La generación anterior consideraba a la depresión como un visitante indeseado: una presencia sombría que podía aparecer como consecuencia de una pérdida o de una decepción importante y que tardaba mucho en irse. Las personas afectadas podían aceptar esta mala compañía —”Me he deprimido un poco desde que murió mi padre”— sin pensar que tenían una enfermedad crónica.
Actualmente, esta enfermedad se ha reformulado en la literatura médica como una presencia más oscura y permanente, un monstruo que habita en el sótano y está listo para apoderarse de la psique. Durante décadas, los investigadores han debatido sobre los diferentes tipos de depresión: leve, severa y “endógena”, una extraña desesperanza, casi paralizante. Se han realizado cientos de estudios buscando indicadores que puedan predecir el rumbo de la depresión e identificar los mejores medios para la recuperación. Pero el tratamiento sigue siendo en gran parte un proceso de ensayo y error. Un medicamento que ayuda a una persona puede empeorar a otra. Lo mismo sucede con las terapias verbales: a algunos pacientes les va muy bien y otros no responden en absoluto.
“Si tienes un diagnóstico de depresión, una de las cosas más básicas que debes saber es cuáles son las probabilidades de que tu vida vuelva a ser normal o que se vuelva óptima después de eso”, señaló Jonathan Rottenberg, profesor de Psicología en la Universidad del Sur de Florida. “Uno podría suponer que ya tenemos una respuesta para esa pregunta. Creo que es bochornoso que no sea así”.
En un artículo publicado en la edición actual de la revista Perspectives on Psychological Science, Rottenberg y sus colegas sostienen que, en efecto, este campo ha estado buscando respuestas en el lugar equivocado. Al tratar de entender la forma en que la gente con depresión puede escapar de su enfermedad, los científicos se han concentrado casi totalmente en las personas afectadas, sin tomar en consideración a un grupo potencialmente esclarecedor: la gente que alguna vez sufrió de algún tipo de depresión y que más o menos se ha recuperado.
De hecho, aunque casi es seguro que existe tal grupo —todos los psiquiatras y psicólogos conocen a algún posible miembro— está tan olvidado que prácticamente no se sabe nada de sus estadísticas demográficas, qué tan bien les va y, sobre todo, cuántas personas hay en él.
“Sabemos que muchas personas con trastorno bipolar, una enfermedad grave de por vida, por ejemplo, responden muy bien al tratamiento y llegan a tener empleos creativos”, comentó Sheri Johnson, directora del programa para tratar las obsesiones de la Universidad de California, campus Berkeley. “Pero no podemos predecir quiénes. Así es que sería muy importante tener este tipo de información para saber más acerca de ese grupo. Imagínate si los médicos pudieran darnos alguna opinión de lo que es viable”.
En su nuevo artículo, Rottenberg y sus coautores, Todd Kashdan y David Disabato de la Universidad George Mason, así como Andrew Devendorf de la Universidad del Sur de Florida, sostienen que el trabajo para entender la manera en que la gente se recupera de la depresión está paralizado por el tipo de evidencia disponible. Las pruebas de tratamientos normalmente duran de seis a ocho semanas, y se concentran en reducir los síntomas negativos, como los sentimientos de ineptitud, la fatiga y los pensamientos suicidas. Se desconoce en gran medida lo que sucede en los meses o años subsecuentes, así como qué tipo de evolución positiva se presenta y para quiénes.
“Creo que está bien, es buena idea, analizar a más largo plazo a la gente que está bien después de un periodo de depresión”, señaló Nada Stotland, psiquiatra del Centro Médico de la Universidad Rush en Chicago. “Pero tal vez simplemente descubramos que esa era la gente que estaba mejor en primera instancia”.
En un próximo estudio, que se publicará en la revista Clinical Psychology Science, el mismo equipo de psicólogos hace un cálculo aproximado de la cantidad de personas que salieron adelante tras sufrir depresión, mediante los datos de una encuesta nacional periódica en Estados Unidos llamada Desarrollo de la Mediana Edad. Esta encuesta incluye más de seis mil personas cuyas edades oscilan entre los 25 y los 75 años, así como más de quinientas que reunían los criterios de depresión. Los investigadores descubrieron que cerca de la mitad de la gente que había recibido ese diagnóstico se recuperaba después, es decir, que no había tenido síntomas durante al menos un año. Una de cada cinco de ellas —el 10 por ciento del total— seguía progresando luego de una década. El equipo de investigación basó esa opinión en una evaluación que incluye mediciones de cómo se siente la gente, cómo va su trabajo y su relación con los demás.
Quizás ese 10 por ciento parezca lamentablemente bajo, o alentadoramente alto, dependiendo de la perspectiva de cada quien. La mejor comparación es la cantidad de gente que fue valorada como en progreso continuo y que nunca tuvo depresión: el 20 por ciento.
“Es decir, tener depresión reduce a la mitad las probabilidades de llegar a este grupo” en el extremo superior de la escala de bienestar, afirmó Rottenberg. “Pero en realidad no lo sabremos con seguridad, hasta que no tengamos evidencia más precisa”, añadió.
A fin de obtener esas pruebas, el método ideal sería dar seguimiento durante muchos años a un grupo grande de personas que se hayan recuperado de la depresión para determinar las diferencias entre el casi 10 por ciento que siguió progresando y los que no lo hicieron. Los autores reconocen que esos estudios serían costosos y probablemente se necesitaría la colaboración de muchos centros clínicos grandes.
Sin embargo, las personas que han derrotado a lo que Winston Churchill llamaba su “perro negro” y que han construido una vida plena tienen un conocimiento colectivo que otros no poseen. Además, hasta que no interroguen a estos sujetos, sistemática y empíricamente, los investigadores solo podrán especular acerca de lo que esa derrota implicó.
Las respuestas no encajarán necesariamente en un esquema sencillo. Mientras que algunas personas que salen adelante tras una depresión quizás creen que lo mejor es tomar medicamento a diario, otras tal vez dependen de terapias verbales semanales. Es probable que los buenos amigos, las buenas oportunidades y los buenos genes tengan algo que ver. Además, puede haber mucha gente que haya desarrollado métodos propios, una especie de autoterapia o rutina que no se encuentre en ningún manual, libro de texto o estudio.
“Si es así, sería fascinante descubrir cuáles son”, comentó Rottenberg. “Al estudiar este grupo, no solo estaríamos dando algo de esperanza a la gente con depresión. Quizás también podríamos darles algo que puedan usar”.
Stotland, la psiquiatra de Chicago, señaló que por el momento el hecho de que la depresión pueda ser crónica y recurrente difícilmente significa que la gente esté condenada por ese diagnóstico. “Nunca les he dicho eso a mis pacientes”, afirmó. “Les digo que es probable que mejoren, y supongo que la mayoría de mis colegas hacen lo mismo”.
Vía New York Times