En Colombia, los dos escritores de opinión con los huevos mejor puestos al momento de escribir son, Gustavo Álvarez Gardeazábal y Fernando Vallejo, ambos homosexuales. Ellos construyeron sus nombres y lugares, al igual que muchos otros, a través de sus novelas y otras obras y de allí o paralelamente, empezaron a opinar sobre la locura, corrijo, realidad nacional de una manera única, valiente, independiente… y sin volverse chupamedias o saca micas de nadie o de nada, como sí lo han hecho la mayoría de sus otros colegas que para ganar el aplauso o reconocimiento fácil y seguro, manchan su tinta con algún color que les garantice el “éxito” y un séquito de lectores.
En pleno apogeo del proceso de paz de Santos, el de la “paz estable y duradera”, invitaron a Vallejo a un foro, y entre otras verdades dijo, cuando le preguntaron qué opinaba sobre el proceso, que era una negociación entre pares, el moderador lo invitó a explicar, y él de manera clara y contundente respondió que era una negociación entre bandidos, el bandido de Santos y los bandidos de las Farc. Eso es tener los huevos bien puestos.
Cuando Gardeazábal se cansó de recibir amenazas e insultos por su columna diaria en el diario gratuito ADN, escribí el texto que me permito compartir aquí como una de las pocas muestras de solidaridad que en ese momento se manifestaron.
No podía creerlo…
Y por eso volví a leer la columna de despedida de ADN de Gustavo Álvarez Gardeazábal, sus motivos dan pena ajena, es decir, por las personas que se dedicaron de manera cobarde a atacarlo por redes y correo electrónico, para demostrar una vez más que en este país se ama más al odio que a la tan cacareada paz y que la palabra reconciliación aún está bien lejos del imaginario de una peligrosa cantidad de colombianos.
Varias veces le pregunté que si tenía sentido insistir en emitir opiniones sobre el acontecer nacional y sus respuestas llegaban en columnas donde «no dejaba títere con cabeza» sin importar la militancia política del títere, porque Gardeazábal, a quien terminaron calificándolo como anarquista de derecha, no tenía ningún problema en denunciar al que fuera o reconocerle una buena acción al que lo mereciera. En eso, como lector, siempre lo sentí más allá del odio que posee una mayoría peligrosa de colombianos cuando se ponen a escribir o a expresar sus «opiniones» nauseabundas cargadas de resentimiento e ignorancia, ingredientes estos, que han logrado perforar la coraza de GAG.
Ganan con este retiro la ignorancia, el resentimiento, la intolerancia… y todo lo que dice mal y causa vergüenza, de este país donde la gente se mata más, en su orden, el día de la madre, del padre, 24 y 31 de diciembre y por cualquier motivo.
Aquí ya no se escuchan argumentos, aquí se impone, con razón o sin ella, el que grite más duro, el que tenga más capacidad destructora o siga fielmente el legado de Pablo Escobar, o sea, plata o plomo, sin importar el «color» de los billetes o de las balas, y en ese contexto las palabras son frágiles y vulnerables hasta que toman la terrible calificación de innecesarias, porque son semillas echadas al desierto de la estupidez humana, que en esta parte del planeta, al parecer, ha encontrado el terreno más fértil, vaya paradoja, para progresar sin medida en medio de la tragicomedia cotidiana y los insensatos que la protagonizan diariamente.
Salud maestro, la cloaca no merece su pluma, merece por tinta excremento.
Sea testigo en la distancia de la manera como como todo se va escurriendo por las alcantarillas y todos estos hijueputas e hijueputos, se matan entre ellos, mientras usted disfruta con el aroma y la presencia espléndida de sus orquídeas y en medio de sus historias alucinantes hasta que le llegue el momento de estrenar su tumba y muy pocos, al final, seamos testigos de que: cóndores no entierran todos los días.
Miguel Caro 02/12/2019
Con estas sencillas palabras expreso mi admiración por Gardeazábal y Vallejo, ante los cuales, el resto de escritores “reconocidos” de Colombia, que han entregado sus plumas al aplauso fácil, son unos pobres maricas.
Miguel Caro Gamboa