Isabella y los vallenatos o los ballenatos
Estaba escuchando y viendo las noticias ese sábado, cuando anunciaron la muerte de Leandro Díaz. Recordé que lo había visto en un programa de televisión en el cual estaba Carlos Vives y para él y para todos, fue una sorpresa cuando quien cantó se presentó como el nieto de Leandro Díaz y le dijo que este se encontraba en la sala contigua.
Las cámaras se dirigieron hacia el lugar y hasta allí llegó Carlos Vives a abrazar a tan importante juglar vallenato. Recuerdo la emoción que sintió Carlos Vives y la alegría de Leandro Díaz al darse cuenta que Vives lo estaba saludando.
Fue un momento agradable y memorable. Siguieron hablando de Leandro Díaz, recordando sus mejores momentos, entrevistando a diferentes personajes, conversando con Matilde Lina y la noticia de la muerte de este juglar vallenato se convirtió en música para sentir que quien se iba, quedaba entre su público, su gente, su pueblo.
De pronto, Isabella apareció en escena y me preguntó:
– Abuelo, ¿cuántas clases de vallenatos hay?
Yo, dándomelas de que mucho sabía, le contesté:
– Hay dos clases. Los vallenatos clásicos y los modernos.
– ¿Y los bebés vallenatos?
– No, para nada. Están los Chiches Vallenatos, Los Inquietos, y muchos más.
De pronto, como salido de la nada, mi hijo, sonriendo, me dijo:
– No, papá, Isabella te está hablando de los ballenatos, los hijos de las ballenas.
– Sí, abuelo. Por eso te decía que hay dos clases de vallenatos. Esos de la música y los bebés ballenatos.
Riéndome, metiendo mi cabeza entre las manos, porque no podía dejar de reírme, sentí que había perdido mi primera explicación sobre el vallenato. No era posible que por primera vez, cuando se me preguntara sobre tan difícil tema y para el cual hay tantos eruditos, yo perdiera el año, como dicen los jóvenes, ante Isabella con sus 8 años.
Desde ese momento, prometí que no volvería a contestarle a Isabella hasta no estar seguro de qué me estaba hablando. Porque ella es así. Se me adelanta, inventa, sabe, relaciona, indaga, pregunta y como escucha atentamente, entonces sale con sus apreciaciones de niña grande.
Los niños y los jóvenes tienen inquietudes, preguntas, que muchas veces, no somos capaces de resolver, analizar o contestar. Los niños y los jóvenes tienen muchas actitudes y aptitudes que no vemos, ni diferenciamos, porque no los entendemos.
Estamos tan interesados en que nos entiendan, que perdemos el norte y no procuramos entenderlos. No somos capaces de deducir lo que quieren, porque no vemos sino lo que queremos ver.
Muchas veces no vemos en niños y en jóvenes lo que ellos nos quieren mostrar, porque cerramos todas las compuertas para dar paso a lo que deseamos que ellos entiendan.
Una buena lección y un motivo para reflexionar sobre qué quieren niños y jóvenes. Porque si los escucháramos, entenderíamos que desean que los comprendamos.
Queremos que nos sigan entendiendo y que nos comprendan siempre. Pero, es al contrario.
Manuel Gómez Sabogal
manuelgomez1a@gmail.com | Imagen tomada de La Verdieri