Merodeando desde la Arquitectura
La ciudad y sus texturas
Toda ciudad necesita de texturas. El carácter artesanal, manual e imperfecto imprime a las superficies una vitalidad, una idea de familiaridad que acompaña mientras se transita. Se puede tocar, provoca hacerlo. De hecho hasta poseen muchas de ellas un olor propio, característico de la interacción del material con la intemperie… el calor, la lluvia, la humedad. Y es que hasta la pre-fabricación y lo industrial, producido en masa, que se repite, imprime su propia identidad y define características singulares en el lugar. Así baldosas, paneles, cristales barandas consiguen un puesto y llegan a conformar parte de un imaginario en la identidad y características de los diferentes lugares.
Las texturas producen sonido, cuando andamos por pavimentos llenos de hendiduras, esas que llamamos juntas y establecen límites entre piezas geométricas o irregulares, conocemos así su ritmo. Cuando bajamos de la acera o boulevard a la calzada o calle y el pavimento bajo nuestros pies se vuelve más granuloso para nuestras pisadas pero también más liso si andamos en alguna clase de vehículo con ruedas; nos ayuda a referenciar la velocidad inherente a su condición.
Creo que mientras más texturas albergan, se nos hacen más memorables, más cercanas, más deseables; porque siempre habrá más posibilidades de encontrar alguna que se nos acomode mejor, que nos haga sentir en casa, y que en conjunto con otras nos haga sentir en compañía. Cuando hay exceso de uniformidad, poca variación y demasiado orden, como pensado y programado por una sola persona, por un solo gusto deja de ser única, apetitosa, se pervierte, llegando incluso a prostituirse en un intento de acomodarse a todos buscando una condición utópica: “Un gusto general”, suena peor aún utilizando un anglicismo salido de líneas de producción fabriles: “Un gusto estándar”.
“Pero la ciudad no dice su pasado, lo contiene como las líneas de una mano, escrito en los ángulos de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras, en las antenas de los pararrayos, en las astas de las banderas, surcado a su vez cada segmento por raspaduras, muescas, incisiones, cañonazos.” (Las ciudades y la memoria 3. De: Las ciudades invisibles de Italo Calvino).
Odart Graterol
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