-¡Tú tienes la culpa de nuestra situación. Si tan solo tuvieras un trabajo mejor! ¡Eres un mediocre, un conformista!
– ¡ La culpa la tienes tú, eres una inconsciente, no paras de gastar, contigo no hay sueldo que alcance!
-¡ El tuyo no alcanza para nada! ¡Te pagan una miseria!…
El pequeño Andrés escuchaba todo lo que sus padres se gritaban el uno al otro. ¡Cómo le dolía eso! Siempre peleaban, pero esta vez, Andrecito se sentía culpable de esa pelea.
Su mamá le había comprado unos zapatos nuevos el día anterior…»Papá le está reclamando a mamá porque gasta mucho dinero, ha de ser por mis zapatos.
Eran unos bonitos zapatos y los sentía tan cómodos… ¡pero para qué los quería si eran causa de pleito entre sus padres!
Se los quitó y los puso dentro de la caja y después de calzarse sus viejos tenis, salió corriendo ansioso de acabar con aquella situación.
– ¿Qué es esto?- preguntó él
– ¿Pero por qué no los quieres? ¿no te gustaron?
– ¿Te lastiman?
– ¿Pero entonces por qué quieres devolver tus zapatos nuevos?
– Para que ustedes ya no se peleen, papá…
Al padre le conmovieron las palabras de su hijo. A su pequeño no le importaba deshacerse de sus bonitos zapatos nuevos, con tal de no verlos pelear. Poniendo otra vez la caja de zapatos en sus pequeñas manos y le dijo:
-Toma hijo, no devolveremos tus zapatos nuevos.
– ¡No papá, por favor… devuélvanlos para que les den el dinero!… ¡Yo no quiero que se peleen!- suplicó el niño mientras las lágrimas empezaban a brotar de sus ojos.
– Hijo, no necesitamos ese dinero, debes quedarte con tus zapatos, hijo, son tuyos- dijo el padre.
Yo no entiendo. Ustedes se estaban peleando por la falta de dinero y ahora me dicen que no lo necesitan. Los padres no supieron que responder.
La mamá se acercó a su esposo.
– ¿Qué le estamos haciendo a nuestro hijo? Ni todo el dinero del mundo vale la pena, a costa de una sola de sus lágrimas.
Perdónanos mi amor. No te preocupes, no volveremos a pelear. Ponte tus zapatos nuevos y tira ya esos tenis viejos.
-No mamá, están buenos todavía. Mejor se los regalo a algún niño que no tenga zapatos, para que sus papás no se peleen si no tienen dinero para comprarle unos.
No hay nada que lastime más el corazón de un niño que ver a sus padres pelearse. Desgraciadamente, en momentos de enojo, muchos padres no reparan en que sus pequeños los escuchan. Pierden el control de sus emociones y parece que también la noción de la existencia de sus hijos.
Autor desconocido