Desde el séptimo piso, por don Faber Bedoya C
En el camino que nos condujo a hacernos hombres, influyeron muchas personas, en especial, los adultos. Se preocupaban muchísimo por nuestro bienestar, por la alimentación, nos criaron a punta de leche de vaca, inclusive, llegamos a ordeñarla nosotros mismos. Los huevos, gallinas, pollos, cerdo, hasta carne de res, eran producidos en la finca. Verduras cultivadas en el huerto casero, tomates, cebolla larga, cabezona, repollo, coles, pepinos, frijol, zanahoria, cómo se llamaba la morada, remolacha, eso, plátano, yuca, arracacha, mafafa. Y gran variedad de frutas cogidas directamente del palo, zapotes, naranjas, mandarinas, limones, guanábanas, guamas, guayabas, ciruelas, manzana criolla. Las uvas se producían allí cerquita, en la Unión Valle, que ir allá era un paseo fabuloso, inclusive del colegio nos llevaban. Plantas medicinales, limoncillo, yerbabuena, pronto alivio, toronjil, cidrón, albahaca, perejil, cilantro, culantrón, valeriana. La panela la producían unos vecinos, en una molienda. Mucho después conocimos la coliflor, el brócoli, la berenjena, guascas, acelgas, espinacas, calabacín, y la rúgula. La papa, comíamos la salentuna, la pastusa y la tocarreña, eran traídas de fuera, lo mismo que el arroz. De vez en cuando comíamos sardinas en agua o en aceite.
Realmente en esos tiempos idos lo más importante era vivir y vivíamos muy bien. Los limites no existían, menos las preocupaciones, solo por hoy, todo era de acuerdo a esa fabulosa oración que nos enseñaron de niños, “señor, danos señor el pan de cada día”, y nosotros lo disfrutábamos, como si no necesitáramos de un mañana. Había una conexión directa entre pensamiento y la acción, las emociones aparecieron muchos después. No ahorramos niñez, ni juventud, toda nos la gozamos.
La primera gran influencia formadora de nuestra personalidad, fue el lenguaje, la adquisición del vocabulario. Gracias a que nuestros padres habían estudiado, mi papá hasta segundo de bachillerato y mi mamá hasta cuarto, que era lo máximo que se podía hacer en Montenegro, aprendimos a hablar bien, porque los demás eran un distinguido grupo de iletrados, mal hablados, groseros, y sobre todo lleno de dichos y palabras acuñadas, que solo ellos las entendían. Y para completar había un trabajador que tenía mucha dificultad para iniciar las frases y se quedaba en el camino, repetía las silabas y palabras. y le gustaba mucho, hablar con nosotros. “Vavavavamos a tratratraer los teteeterrneeros, haaaay queeee pipipipilaaar eell maaaaizz”, y así sucesivamente, nunca pronunció una frase de corrido. Nosotros le remedábamos, y mi mamá se enfurecía, nos decía, que “van a terminar hablando así”, fueron muchos los regaños que nos ganamos por hablar con ese señor. Nuestro radio eran las empleadas de la cocina que hablaban todo el tiempo, era muy cierto “hablaban más que cocinera mueca”,
En esos primeros seis años, los modelos lingüísticos a seguir fueron muy escasos. Nos salvó la tía Elena, quién como normalista superior de la normal del Líbano Tolima, en sus vacaciones, nos enseñó a leer en la cartilla “La alegría de Leer” y nos contaba cuentos, diferentes a las historias del abuelo. Y, fuimos a la escuela rural, donde aprendimos a relacionarnos con los demás niños, igualitos a nosotros, tímidos, callados, expectantes. Lo único que nosotros queríamos era ser grandes, el mundo era de los que tenían muchos años. La pirámide poblacional era bien proporcionada, muchos niños, muchos, seguían los jóvenes, también muchos, los adultos y seguían los viejos, eran muy pocos. O mejor se volvían viejos muy ligero. Tanto que nosotros creíamos que solo se morían los viejos.
La vida escolar en la ciudad fue muy diferente. Eso sí era dicha, hablábamos, conversábamos, oíamos radio, y después la tele, no, eso era una felicidad muy grande. Siempre nos caracterizamos por hablar, conversar, parlotear, hasta el día de hoy. A un familiar le decían “lengua” porque no se callaba, y enredaba al que se encontraba. Era dicharachero, cuenta cuentos, enredador, culebrero, vendedor de ilusiones, le sacaba pelos a un machete, no le temía al diablo porque lo mató cuando estaba chiquito, quieta Margarita, animal feroz. La expresión oral y la riqueza de vocabulario, fueron fundamentales en nuestra vida escolar y definitivos, en la social.
Este tríptico en nuestra vida intelectual lo completó un caballero muy bien informado, el libro, en todas sus manifestaciones, folletos, periódicos, revistas, magazines. Fue gracias al tío Libardo, quien nos inició en ese camino de leer, que no terminamos aún. A escondidas leímos a Alan Kardec, padre del espiritismo, y libros que en esa época estaban en el índice. Fueron las tiras cómicas las que más nos gustaron, bueno, nos falta espacio y vida para narrar esa faceta de nuestra vida. Que alegría recordar esos primeros textos que leímos, no solo de estudio, sino de literatura. Nos crearon gran inquietud y buenas calificaciones. En los primeros años de universidad de verdad, devorábamos libros, asiduos visitantes de las bibliotecas de la ciudad. Llegamos a participar en concursos de lectores de libros, siempre nos ganó Gabriel Palomeque, q.e.p.d. o Libardo López, todavía tomando tinto con nosotros, en el Portal. Leer para nosotros ha significado una vida paralela, el complemento perfecto, algo consubstancial, nuestro alter ego. El primer libro que nos leímos fue el Retrato de Dorian Grey de Oscar Wilde, y después “Sinhué el Egipcio” de Mika Waltari, estábamos en bachillerato.
Hoy la triada de la vida está conformada por, caminar, leer y escribir. Se han convertido en nuestras necesidades básicas. Seguimos comprando y leyendo libros en físico, no hemos dado el paso a leer en tabletas. computador o celular, no creo que ya lo demos. Afortunadamente estas tres necesidades básicas, las estamos satisfaciendo a cabalidad, solo por la gracia de Dios.