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Desde el séptimo piso, por Faber Bedoya C
En esos tiempos idos, tan lejanos que ya se pierden en el menú de los años, salir a comer afuera en un restaurante, obedecía a un evento muy especial. Era más fácil entre semana, por alguna razón de trabajo, o porque se iba la luz, o se enfermaba la cocinera. En el centro de la ciudad había varios restaurantes famosos, el Patricia de los hermanos Loaiza, el Motorista de los Sánchez, la Ultima Curva que funcionó, primero cerca de la plaza de Bolívar y después se trasladó al local que ocupaba el bar el Prado en los bajos del teatro Yanuba, siempre de propiedad de don Rubén Botero, más conocido como “madroño” y ofrecía el exquisito “trifásico”. En la plaza de Bolívar, estaba la Corvina, y la Cuchara, por la 18 la Lonchería Colombia del gordo Naranjo, en la 14 frente al bingo, las carnes de María, y los elegantes restaurantes Ritoré, y el pequeño Vatel. En la galería, exactamente en el caracol, ir a comer caldo de pajarilla donde doña Tista y había mucha oferta de comida, además de la rellena a la entrada de la galería, elaborada por la familia Reyes. Los hoteles de la ciudad, Embajador, Izcay, Palatino, Atlántico, ofrecían servicios de restaurante. En la calle cincuenta estaba el restaurante la Feria de los Plátanos, donde se daban asiento todos los ciudadanos de Armenia sin distingo de clase social, era tan famoso este sitio que tenía fotos de Guillermo León Valencia cuando fue presidente, almorzando allá y de alcaldes, gobernadores, al lado de los expendedores y cortadores de plátanos. En el sur estaba la famosa lechonería de Carlota, para llevar a la casa, y servía como “pararrayos”, que atenuaba la llegada tarde.
Un día apareció Pedrito Wong, quien estableció el primer restaurante chino y eso nos cambió la costumbre culinaria de la época. Todo era tan abundante que no cabía en la caja, el arroz chino, las chuletas, el chop suey, y el delicioso pie de piña y de crema. Y con su habladito nos conquistó, aparecieron muchos chinos, chinitas y chinitos. En Regivit funcionaba el restaurante “los Geranios”, en las afueras de la ciudad estaba la “Cabaña”, y más arriba casi llegando a cruces, estaba el restaurante “el Roble”. Y en 1963 abrió sus puertas, en el mismo local que ahora funciona, la Fogata restaurante, muy emblemático en Armenia y creó una cultura gastronómica, porque ya no fueron el sancocho y los frijoles, sino que fue una selecta carta que incluía asados, las famosas zabaletas fritas y chuzos de carne. Este restaurante nos enseñó a comer bien y a tomar licor antes y después de comer. Rubiel Agudelo desde el cielo me debe estar haciendo señas, lo mismo que don Alfonso López, su propietario. Al frente estaba otro muy destacado, la Hoguera de Leonel Gómez.
La bonanza cafetera nos abrió el apetito a todos porque se crearon restaurantes por todas partes y se condimentó con las fiestas del Centenario de Armenia. Lo más extraordinario que ha sucedido en la ciudad. Te acuerdas de Quieta Margarita y su oferta de licor y comida. Todo tan sano y alegre. Gracias Luis Fernando Echeverry. Pero vino el terremoto y nos aguó la sopita. Cerraron muchos restaurantes, se reinventaron otros, la Fogata vendió almuerzos ejecutivos, recuerdo a $7.000. Se necesitaron de pocos años, para que floreciera la pujanza cafetera y en cuestiones de comida apareció, ahora si para quedarse, una oferta gastronómica digna de las grandes ciudades e incluida en las guías turísticas nacionales. Aparecieron restaurantes en el centro y en las afueras de la ciudad, en los grandes condominios, en las ciudadelas. Armenia, post terremoto se volvió muy bonita, grande, atractiva, el Quindío es considerado el segundo destino turístico de Colombia. Los grandes parques y los centros comerciales, Portal del Quindío, Unicentro y Plaza Flora, nos cambiaron la vida citadina y parroquial por una semblanza global, y la comida criolla no se quedó atrás, al lado de la de mar y la internacional.
La oferta gastronómica de Armenia y el Quindío es muy extensa, variada, de comprobada calidad y para todos los gustos. Me muero de las ganas de mencionar todos los restaurantes nuevos y tradicionales que hay en la ciudad, trago saliva. Al sur, el Mall Paraíso, con el Rancho Edén, que es un paraíso para comer. En el centro de la ciudad, por donde camine hay sitios de comida, – subsisten las Noreñas -, comida de mar con Magangué, en el centro comercial Unicentro, excelente oferta en su plazoleta. Al frente del parque la vida hay varios restaurantes de comida internacional y sitio de reunión desde hace años, de un grupo representativo de ciudadanos armenios. La avenida Centenario es el epicentro de la mayoría de los restaurantes, el Mall de la Crónica donde tiene asiento El Boludo, excelentes asados. Pero hay muchos más. Está el Centro Comercial Plaza Flora, antes Calima, con excelente mall para comer, en el Armenia Hotel, y el Mocawa hay muy buenos restaurantes. Y la Fogata, la mencionamos una y otra vez. El centro comercial Portal de Quindío, en su mall de comidas, ofrece de todo lo que apetezca, además de ser punto obligado de reunión.
Y el obligado paseo dominical continua hacia el norte, con el tradicional El Solar, de renombre nacional e internacional. El Rodizzio, el Balcón del Quindío, el Alero, infaltable para desayunar, en especial los ciclistas. Y los Robles. Y en sentido contrario están Don Delio, y el más tradicional der todos los restaurantes del Quindío, el Roble. No, me falta mucho apetito para nombrar tanta oferta, sin temor a exagerar me atrevo a decir, que se necesitan más días para visitar todos los restaurantes del Quindío, que para recorrer su territorio. Y eso que no mencioné a ningún municipio. Sé que me faltaron muchos, pero muchos, que pena.