Desde el séptimo piso, por Faber Bedoya Cadena
[ACPM: Arroz, Carne, Plátano Maduro]
Una de las bendiciones que nos dio la vida, en los tiempos de niñez y juventud, fue la abundante y natural alimentación. “coma bien, defeque bien, duerma bien y tendrá salud para toda la vida”, nos decía el abuelo. Cómase todo mijo, que no sabemos que hay a la vuelta del camino. La comida era el centro de la vida, todo lo aliviaba un caldo de pollo bien caliente. En ese entonces no sabíamos que había niños que aguantaban hambre, el mundo tenía un solo continente, la finca y el pueblo, donde vivíamos. Desde que despuntaba el día estábamos comiendo, primero los tragos, que era un café acabado de hacer con agua de panela, – todo se endulzaba con panela o miel de abejas -, pilar el maíz para las arepas, salir a traer los terneros para ordeñar, servir la leche, cruda, de la vaca a la mesa o al vaso, para tenerla como postrera por la tarde. Hacer queso, con pastas de cuajo, molerlo y hacer bolas, por eso se llamaba queso molido o de bola. Pasar al desayuno, que era, por lo regular, calentao de frijoles de ayer, con arroz, un huevo encima, o carne frita, una taza de chocolate, y las arepas, que el cuerpo aguantara. Los patrones y dueños también comíamos lo mismo.
Se iban los trabajadores para el cafetal, o la platanera, a coger el tajo de acuerdo con las órdenes que había dado un patrón de corte, y más o menos a las nueve, les llevaban las “medias nueve” unos jóvenes llamados gariteros. Una taza grande de café con leche y arepa, un descanso merecido en la incipiente jornada. Y cuando el sol marcaba las doce, desfilaban los labriegos en busca del almuerzo. Un suculento sancocho, algunas veces de gallina o pollo, sopa de falda, cuchuco de maíz, o lo mejor, sopa de callo. Plátanos y yuca, cultivados en la finca, papas, que se compraban en el granero de don Ignacio Ocampo, o el bodegón de Carlos Cadena. Carne frita, arroz, y plátano maduro. Comer pollo era muy frecuente, los matábamos nosotros mismos, torciéndoles el pescuezo, o pescado, pues había trabajadores expertos en ese arte y traían sartas de peces para hacer caldo y comerlos fritos. Los patrones y dueños también comíamos lo mismo, en mesa aparte, claro. Un descanso corto, un ratico para charlar, fumar un cigarrillo, y de nuevo para el trabajo.
Cuando el sol empezaba a declinar, les llevaban el “algo”, chocolate con parva, queso, arepas recién hechas, o mazamorra con panela. Y cayendo el sol, desfilaban con sus bultos de café en cereza los trabajadores, les pesaran lo recolectado, y a degustar un plato de frijoles, carne o chicharrón, arroz y plátano maduro. Tiempo para el descanso, charlar, fumar, jugar tute, entonar canciones, acompañados de la guitarra y el tiple. Mención especial se merecen todas las historias que contaba el abuelo, los tíos, algunos trabajadores, sobre su vida de arrieros, o los cuentos de Cosiaca, Pedro Rimales, oír a Montecristo, la Pata sola, la llorona, que pase el aserrador, tantos que merece un documento aparte. Y nosotros, niños, gozábamos de esas historias.
Porque después venia la merienda, que era un café con leche, arepa o parva. Y a dormir, no teníamos luz eléctrica y la planta era solo para la casa de los patrones. Doce años de la vida, así fuimos alimentados. Muy de vez en cuando comíamos sardinas en agua o aceite y era una novedad, las salchichas en tarro. Todo era natural, cultivado en la finca, los fritos eran con manteca la Blanca, que venía en tarros grandes. Sanos, de buen semblante, flaquitos pero fuertes y caminábamos todo el tiempo, porque el medio de transporte eran los caballos, las mulas o los pies.
Ya en el pueblo las comidas no cambiaron mucho, en los primeros años. Seguíamos tomando leche cruda, que la vendían unos señores en jeep, llamados” cruderos”, pero rápido fueron reemplazados, por la leche pasteurizada, Ilca, industria lechera de Caldas y después Celema, central lechera de Manizales. Seguíamos comprando la remesa en los graneros de la galería y la carne donde los “bojes” Restrepo. Seguía imperando el arroz, la carne frita con manteca, y el plátano maduro.
Empezaron a aparecer en nuestra vida, productos riquísimos que nosotros no sabíamos que eran perjudiciales para la salud, las gaseosas, los enlatados, el azúcar, fritos en aceite, las grasas, el pan, el gluten, los dulces, hasta el café y pare de contar. Mejor dicho, todo lo que nos gustaba, nos lo prohibían. Y fuimos lombricientos, hasta tenia llegamos a tener en la barriga, desnutridos, paliduchos, gordiflones, barrigones, hambrientos, secos, y la comida era el centro y la causa de todo. Y apareció el metido colesterol, para completar, bueno y malo, los triglicéridos, la glicemia, transaminasas, creatinina, las vacunas, los antibióticos. La penicilina, fuimos contemporáneos con su aparición, nosotros la conocimos chiquita. Vitaminas, proteínas, carbohidratos, calorías, aminoácidos, suplementos nutritivos y pare de contar. Todo esto reemplazó las sopitas de mi madre, el arroz tan gustoso, la carne frita y el plátano maduro. Y a estas alturas del partido qué podemos comer. Las carnes rojas de lejos, rara vez, seleccionada, madura, con solo un 10% de grasa. Solo pollo, sin la piel, y pescado. Nada de fritos, erradicada la grasa, menos harinas, se salvó la arepa, de maíz. Nada de pan, papa, es fuente importante de carbohidratos, embutidos, bebidas gaseosas, todos tienen sellos del ministerio de salud, aquello que hace escasamente dos años, comíamos sin saber que eran tan dañinos, y no nos habían hecho daño. Esto soporta continuar.