Una de las tareas de un escritor, tal vez la más importante, es escuchar y más, en un país donde la gente tiene tanto por contar ¿quién soy yo para decidir qué escribir o no, en medio de tantas historias protagonizadas por personajes de verdad?
El siguiente relato carece de todo atractivo literario, no tiene ninguna pretensión distinta a honrar mi palabra empeñada como escritor, es decir, escribirla y hacerla pública para cumplir el deseo de su protagonista “Yo quiero que estas cosas se sepa que pasaron por aquí y que no se olviden”.
Mi tarea ha sido escuchar atentamente y posteriormente transcribir, nada más, ser testigo de un relato y bañarlo de tinta para que el olvido no se lo devore, y de esta manera, dejar una señal en alguna parte de la piel de la memoria de Colombia.
No hay nombres en este relato y la razón es sencilla, el narrador prefiere evitar “problemas” porque “por aquí nunca se sabe” (¿Aún sentirá miedo el protagonista de esta historia?) Tampoco podrá ubicarse geográficamente, esa fue su voluntad. Es más, el lugar donde lo conocí y las circunstancias de nuestro encuentro, estaban bien alejadas de los hechos y del escenario de los mismos, lo conocí en un burdel a donde había llegado persiguiendo otra historia. Al igual que los libros que leemos, son las historias las que nos eligen y en mi experiencia, nunca le he dado la espalda a un libro o a una historia.
Historias como esta y claro, las más aterradoras que alguien pueda leer a través de diversos medios o relatos de viva voz de sus protagonistas ¿alguna vez dejarán de ser una marca imborrable en la historia de una persona?
¿Una vez que el miedo habita en alguien, durante cuánto tiempo lo acompañará en su camino? ¿Alcanzará esta existencia para desterrar el miedo que violentamente irrumpe en la historia de un ser humano, sin importar cómo llegó a su vida?
Así empezó el hombre su relato esa tarde, de la cual solo puedo decir que la brisa acariciaba los árboles que no debo describir, antes del ingreso al lugar donde lo conocí por “casualidad”.
En el entorno la música, el ruido de algunos vehículos y la gente que caminaba por la plaza, construían un ambiente inconfundible de este Macondo sempiterno que nos dejó García Márquez, donde la realidad supera la fantasía y cualquier esquina es la misma esquina de cualquier parte de nuestra geografía, donde un relato como este, hace parte de otro relato que se va tejiendo con otros y al final es uno solo, un solo testimonio de miles y miles de personas donde cada una entrega su parte de tristeza, dolor, angustia, rencor, indignación… y de una u otra manera al final se encuentra la posibilidad de saber que también hay un solo miedo, el de todas y cada una de las personas que han vivido historias como esta sin importar el color del uniforme, las razones, causas o motivos que amparados en el poder que dan las armas frente a seres inermes, preñan sobre el lienzo un cuadro de terror de matices oscuros, que en este relato es una pincelada del paisaje nacional que aún hoy perdura, en la esquina más inesperada de este país.
Bueno, voy a tratar de contar algo que me sucedió hace casi veinte años. Es difícil de olvidar, pero ya puedo hablar con más tranquilidad de eso y quiero que de alguna forma sirva para que este país no olvide algunas cosas y quiero dar un testimonio de que la paz si puede ser posible.
Yo trabajaba en una parte de Colombia, muy recién casado con un hijo, tenía un buen trabajo, pero uno empezando a hacer familia quiere que las cosas salgan mejor y conocimos a un personaje… un personaje, se nos presentó la oportunidad, lo conocimos con otros amigos y el hombre encantador, encantador de serpientes, todo un personaje, nos contó su vida y sus proyectos, un tipo con muchísima proyección, siendo mucho más joven que yo, ya tenía su vida solucionada, a punta de buenos negocios, nos invitó a conocer sus negocios y nos planteó una propuesta de trabajo con otros amigos y nosotros accedimos.
Pasó el tiempo y no pasó mucho, luego volvió a aparecer y me ofreció un trabajo en una zona, me pintó una oportunidad buena, ganando una buena plata, manejando unas fincas, desempeñándome como profesional y fuimos a conocer, era cambiar mi vida porque me iba a vivir de una ciudad a una parte rural en algún lugar de Colombia, no quiero dar nombres ni señales de ninguna clase.
Decidí aceptar la vaina, hablé con mi esposa y me retiré de un trabajo que tenía y arrancamos a trabajar con el hombre. Al principio la relación bien, se portó muy bien conmigo, nos ayudaron mucho. Cuando ya llegué a trabajar a la zona ya definitiva, yo había renunciado a un trabajo. La primera sorpresa fue que lo que me había prometido en plata, no lo hubo y yo ya metido en la vaca loca esta, me tocó aguantarme ese primer bolillazo. Empecé a trabajar, era trabajo duro, era trabajo de campo con ganado, limpieza de potreros, manejar personal, cercas, producción de leche y carne en esas fincas que tenía el hombre.
En un pueblo pequeño no hay mucha distracción, entonces en los pueblos se recorre el parque y no hay mucho qué hacer, sí había billares y allí uno se encontraba con el gerente del banco, el que vendía carne, el de la tienda, la gente bien del pueblo, el alcalde, la policía y empecé a hacer amigos y dentro de las pocas cosas para hacer, era jugar billar y comentar las anécdotas del día y tomar trago, tomé trago con la gente de allá.
Mi esposa y mi hijo ya vivían en el pueblo, organizamos un apartamento pequeño, ella no tenía trabajo y se dedicó al hogar y a atender al chino que estaba pequeño.
Mucho trabajo, era una zona difícil, había en la zona cosas sociales muy complicadas, inicialmente era controlada por la guerrilla y luego por paramilitares y poco a poco fui conociendo a la gente y en las rutas ellos ya me conocían y yo estaba dedicado a mi trabajo y ellos no se metían conmigo.
Por cuestiones de cercanía con ellos, tuve acceso a algunos teléfonos porque ellos prestaban como un servicio de seguridad y control en la zona y si algo pasaba uno podía llamarlos, ellos supuestamente estaban trabajando para ponerle un grano de paz al país, pero finalmente ese sistema era peor de dañino que lo que habían combatido antes, o sea la guerrilla.
Empecé a conocer vainas de pagos de cuotas que la gente tenía que pagar o si no se tomaban el pueblo, pero seguíamos trabajando, yo seguía trabajando porque así eran las cosas por allá y todo era normal.
Teníamos que hacer pagos en las fincas a los trabajadores y a veces no teníamos el efectivo, entonces tocaba que prestar plata en el pueblo, nos prestaban doscientos, trescientos mil pesos y después el jefe giraba la plata y se cubrían los gastos.
Empecé a tener problemas con el anterior administrador de las fincas y allí empieza el cuento, sin hacer un denuncio público sino un denuncio técnico, demostré que antes de coger las fincas sucedían cosas técnicamente no explicables, se perdía leche de la finca y no había una explicación clara al respecto, no se registraban los nacimientos de ganado en forma correcta, no se registraba el nacimiento de hembras, solo de machos, allí había un negocio escondido y más o menos llegué a encontrar como era el negocio y quien era el del negocio y en una mesa directiva lo expuse y dije cuál era el problema sin acusar a nadie.
El mayordomo que inicialmente era supuestamente mi amigo, mi compinche, mi compadre, tomó partido y se fue a favor de la persona que estaba trabajando mal, robando, porque el hombre también estaba metido en ese enredo.
Eso se volvió un complique, el mayordomo me dijo que ya no volvía a salir conmigo a trabajar y terminé siendo yo el malo del paseo, por haber encontrado el mal trabajo en varias de las fincas.
Alguna noche me llamaron y cuando vi el teléfono era un comandante paramilitar y me dijo que saliera, que nos viéramos en el parque, que no dijera nada en la casa y que no me preocupara y salimos.
En el parque se me apareció alguien y me dijo que tenía que ir a otro sitio, que fuera porque tenía que hablar con alguien que tenía alguna razón para mí. Con esa gente no hay nada que negociar, con esa gente se reciben órdenes que hay que cumplir y yo arranqué al sitio y llegué allá y me estaban esperando en un paraje de la carretera. Me hicieron bajar y me dijeron que no sacara nada, que dejara las llaves prendidas y que caminara con ellos.
Caminamos monte adentro y llegamos al borde de una montaña donde se veía un valle y luego fuimos hacia una casa semi abandonada y allí había unos hombres armados y allí empezó mi calvario.
-Te vamos a dar balín, te vamos a pelar, te vamos a matar.
-Te metiste con gente que no debías meterte.
-La cagaste destapando ese mierdero, te debiste meter en la pomada.
-Claro, parte del billete hubiera sido para vos, pero ahora por sapo, en vez de plata vas a recibir plomo.
Estuve allí sentado durante horas pensando que me iban a matar. Cada cierto tiempo llegaban de a dos personajes a decirme que me iban a matar. No me golpearon, pero si me insultaban y repetían que me iban a matar cuando se escuchaba como una trasmisión de órdenes por un radio teléfono, cuyo sonido me hacía sentir pánico.
-Listo patrón, lo que usted diga.
-Huuuuy, papá, en media hora el patrón dará la orden.
-Está muy de buenas, está bebiendo y culiando, está de buen genio y de pronto te salvás.
-¿Será? Yo no creo, pa’ mí a este la vamos a dar piso más tarde.
El asunto se repetía cada cierto tiempo hasta que uno de los tipos me puso un revólver en la cabeza.
-Mijo, nada qué hacer, el patrón dio la orden, mejor cierre los ojos que esta mierda ya se acabó.
-Mire que hemos sido a lo bien, nada de hacerle maldades, se va a morir sin sentir nada.
-El patrón parece que lo aprecia, si viera a otros que les hemos hecho la vuelta cómo quedan.
El arma estaba en mi frente, cerré mis ojos y el ruido del percutor lo escuché en cámara lenta, un ruido seco dio paso a una descarga de adrenalina, que sólo con la risa de los dos hombres me permitió salir del estado de terror que se apodero de mí.
-Marica, este guevón se orinó.
-Jajajajaja…
-Si te hubieras cagado, ahí si no te la hubiéramos perdonado.
-Ahhhh, eso sí, a los que se churretean ni el patrón los salva.
-Mijo, todo bien, se lo dijimos, el patrón está bebiendo y putiando.
-Miado, pero no cagado y además salvado.
-Este sí es mucho marica tan de buenas.
Ese es un maltrato más doloroso que el físico ¿se imagina usted la escena, sentir el arma en la cabeza, escuchar como jalan el gatillo, el ruido del percutor y luego saber que era solo una manera de aterrorizarme?
En el suelo encontré un pedazo de caucho e hice una cruz y recé varias veces el Padre Nuestro. Eso me dio mucha tranquilidad, no me dejó derrumbar, allí estuve toda la noche. Al día siguiente entró una llamada, era el jefe mío con el que trabajaba y me dijo que él me había mandado a hacer eso y que no me mataba porque tenía un hijo muy chiquito. Y por eso el hombre no me mataba.
Hoy pienso ¿qué tipo tan bueno, no? Dejarme vivir, ¿qué tipo tan bueno? Nooo, eso fue algo terrible. Es como si yo tuviera que agradecerle porque pasó esa vaina.
Luego me dijeron que me fuera solo, que cogiera el carro y me fuera.
Iba con ese terror de ser interceptado por esos tipos y que me mataran. No sé cómo llegué al carro y el carrito prendió de una y me fui, el carrito siempre se demoraba en prender y ese día prendió de una. Esa vez prendió como si fuera de fábrica. Llegué al pueblo casi por la noche del siguiente día y había mucha gente esperando a ver qué pasaba. Había mucha gente esperando porque sabían qué pasaba en esos casos y generalmente al que se llevaban no regresaba nunca. Algunas personas me dieron su voz de apoyo e insistían en que yo era muy de buenas.
Decidí acabar con mi relación con esta gente, contraté un camión y eché todo para irme al otro día.
A las ocho de la mañana cuando ya me iba a ir llegó una persona y me dijo que si me quería ir, tenía que entregarles el carro y una plata porque si no en el camino me interceptaban, me quemaban el camión y me pelaban con toda la familia y claro, yo le entregué el carro y una plata que tenía ¿qué hace uno ante una oferta tan buena?
En el camino llamé a mis hermanos, regresé a mi pueblo, donde nací, con mi familia, mi hijo, mi esposa, sin un centavo, pero vivo y junto a ellos.
Allí estuve un par de meses sin trabajo, muy adolorido y pensando en vengarme, en tomar revancha, en sacarme el clavo. Estuve así un par de años, pensando en hacer algo contra esta gente, pensando en hacer algo bien malo para vengarme.
En medio de esos sentimientos las cosas no me salían bien, los trabajos no eran buenos y la plata no me rendía. Alguien muy cercano a mí sin saber qué pasaba porque eso yo lo guardé muy dentro de mí, no sé cómo lo averiguó, cómo supo, como intuyó que yo estaba pensando en obrar mal, porque así existan todos los motivos, pensar en una venganza es pensar mal.
Y así fue, perdoné la vaina, perdoné y casi de inmediato mi vida tomó el rumbo que tengo hoy, me va bien, me va bien. Quería contar esto porque uno puede olvidar las cosas, hay que dejar una historia de las cosas que pasaron para ver si este país cambia, porque si yo hubiera seguido con mi plan, con mi proyecto de venganza, no hubiera llegado a nada bueno, incluso ahora me acuerdo que muchos años después me encontré de frente con quien fue jefe mío, con el que me había mandado a hacer lo que aquí cuento, estiré mi mano y lo saludé y él como si no hubiera pasado nada. El encuentro fue muy tenso pues él estaba muy atento a mi reacción y los hombres que lo acompañaban estaban listos para “actuar”, pero yo me adelanté y lo saludé con voz firme y le estiré mi mano, él me miró a los ojos y me dijo.
-Quiubo mijo ¿todo bien?
-Sí señor, todo muy bien ¿y usted cómo está?
-Bien mijo, gracias.
-Ha sido un gusto verlo.
-Lo mismo mijo, que me le vaya bien.
Esa fue la última vez que vi a ese hombre. Pude pasar esa página de la vida, pude cerrar ese libro, y camino tranquilo y le pido respetuosamente que escriba algo, no muy largo, algo que usted lo pueda compartir con más gente. No doy nombres, ni lugares, no lo creo necesario, lo más importante es contar lo que pasó, sin reclamarle a nadie, que la gente sepa que estas vainas pasaron y a lo mejor pasan, y si esto no se registra se olvida.
Al terminar el relato se levantó de su asiento, se dirigió a la barra y en ese instante llegó la chica que yo estaba buscando, me levanté y extendí mi mano, la invité a sentarse y a pedir lo que quisiera, en ese momento volví a mirar hacia la barra pero el hombre ya no estaba, él había desaparecido, pero su historia había quedado conmigo y era mi deber no dejarla perder, como tantas cosas y gente que desaparece y se pierde para siempre, porque así son las cosas por aquí.
De mi libro «Pirsia de borondo por la Sucursal del Cielo» (Inédito)