Por Manuel Gómez Sabogal
Hay tanto para contar, escribir, decir. Tenía la hoja en blanco y recordé algo inmediatamente. Un mensaje me ayudó a recordar y a hilvanar las ideas.
Recibí en messenger del Facebook un testimonio maravilloso y digno de compartir:
«Yo conozco a muchas también, incluso, mi mamá fue una de ellas. Crió a 3 hijos propios y 4 que no eran de ella. Nos hizo estudiar a todos y nos dio mucho, mucho amor. Lamentablemente murió a los 48 años. Le agradezco a mi madre todo lo que hizo por nosotros y valoro su sufrimiento de hacer ese trabajo, porque debe ser muy duro acostarse con borrachos, sucios, torpes».
Esto sucedió, después de iniciar una campaña en favor de las personas trans y trabajadoras sexuales.
Recordé una pequeña historia de cuando yo era joven y tenía como 20 años. Conocí a una niña bella, rubia y empezamos a salir. Era increíble, pues no entendía como yo, feíto, flaco estaba enganchado a una bella niña.
Lo extraño era que cada que salíamos, no permitía que yo la llevara a su casa. Y además, solo nos veíamos en la tarde. Íbamos al cine o charlábamos en alguna cafetería y luego se iba… temprano.
Me decía que tomaría el bus hacia su casa, que no me preocupara por eso. Yo aceptaba, porque estaba muy encaprichado y, además, era una mujer muy dulce.
Quise llevarla a mi casa y me pidió que todavía no, que no estaba preparada.
Un día, estaba lloviendo y le dije que la acompañaba… me pidió que no. Me rogó y lloró… que no quería que yo fuera a su casa… De nuevo, acepté para no hacer que se sintiera mal.
Días después, nos volvimos a encontrar. Me dijo que había estado enferma y que no se sentía con ganas de salir durante esos días. Además, en su casa no la dejaron salir durante ese tiempo.
Fuimos a cine. Era domingo y, por consiguiente, social doble en el Teatro Bolívar. Recuerdo que había intermedio para comprar en la dulcería.
Salimos del cine y le dije que la llevaba hasta la casa. No quería, pero ya habían pasado casi cinco meses desde nuestro primer encuentro.
No le hice caso…Tomamos un taxi y lloró todo el camino. Llegamos a su casa en la carrera 18 con calle 27. Antes de bajarse del carro, me dijo, aquí vivo. Sé que no volverás a verme, pero te amo. Y por favor, no vengas a buscarme.
Sin embargo, a esa edad, me sentía adormecido y no hice caso. Al día siguiente, tomé un taxi y llegué al sitio donde me dijo que vivía. Timbré y escuché música y mucha bulla. Gente conversando, gritando, riendo.
Pensé que era la celebración de un cumpleaños y ya sentí vergüenza. Quise regresar a casa y volver luego, pero alguien abrió la puerta. Una bella morena me hizo seguir. Había varias jóvenes y muchos hombres en mesas como de bar. Además, una barra y una joven atendía allí. Los licores estaban dispuestos en un estante.
No era una casa normal. Era una casa de citas. Una casa en la cual había mujeres y hombres consumiendo licor y entrando a diferentes habitaciones.
La busqué, pregunté por ella, dije su nombre, pero nadie la conocía. Seguro me había mentido y no quería volver a verme. O me había dicho su nombre real y no el utilizado allí. No la volví a ver, pues siempre la negaban. Yo iba a buscarla y ya no había caso.
Lloré mucho… no porque haya sido una trabajadora sexual, sino porque no la volví a ver… y, además, yo me encontraba a gusto con ella. Me sentía feliz cuando charlábamos, salíamos, reíamos…
Hoy, recuerdo que nunca nos besamos…