
Desde el octavo piso, por don Faber Bedoya
Nosotros también tuvimos un Quindío grande y altanero, con hombres que odiaban las diversas esclavitudes, y en las noches de tertulias arrullaban los luceros y las penas con las cuerdas de un tiple. Indómitos, rebeldes, hasta el punto, que cuando a don Braulio Botero le negaron la cristiana sepultura de su hermano, porque se había quitado la vida el mismo, pues construyó su propio cementerio, en Circasia, “la tierra de los hombres libres”.
Solo por la gracia de Dios, conocimos y convivimos con prohombres de la industria, el comercio, de la agricultura, de la administración pública y sobre todo estandartes de la honestidad y las buenas costumbres. Forjadores de futuros hechos realidades, padres constantes, honrados, que dejaron un legado, recogido por sus herederos y que todavía quedan vestigios, pero ya perdidos en los anales de la historia de los pueblos.
Es un recreo para el espíritu, por estas calendas, recrear la historia de personajes como don Vicente Giraldo y sus industrias Vigig, quien también fundó a Maizena, que luego fue vendida a Duryea, pronto emigró de Armenia. Don Enrique Samper de industrias de cuero Trianon, los hermanos Urrea de confecciones Leonisa, la fábrica de blue jeans Mayela. Don Marco Londoño y su fábrica de Gaseosas Quindío, cuyas bebidas más populares eran Forzán, Cola Champaña, Jalisco, Piña y Naranjada. Recordar a la industria lechera de Caldas Ilca, distribuida en carretillas con un cajón atrás, en botellas, lo mismo que la leche Celema. O. la industria de maderas de don Juan N. Jaramillo, y la famosa funeraria.
Nos falta mucha vida para hablar de don Domingo A Quintero y su castillo de Getsemaní, una portentosa muestra de la economía y de la arquitectura, situado en la carrera 19 entre calles 28 y 29, en una montañita y sobresalía en el espacio y era observado desde toda la ciudad. Funcionaban allí la fábrica de llantas la Esmeralda, de chocolate de bola, de jabón Campana, competencia de Vigig, velas, velones, veladoras, y café molido, la Esmeralda. Una trilladora, depósito de café y pasilla y garajes para sus camiones. Al fondo del primer piso tenía su propia iglesia, del Señor Caído de Getsemaní.
La fábrica Bavaria merece especial capitulo, durante muchos años fue emblema de la ciudad, fuente de empleo de muchísimos armenios, y a nosotros estudiantes de quinto de bachillerato de la época nos llevaban a observar el proceso de fabricación de la cerveza y pony malta. Teníamos un comercio floreciente, un gran centro comercial como fue la Galería central, solo superada por el café “el destapao”.
Pero nuestra gran fortaleza y fuente de empleo y riqueza fue la agricultura y concretamente el café. Nacimos y crecimos rodeados de café, plátano, yuca, y ganado. Está en nuestro ADN, ser agricultores, campesinos y nos sentimos orgullosos de ello. Pero oh sorpresa, un día resultamos anfitriones de turistas y nuestras fincas convertidas en hostales, eco-hoteles, resorts, hospedajes rurales. Y se tumbó una cuadra sembrada en café, para hacer una piscina, una cancha múltiple o varias cabañas.
Y más adelante se siguió tumbando el café, para dar paso a los pastos y su inquilino el ganado, y se siguió tumbando, para diversificar. Conocimos, fueron nuestros vecinos, una finca de 42 cuadras, sembradas en café y plátano, en plena producción, que la tumbaron para sembrar cítricos. y después el aguacate hass, sin ningún control.
Y se sigue tumbando el café. Pero no aparecen industrias, lo normal en nuestra capital es lo informal. Y el comercio también está en decadencia. Y las buenas costumbres también se echaron en el olvido, la herencia de nuestros antepasados se perdió en los anales de la historia de los pueblos, mejor dicho, quedó relegada a ser recuerdos de un pasado “que nunca volverá”. Es una sucesión sin reclamar. Nuestro panorama y paisaje demográfico ha cambiado muchísimo. Qué está quedando de nuestro querido terruño. Que pasó con el Quindío grande y altanero, con hombres que odiaban las diversas esclavitudes, indómitos, rebeldes, y que en las noches de tertulias arrullaban los luceros y las penas con las cuerdas de un tiple.
Lo significativo y de gran responsabilidad es que nosotros, con el suscrito en fila, ya estamos entrando en las analogías de los personajes típicos, folclóricos, los de la cabeza blanca. Definitivamente nos volvimos respetables viejitos. Algunos, nos parece muy grave, como decía Gandhi, no es la “maldad de los malos sino la indiferencia de los buenos”, creo y sostengo, que todavía tenemos mucho que dar, no nos releguen, ni nos echen al olvido, pienso, actúo, camino, luego existo.