
Desde el octavo piso, por don Faber Bedoya C
Nosotros cuando éramos niños, también tuvimos amigos imaginarios, no se crea que eso es de ahora o terapias de sicólogos modernos, claro que los nuestros tenían objetos presentes. Fuimos íntimos de las matas de plátano, de café, conversábamos con los guayabos, aguacates, guanábanos, el ciruelo, y le pedíamos permiso para “horquetiarnos” en sus ramas. Con los animales sí que fuimos amigos, hasta le poníamos nombres, las vacas se llamaban “la canela, “marucha, pirula, pola”, que me acuerde. Todos los perros se llamaban por su nombre y obedecían, pero nombres que nos inventábamos, no de cristianos, como hoy. Kaiser, laika, peludo, negro, capitán, sombra, nerón. Los gatos tenían su respectiva denominación, también los caballos, hubo un ejemplar de paso fino muy famoso en Colombia y era de Armenia, llamado don Danilo. Las gallinas venían a comer en nuestra mano, con solo vernos. Era una convivencia con la naturaleza, ejemplar.
Hasta con las nubes entablamos conversa, como se decía antes, veíamos figuras, tejíamos historias, contemplábamos la belleza de los cielos, interrumpido por un pájaro gigante, que después supimos que se llamaba, avión.
Nuestra niñez la vivimos y compartimos con familiares, rodeados de mayores, con los cuales nuestros padres no nos dejaban juntar, solo con los primos de la misma edad. En la escuela y en el colegio tuvimos muchos compañeros de estudio, conocidos, y seleccionamos de ellos los más allegados y fuimos amigos, por lo regular del mismo sexo. Fue en el barrio, y ya estábamos en bachillerato, cuando entablamos relaciones con las niñas y de lejos, cierto, tuvimos muchas amigas, y llegamos a tener “novias”, que era la etapa siguiente a la amistad. Con un trato diferente al que teníamos entre los hombres, hasta refinados nos volvíamos.
Entonces las etapas eran, familiares, conocidos, compañeros, amigos. Todavía no había aparecido el amor. E hizo su estreno, en forma de vecina, niña de ojos color miel, piel canela, ricitos de oro, cuerpo de ángel, pero de lejos y por ahora solo amiguitos. Y nos enamoramos, de su figura, del nombre, del concepto, al fin nos aceptó y fuimos novios, teníamos catorce y quince. Dejamos de ser amigos para tener un noviazgo, y todos sabemos cómo fueron los romances de esos tiempos.
Y eso también pasó, porque primero estaba el estudio, o no le “daba la talla”, como le dijo la suegra a un amigo nuestro, y mire lo que son las cosas de la vida, contra la mamá, fueron novios y se casaron, formaron un lindo hogar, y les vio la vida formar sus hijos y acariciar sus nietos, y desde el cielo sigue enviándonos bendiciones, cierto Pastorita.
En esos tiempos idos era muy difícil ser novio, hasta amigo me aguanto, nos decían. Tenía sus requisitos, entonces teníamos un catálogo amplio de amigas y amigos para cada ocasión. Y empezamos a formar un grupo de amigos, que nos acompañaron en las buenas y las malas, recordando lo que nos decía mi mama, “mira con quién andas y te diré quién eres,” pues desde entonces existen las malas compañías, o gentes de dudosa procedencia y las madres nunca se equivocaban. Siempre resultaban ciertas sus dudas.
Hoy nos preciamos de tener amigos, no solo conocidos, como dicen algunos, no, amigos con todas las de la ley. Los primeros amigos incondicionales fueron nuestros padres, además de las soberanas pelas que me pegaron, también me cuidaron, estuvieron a mi lado, fueron muy especiales, conté con ellos hasta sus últimos días. Los asistí en cuando emprendieron el viaje eterno. Compañeros de bachillerato que hoy nos encontramos todavía, como Fabio Echeverry, amigas, novias, que cambiamos de rumbo, pero es una dicha volver a encontrarnos, como si fuera un ayer que no termina.
Hay amistades que se adhieren al alma como si fueran calcomanías que la vida nos regala, para alegrarnos permanentemente, y al empezar a nombrarlos nos damos cuenta que son muchos, gracias a Dios, pero permítame recordar a Andrei y Riaño, y no más, para no herir susceptibilidades.
Y llegó con música y flores, la esposa. Y adquirí la amistad hecha persona. Esta existencia no nos alcanza para narrar todas las vidas que hemos vivido juntos. Y lo más importante es que hoy cuando aparece el cenit por tantos años, todavía conversamos, coincidimos en algunas, pero seguimos hablando desde las disidencias sociales, las polarizaciones conceptuales, los cambios climáticos de temperamento, las cargas energéticas disminuidas, la multilateralidad familiar. Las interconexiones de la energía sexual interrumpidas, por sobrecargas anteriores.
La ventaja, por la gracia de Dios, que tenemos, es que cuando los transformadores de la energía vital y emocional están fallando, aparecen los hijos, o los nietos y nos recargan de vitalidad, ánimos, ganas de vivir, nos dicen que tenemos que vivir para acompañarlos y sobre para “ellos atendernos, complementar lo que necesitemos, no ve que ustedes fueron muy buenos con nuestros padres”. Como la ve, querido Roberto.
“Realmente el amigo, que en todo camino y jornada esta siempre conmigo, aquel que me da su amistad, respeto y cariño, pues es tu corazón una casa de puertas abiertas”. Y lo más agradable que esto lo estoy diciendo con sinceridad para referirme en primer lugar, a mi Ser Superior, a mi esposa hijos y nietos, a mis hermanos y su prolífica descendencia, a Gonzalo Andrés, y a ti querido amigo que sé que cuento contigo.