Ese sábado, le dije a don José, quien es jardinero, que me acompañara al centro comercial. Con gusto lo hizo. Se organizó como si fuese para una fiesta. Salimos. Se notaba su alegría, pues quería conocer el centro comercial.
Es un campesino y poco va a la ciudad. Permanece trabajando de finca en finca y recorriendo cada lugar para hacer lo que un buen campesino sabe realizar. A veces, me pide que le colabore haciendo algunas vueltas en el centro, porque no quiere salir a la ciudad. Se siente bien como es y donde está.
Al llegar al centro comercial empezó a recorrer con la mirada cada rincón del mismo. Estaba admirado por encontrarse en un sitio tan especial, grande y lleno de almacenes.
Luego le dije que tomáramos las escaleras eléctricas. Llegamos y apenas vio por dónde íbamos a subir, me preguntó: ¿Aquí cobran por subirse a esto? Le respondí que no. Era algo para pasar de un piso a otro sin complicaciones. Le ayudé, indicándole que viera bien dónde ponía el pie derecho y luego el izquierdo. (Recordé a Cortázar con el cuento “Instrucciones para subir una escalera”). Hizo lo indicado y se puso muy contento. Aterrado, me hablaba sobre la tecnología y cómo cada día el mundo progresaba.
Recordé las guerras en todas partes y dejé que siguiera hablando de las cosas buenas que veía.
Después, le dije que fuéramos al ascensor. Primera vez que montaba en el ascensor. Del tercer piso al primero. Al subirse, volvió a preguntar: ¿Aquí cobran? Le contesté que las escaleras y el ascensor eran para facilitarles todo a los visitantes.
En el ascensor había varias personas, quienes nos miraron, pero nada dijeron al respecto. Entendieron a esta persona. Era fácil saber que un campesino estaba estrenando ascensor. Y se sentía extraño y feliz.
El paseo seguía. Le pregunté que si tenía afán y me dijo que no, que quería conocer más.
Continuamos recorriendo el centro comercial. Y volvimos al ascensor. Me vio hundir el botón 3 y me preguntó el significado del mismo. Le dije que íbamos a subir al tercer piso. Emocionado, me dijo que le parecía que la tecnología era demasiado buena.
Demasiado bueno era él, creo yo. Al igual que los niños, la ingenuidad y la inocencia se dibujaban en ese campesino llamado José y quien jamás había visitado un centro comercial.
¿Cuántos campesinos ingenuos e inocentes siguen sin conocer la ciudad y se sienten felices en el campo y en lo que hacen allí?
Ojalá haya muchos José que no quieran llegar a la ciudad, porque se contaminan, después de cierto tiempo. No por el aire, sino por la maldad y la amargura que pueden descubrir.
De regreso a casa, me pidió que lo volviera a llevar al centro comercial. Le dije que con gusto, en otra ocasión. Allí, nos tomaríamos un café, claro que sin decirle el precio…
Manuel Gómez Sabogal