Desde el séptimo piso, por Faber Bedoya C
Hace muchos años fuimos pioneros del reciclaje, cuando de ello no se hablaba. Nada en la finca se desperdiciaba, no había basura, todo se utilizaba. Las cáscaras del plátano servían de alimento para las vacas, las de la papa y la yuca de abono. Se dejaban al sol para que se descompusieran, cubiertas de ceniza, y después se echaban a las raíces de las matas. Los sobraos cuando no se calentaban al desayuno, eran la “aguamaza” para los marranos. La remesa se traía en costales o estopas, reutilizables, lo mismo que la carne, se envolvían las cosas en hojas de plátano o de congo, Los pañales de los niños eran de tela. Solo la parva que se compraba en la panadería “Joldor”, venia en bolsas o chuspas de papel, que se doblaban y guardaban “quién sabe cuándo se puedan utilizar”. Las cajetillas de cigarrillo Pielroja y Caribe, eran de papel y no las botaban, sino que las doblábamos y con ellas hacíamos cartas, para jugar. Las botellas de cerveza eran, todavía, de vidrio y se empacaban en costales. El envase había que devolverlo pues se dejaba un depósito o “finca”, mientras tanto.
Ya en el pueblo, mejor en Armenia, nos encontramos con la basura y la recogían en volquetas del municipio. Y los desechos de entonces, contenían trebejos, muebles viejos, ropa desleída, herramientas, colchones, madera podrida. Papeles, envoltorios, latas de sardinas, de salchichas, empaques de galletas, todo iba junto con algunos desechos orgánicos. Empezamos a ver que se arrojaba la comida a las canecas. Escombros de las construcciones, que se utilizaron como bases sobre para construir calles y casas. Vimos cómo se rellenó toda la calle 26 con carreras 16 y 17 para hacer una calle y de dos carriles, como es ahora. Los muchachos de los barrios Uribe y la Pola jugamos futbol en ese hueco.
Y llegó el modernismo, digamos desde el 80, y con él, la moda de lo desechable. Era impresionante la cantidad de desechos que llegamos a producir. Ya se mide por toneladas, grandes camiones compactadores, ejércitos de escobitas barriendo las calles, canecas grandes, contenedores, basureros a cielos abiertos. Y no recuerdo que se mencionara algo, de reciclaje, ni de contaminación, menos de daño al ambiente y mucho menos de cambio climático. Era el imperio absoluto del plástico y todos los derivados del petróleo. No había ningún artículo en el comercio que se escapara a su dominio, y a la alimentación también la impactó, especialmente, con los embutidos y las comidas rápidas. Era más práctico utilizar platos desechables que nuestra vajilla tradicional y heredada de la abuela que la cuidó toda la vida. Y los vasos y pocillos plásticos en lugar de los “despicados”, que nos habíamos resistido a botar. Hasta la ropa está hecha de fibras sintéticas como el poliéster, rayón, nylon, o sea que reemplazamos el algodón, seda, lana, lino, cachemira, cáñamo, yute, la cabuya. Y esto dura poco, y produce basura.
Hay almacenes gigantescos que un 90% de los productos que venden son desechables. Y todos sabemos dónde va a parar esos desechos, los compramos, son de único uso, y muy baratos.
A nosotros nos toca aceptar y adaptarnos a muchas circunstancias, que nos provocan mordernos los codos y por más que intentemos, no podemos. Pero esto de lo sintético, desechable, cuesta mucho trabajo admitirlo. Y como le parece la comida de hoy, para los niños y también para los adultos mayores, es lo que dictan, ordenan, las condiciones socioeconómicas. En algunos, lo que aparece en televisión, o comen los artistas, los deportistas, lo de moda. En otros, lo que llaman “comida chatarra”, y para redondear, lo que entregan en el PAE, en las escuelas. En tiempos, idos la alimentación era lo primero, mientras halla comida hay vida, mientras el enfermo coma y haya que darle, estamos salvados. La situación es, si no alimentamos bien a los niños, pues no habrá jóvenes alentados y fuertes. Sin embargo, y a regañadientes, aceptamos, que hoy lo que importa es el presente, la recompensa inmediata, prima el producto sobre los procesos, la meta por encima de los sistemas.
Es que hoy todo es como a las carreras, hasta los viejitos se nos está pegando eso, o se volvieron vegetarianos, o veganos, será por el precio de la carne. Pero lo que no prohíben los médicos es “solo un traguito de vino, cerveza, aguardiente, o wiski, es muy bueno para el corazón”, porque ahora estamos en un llanito, parece como si la vida nos tuviera en pausa, o en visto, no leído, circulamos en línea recta. Muy raro, hace rato nos vemos con los mismos para hacer lo mismo. Conversamos, en la misma mesa, sin tomar nada. Nuestro imaginario, en estos momentos, es diferente al resto de los vecinos, sin computadores, celulares. La palabra, el discurso, es el perfecto escudo y espada, un portafolio de anécdotas inacabable, verdades imaginadas, versiones mejoradas de si mismo, historias de épocas que se resisten a desaparecer, a pesar de las arremetidas impetuosas de la modernidad.