
Desde el octavo piso, por don Faber Bedoya C
Desde cuando teníamos seis años, nos amenazaban con “meternos a la escuela”. “Allá si lo van a domar, a meter en cintura, va a aprender a obedecer, a comportarse como un niño de bien”, y seguían otras expresiones impublicables, en esta franja para adultos mayores. Pues éramos unos chinos malcriados, consentidos, rebeldes, sin ley, irrespetuosos, sin vergüenza, enteleridos, zumbambicos, atembaos, descoloridos, langarutos, culicagaos y faltan datos de otras familias.
Y llegó el día de ir a la escuela, nos tenían que llevar los padres, generalmente el papá, o nos encargaban a un vecino. Ese lunes 1º de Febrero, pero de 1952, fue memorable. Los profesores eran “nuestros segundos padres” y tenían toda la autoridad sobre nosotros, nos pegaban con correa, o con una regla, en la palma de la mano. Con frecuencia nos decían brutos, que no servíamos para nada, que habíamos ido a calentar banca y acabar pantalones. Pero fueron excelentes profesores, nos educaron en valores, porque eran buenas personas, testimonio de lo que predicaban. Nos enseñaron a ser gente, conocimos el mundo a través de su cátedra, y puedo gritarlo, me educaron, porque encendieron en mi la llama del aprender.
La educación primaria fue básica para estos aterrados alumnos. Era asombroso saber, conocer, leer libros, no solo cartillas, escribir. Le podíamos hacer cartas de amor a los trabajadores y leerles las respuestas. Hacer operaciones matemáticas, no solo mentalmente, sino por escrito, nos aprendimos las tablas de multiplicar, que venían en la parte de atrás de los cuadernos Norma o Bolivariano. Leíamos el Almanaque Bristol, los comics, y por fin leímos de corrido, la novena del niño Dios, que harto trabajo nos costó, decir “abrazasteis, disteis, dispongáis, putativo”. Hablábamos de Geografía e Historia y supimos que el abuelo de mi madre había sido fundador de Montenegro, don Nicolás Cadena. Sabíamos tanto que, nos dijeron, que éramos un “mar de conocimientos con un milímetro de profundidad”.
Eso no importó, fuimos felices siendo estudiantes. Y se prolongó en la universidad, que nos formó para la vida, con una ocupación u oficio, mediante una profesión.
Y entramos al mundo del trabajo, nada extraño, esa actividad era parte de la vida, estaba adherida a nuestro ser. Una vez, muy niños, estábamos viendo descargar un camión con guaduas y el patrón nos dijo “que hacen ustedes ahí parados, a trabajar se dijo”, lo hicimos y nos pagó con un hermoso billete de 50 centavos o medio peso. Viéndolo bien, siempre hemos estado ocupados, la pereza no tuvo mucho oficio con nosotros. Cuando tenía 19 años, (1.964) menor de edad, me nombraron maestro, por intervención directa del doctor Marconi Sánchez Valencia, en la escuela Ciudad de Armenia, en la antigua salida para Calarcá, no habían construido el puente de la Florida. Fui docente activo hasta 2007, es decir, solamente 43 años.
A estas alturas de un nuevo conclave de la vida, somos conscientes de nuestra prologada existencia, pues hemos convivido con 11 papas, 16 campeonatos mundiales de futbol, 21 presidentes de Colombia, mal contados, un terremoto, la violencia partidista, una pandemia, un matrimonio, tres hijos, tres nietos, 7 sobrinos, 4 hijos de los sobrinos y dos hijos de los hijos de los sobrinos o sean bisnietos de una hermana.
Participamos en huelgas, paros, manifestaciones, vimos en vivo la caída del muro de Berlín, de las Torres Gemelas, del comunismo, vimos jugar a Pelé, Maradona, vimos en persona a los Beatles, tuvimos carné de la Anapo, con Gustavo Rojas Pinilla, montamos en tren, en barco por el Magdalena, mejor dicho, somos una versión criolla de Wikipedia. Somos eruditos en política local y nacional, la local es muy fácil porque se reduce a un personaje de cuatro letras, todo lo maneja ese señor, el mueve los hilos de los políticos regionales. Pone el alcalde de la capital y muchos regionales, eso lo dice todo mundo, pero nadie lo sostiene. Ese tema es muy desagradable y harto.
La política nacional es peor, porque está basada en la polarización entre dos personajes, desde hace mucho tiempo, y todo gira alrededor de ellos. Es un libreto ya sabido y muy trillado. En este momento lo normal es la incertidumbre, la desesperanza, duda, inseguridad, incertitud, indecisión, confusión, inconstancias, mutabilidad, mandobles, titubeos, traiciones, negaciones, cartas. Acompañado de malas palabras, sátiras, vejámenes, insultos, venganzas, dobleces, despidos, renuncias, denuncias, contradenuncias, convocatorias.
Hablar de política y de deporte, era nuestro deporte nacional. Pero ya de esta última actividad, todo está tan comercializado que ya están definidos los resultados, lo coordinan las apuestas, o como en el triste caso de nosotros, en el Quindío, que llevamos once años en la B y al dueño del equipo no le interesa para nada, volver a la A, como decía en estos días una pancarta de la afición “once años en la B, con ganancias de la A y la Dimayor es cómplice”.
Pero aun así en nuestro grupo de adultos mayores, pasamos tardes enteras conversando, y lo que es seguro nos entretenemos tanto, que nos olvidamos de la realidad, solo nos damos cuenta cuando tenemos que ver el noticiero de las siete. Afortunadamente lo vemos en compañía de la vieja, que “duerme televisión”, desde hace tiempo.