Isabella y yo viviremos eternamente agradecidos
Querida hija,
Mi respuesta es simple, sencilla y llena de mucho amor. Dios y tú nos prestaron a Isabella. Disfrutamos todos los momentos con ella, nos reímos, gozamos, aguantamos sus pataletas, pero la supimos entender.
¿9, 5, 4, 3 años? No importa. El tiempo es lo de menos. Cuando te fuiste, Isabella tenía 4 años. Le celebraste ese cumpleaños con mucho ánimo, cariño y amor. Isabella cumple 9 años el 14 de mayo y después, en un día no muy lejano, en junio, se irá.
Aunque no estás para celebrarle este número 9, será el último que tendrá con nosotros. Después, vivirá contigo y tendrá un mejor mañana. Tendrá una vida diferente en un mundo distinto. Un mundo nuevo para ella, con amiguitos que hablan inglés, pero conocerá a sus primos y también reconocerá a la bisabuela con quien ha tenido ya dos encuentros.
Cuando decidiste irte del país, lo hiciste pensando en un futuro para tu hija. Lo hiciste creyendo en tus capacidades y en ese amor que aquí quedaba: Isabella
Ella fue creciendo, pero las llamadas, los encuentros vía skype han sido diarios. Ha habido tristezas y alegrías, lágrimas y risas. Ahí han estado las dos, a distancia, pero cercanas.
Hoy, escribo este texto, creyendo que Isabella tendrá una gran vida en lejanas tierras. No sufrirá, ni tendrá temores, ni habrá noticias sobre violencia. Crecerá con su mamá y aprenderá a conocer la vida en paz y con mucho amor.
Aquí quedaremos con un gran dolor y ya no tendré quién me apachurre en las mañanas o que me pida un cuento, unas historia y un abrazo. Ya no tendré a quién contarle historias cuando vamos en el carro y las canciones que se aprendió las cantará o escuchará con la mamá, quien me regañará porque su hija aprendió canciones como “Trébole”, “El aventurero”, “Adoración” o “La balada del pistolero”.
Tampoco, volveré a verla pintar en el centro comercial o la llevaré a cine a ver los muñecos así sea en repetición.
Guardaré sus hojas con frases, dibujos, muñecos en las cuales me escribió mensajes para “que no la olvide”. Ya tengo enmarcadas sus pinturas y dibujos. Los miraré cada día y allí estará ella gritando, saltando, caminando a mi lado, haciéndome preguntas.
No hay como los abuelos para ayudar a cuidar a los hijos. Qué mejor que sangre de su sangre para encargarse de los pequeños cuando la madre no puede hacerlo. O cuando la madre quiso buscar un mejor mañana para ella y su hija, Isabella.
Querida hija, gracias por habernos dejado a Isabella. Aprendimos mucho con ella.
De un tiempo para acá, soy otro. Parezco un robot y a veces, no me concentro como debe ser. No es la edad, ni las arrugas, ni el envejecimiento. Son las lágrimas, la tristeza y una terrible agonía que ya me desborda y me hace escribir.
Aunque me duele en el alma, aunque sé que este intenso dolor es inaguantable, ella estárá muy bien allá. Es su sitio, es su lugar, es su vida.
Siempre me recuerdo de una frase que se me quedó grabada de manera indeleble en mi memoria: “Un padre es un hombre que espera que sus hijos sean tan buenos como él hubiera querido ser.”
«Estoy convencido que uno de los tesoros que guardan los años es la dicha de ser abuelo» – Abel Pérez Rojas. Educador mexicano
Manuel Gómez Sabogal
manuelgomez1a@gmail.com | Imagen tomada de El Regresa