Para cualquier científico el concepto de muerte puede ser muy simple: es la ausencia de vida. No obstante, para una persona espiritual, no importa la religión o credo que profese, hay una proyección de un más allá que no se puede demostrar como una evidencia, y en ese plano no podemos entrar a generar discusiones.
Por otro lado, están los mecanismos que hace el cerebro ante un evento cercano a la muerte sin que esta ocurra, y la literatura está llena de relatos fantásticos que pueden tener una explicación. Los relatos van desde la permanencia en sitios, visiones extratemporales o compartir con seres fallecidos. Son motivo de burla para algunos, también despiertan escepticismo; pero asimismo generan el fortalecimiento de los componentes religiosos o creencias espirituales para otros.
Los recursos cerebrales para “recibir” a la muerte
Los eventos cercanos a la muerte, donde las personas hacen un balance de su vida, utilizan toda la memoria disponible, y ante el estrés, el organismo produce morfina natural (endorfinas) y otras sustancias que actúan como el cannabis, que son llamados endocannabinoides, junto con los cócteles de neurotransmisores, que limitan el contacto con la realidad; posiblemente, para no empeorar otros mecanismos de defensa de nuestro cuerpo, próximo o no a desaparecer.
Las alucinaciones agradables, como ver a los seres queridos ya fallecidos esperándonos, para facilitar sin oponer resistencia o no aumentar la adrenalina que causa arritmias cardíacas, predisponen al infarto y aumento de la presión arterial, en un paciente de por sí muy enfermo. Esos fenómenos conocidos como delirium, permiten recordar en el trance cercano a la muerte, los elementos visuales, auditivos y perceptivos para disminuir el estrés.
La luz al final del túnel
El fenómeno del túnel de luz tiene una explicación fisiológica: en nuestra corteza visual, localizada en la parte posterior del cerebro, disminuye la circulación de la sangre de afuera hacia adentro cuando se está entrando en shock; esto a nivel visual es un aro oscuro, porque el centro, que es la parte final de la llegada de sangre, tiene funcionalidad percibiendo la luz, que se va estrechando a medida que el evento progresa. Lo anterior no necesariamente cuando vamos a morir, hasta un simple desmayo puede causarlo.
La actitud de los acompañantes a esa etapa final (o no) de la vida, permite un acercamiento afectivo de los seres queridos, que le imprimen espiritualidad, caricias y voces de aliento. En los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, el prisionero próximo a morirse era acariciado en sus extremidades y cara; en silencio, adquiría una postura fetal, doblado en arco, y moría sin estrés.
El cerebro construye, para nuestro bienestar, el ambiente más propicio y menos causante de temor mediante estos mecanismos para asumir el reto de la muerte.