellos, mi familia, ahí, cada día y a veces, cuando estaba en habitación, cada noche.
Una noche, estando en cuidados intensivos, pasó un sacerdote y me dijo que, si me quería confesar, que me veía muy mal. Lo miré, sonreí y le dije que me sentía muy bien y que, además, ya me había confesado. Extrañado, me dijo: – ¡No puede ser! El único sacerdote aquí, soy yo. Le contesté: – No. Me confesé ya con el mejor de todos (apunté mi mano hacia arriba). Por eso, estoy tranquilo y listo. Es más, ya le dije que, si quería, me llevara. El sacerdote no me contestó. Y Dios se hizo el loco…
Quiero decir gracias a toda la gente amable, agradable, sincera, honesta y que estuvo pendiente siempre, que llamó o escribió a mi hijo y a mis hermanos, preguntando por mi salud.
Gracias a todos los que estuvieron pendientes siempre. Desde cuando me desaparecí de las redes sociales el 7 de enero hasta el 28 de febrero de 2019. Dos meses sin tener noticias, sin saber dónde me encontraba, hasta cuando se empezó a filtrar la información. Cuando algunos descubrieron que me hallaba en grave situación, empezó el bombardeo de preguntas, buscando saber dónde me hallaba.
Mi celular estaba apagado. Yo, aislado del mundanal ruido, dándome cuenta de qué pasaba y a veces con alucinaciones. Tuve noches llenas de confusiones e historias irreales que creía estaban sucediendo.
Ha pasado un año, exactamente. He retomado mis actividades con más tranquilidad, calma y suavemente.
Hoy, un año después, sigo haciendo locuras, escribiendo, a veces hablando, grabando el programa “al calor de un café”, gracias a mi amigo Robinson Castañeda, quien me anima a seguir adelante.
No tengo la voz que siempre me acompañó, pues mi cuerda vocal izquierda está paralizada. En estos días, un amigo me saludó y me preguntó cómo me encontraba. Le respondí que siempre me buscaba y ahí estaba. Que mi voz no era la misma. Su respuesta, todavía la tengo presente: No eres solo voz, eres todo corazón.
Renuevo mi saludo de amistad a todos en la Clínica Comfamiliar de Pereira, hoy, un año después. Volver a nacer, volver a creer. Y agradecido inmensamente.
Mis tareas siempre consistirán en ser mejor cada día, aprender mucho más y agradecer siempre a Dios por esta nueva oportunidad.
Por último, los invito a que haya muchos abrazos de amistad en su quehacer diario.
¡Un gran abrazo!