Por Manuel Gómez Sabogal
Cómo no recordar momentos increíbles en la Universidad del Quindío, especialmente cuando las fiestas se hacían con todo, incluyendo orquestas como la de la Universidad Central de Bogotá en la celebración de los 25 años de la institución.
Pero en esta nota, quiero mencionar una locura que se hizo realidad en la celebración de los 15 años de la Universidad del Quindío. Organizar una caseta para las fiestas, dentro de la institución, con permiso de rectoría y todo.
Me acolitó el profesor Víctor Villa en ese momento. Además de excelente profesor, fue un gran parcero. Era joven, paisa, inteligente y muy bueno en todo lo que enseñaba.
Había invitado días antes, a tres grandes escritores: Manuel Mejía Vallejo, Fernando Soto Aparicio y Gustavo Álvarez Gardeazábal. Esa fue una idea que pocos apoyaron, pues deseaba que llegaran escritores a la Universidad, pero nadie me creía. Yo estaba no solamente muy animado, sino que me había entregado del todo a la lectura y deseaba que esos escritores estuviesen en el aula máxima hablando sobre sus libros.
Sería la primera vez que llegarían a la universidad. Afortunadamente, por fin, el director del programa de Lenguas Modernas, Gabriel Durango Úsuga entendió la importancia del evento y me ayudó con el señor rector para que todo resultara muy bien. Y eso sucedió. Fue un éxito.
Prensa y radio hicieron eco del evento y entrevistaron a los escritores invitados. Así mismo, por la Universidad, participaron los profesores Eduardo Palacios Acero y Jorge Ramos, peruano.
Después de la semana del evento, Víctor Villa habló conmigo y me dijo que por qué no nos inventábamos una caseta para las fiestas. Pero no una caseta simple y sin ingredientes, sino una caseta donde hubiera baile y fuera cultural. Que valía la pena para que los estudiantes se animaran a mostrar sus habilidades. Conversábamos en el primer piso, mirando hacia el patio donde había una cancha de baloncesto que quedaba enseguida de la cafetería… Era el bloque de la Universidad, un bloque que luego se llamaría el bloque antiguo. Allí estaría ubicada la caseta.
Como Manuel Mejía Vallejo había estado hacía poco en la institución, nada mejor que el nombre de esa gran novela: “Aire de tango”. Quedaba perfecto y después de los permisos, construimos la caseta en el patio principal.
En pocos días y con la ayuda de estudiantes, hicimos realidad esa locura. Nos colaboraron Bavaria, Postobón y Coca Cola.
Hicimos una especie de tarima para que quienes cantaban, declamaban, contaban chistes, fueran aplaudidos por los asistentes. Además, había música bailable para los asistentes y quienes quisieran bailar tango, podrían hacerlo. Es decir, una caseta de pueblo, dentro de la Universidad con la diferencia de que se abría temprano y se cerraba temprano.
No era lugar para emborracharse o pelear. Era un sitio para disfrutar de todo. Por eso, su nombre “Aire de tango”. Fue un éxito, pero el cansancio nos pudo.
Una semana de fiestas y una semana de caseta, gracias a una locura con base en un libro…
Víctor Villa fue a laborar a la Universidad de Antioquia y allá se jubiló.